Lina Rivera es arquitecta y nunca imaginó que se convertiría en una emprendedora exitosa en otro país.
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Lina es arquitecta, casada con Patricio y mamá de tres hijos. Como todo buen emprendedor no se sentía cómoda en una oficina ocho horas diarias, ella quería trabajar de manera independiente. Cuando quedó embarazada de su segunda hija empezó a buscar cosas para bebés y descubrió el porteo, algo que nunca había hecho pero que la atrapó por completo. Pero se encontró con un primer inconveniente: todas las mochilas que le gustaban solo se vendían en el exterior. “Tengo que hacer el mío, pensé, y tenía tiempo porque trabajaba solo medio día, así que compré las telas, pero claro, yo no sabía coser. Creo que acá puedo hacer un emprendimiento pero no lo quiero mandar a hacer, lo quiero hacer yo misma”, recuerda risueña que le decía a su esposo entonces, un compañero en esta historia que comenzó mucho antes.
Verano del ‘98 y una historia de amor de película
Lo único que conocía Lina de Argentina era la novela Verano del ´98. Pero a sus 27 años, con una hija y a poco de terminar su carrera universitaria como arquitecta conoció a un argentino de 24 años y lo que parecía ser un imposible, se alineó para empezar el resto de sus vidas juntos.
Lina nació en Medellín y a los 17 se fue a vivir 9 años a París con su pareja, donde nació su primera hija: Sofía. Volvió a Colombia, se divorció y a los tres años lo conoció a Pato. Ella estudiaba arquitectura y viajó a un congreso en Cartagena. Él viajó con un amigo por vacaciones.
Esa noche ambos coincidieron en una discoteca, no se vieron pero sí sus amigos: “Mi amiga fue al baño y al pasar por la barra al amigo de Pato le gustó. Cuando mi amiga salió del baño la frenó y le dijo: “Hola, mira, te presento a mi amigo Fede”, hablan en inglés y ahí Pato se da cuenta de que se había confundido con otra chica. Mi amiga se fue pero no nos contó nada de esa historia”, recuerda entre risas.
Como no se sentían cómodos con el ambiente del lugar salieron y cada grupo se quedó en una esquina de la plaza. “El amigo de Pato intentando ver a mi amiga rubia, nosotros viendo para donde íbamos, hasta que lo veo a Pato desde la otra punta, de espaldas al darse vuelta pienso: “No por Dios, este hombre es espectacular”. Le saqué una foto con el celu y se lo mostré a mis amigas”, recuerda entre risas. Enseguida su amiga le contó la historia del baño y les hizo una seña a los chicos para que se acercaran.
Me presenté enseguida, pensé “acá no lo mira nadie más”, él dice que cuando me vio fue como ver a la protagonista de Roger Rabbit.”, cuenta Lina, pero ese primer flechazo no terminó ahí. En el taxi, como eran muchos, ella fue al lado de Pato que la abrazaba por encima para entrar mejor, en un momento el auto frenó, él la abrazo más fuerte, “no puedo explicar el correntaso que sentí de abajo hacia arriba, yo dije Ay Dios, este es el papá de mis futuros hijos, yo sentí una atracción como nunca me había pasado con ningún hombre, ni siquiera habíamos cruzado cinco palabras y me pasaba esto”, recuerda Lina aún sin poder creer como se dio todo.
Charlaron hasta el amanecer donde sellaron el encuentro con un beso. Ella le contó que era divorciada y que tenía una hija, a él mucho no le gustó la situación. Él le contó que tenía una novia en Venezuela que estaba esperando verla personalmente para terminar la relación, a ella tampoco le gustó la situación.
Lo que parecía imposible se hizo posible
Salieron dos o tres días más y parecía que se conocían de toda la vida. Se despidieron, lágrimas por medio, con la promesa de volver a verse, pero ambos sabían que era difícil.
Cuando Pato llegó a Argentina terminó su relación a distancia con su novia de Venezuela, “me dijo no puedo seguir una relación así después de lo que me pasó contigo. Yo me motivé más con la posibilidad de que podía pasar algo. Le conté que tenía que hacer la práctica profesional y me propuso hacerla en Argentina para conocernos más”, recuerda Lina. El plan era bueno pero difícil de llevar a cabo, no le salía ninguna opción en nuestro país y la fecha para empezar las prácticas se acercaba. Para Lina su carrera profesional era muy importante, ella tenía una hija a la que cuidar, así que en paralelo se entrevistó con un arquitecto portugués que le mandó el contrato con la universidad. Cuando Pato se enteró de los cambios de planes se enojó, se había ilusionado y Lina lo había decepcionado. La bloqueó de las redes sociales y no se escribieron más. “Yo me puse re mal, pero pensé bueno, es lo que tiene que ser, esta era una super oportunidad que tenía, el arquitecto era famoso. Soy muy de lo que fluye”, admite Lina.
Pero cuando fue a Bogotá a presentar los papeles de la visa le dijeron que no se la podían dar porque le faltaba el contrato de trabajo firmado en notaria por el arquitecto; él estaba en Japón y recién en 15 días podía enviar los papeles, pero se vencía el plazo estipulado para empezar las prácticas profesionales. Lina se puso a llorar desesperada, llamó a la universidad, ellos conocían su situación delicada con su ex pareja, con su hija Sofía y sus ganas de hacer la práctica en otro país. “Me dijeron llámame en media hora que hay algo que se está cerrando. Empecé a caminar llorando. Al rato me dicen, “Lina, ¿estás lista para irte ya? Se empezó a abrir una plaza que no te la quise contar porque vos ya tenías todo cerrado para Portugal, pero hay una plaza en Argentina y el arquitecto ya está listo para que empieces”, Lina no podía creer su suerte.
Pasó siete meses en Argentina donde se puso de novia con Pato. A Lina todavía le quedaba un año más de estudios universitarios en Colombia, entonces planearon un noviazgo a distancia donde cada tres meses uno de los dos iba para el destino del otro.
La mujer que anticipó el destino
Sofía, la hija de Lina, entabló un hermoso vínculo con Pato desde el primer día. El papá no quería saber nada con que su hija se fuera a vivir a Argentina. El plan que mejor cuadraba era que la mudanza definitiva la hiciera Pato: “pero yo sabía que se iba a aburrir, él es muy familiero, del asado del domingo, tiene una familia muy linda, y Colombia es muy linda pero para un ratico. Yo hacía todo lo posible para irme, pero no había ni manera de hablar el tema con el papá de Sofi”, recuerda Lina de su angustia de aquellos días.
“Un día una amiga me pidió que la acompañara a una cosa de los ángeles, de las energías de no se qué, yo me quedé en el auto y mi amiga me pidió que entrara, que lo intentara. Lo primero que pregunté es si iba a poder viajar a Argentina con mi hija. La señora tira unas piedritas, unas maderas y me dice que compre un pasaje, le dije que era una locura y me respondió que él se iba a enamorar tanto que no iba a querer saber nada con la niña y la iba a dejar ir”, recuerda Lina que le pareció todo una locura porque su ex ni siquiera tenía novia. Así como volvió a su casa se olvidó de todo lo que esta señora le había dicho.
A los 20 días su ex pareja la llamó para invitarla a cenar y hablar del tema de la mudanza. “Nos sentamos y me dice que piensa que es lo mejor que la niña este conmigo en la adolescencia y además que él conoció a alguien en esos días que estaba muy enamorado pero la chica tenía 21 años y no se sentía capaz de criar a Sofi. Al otro día estábamos en la notaría firmando los papeles para poder sacar a Sofi del país y él a la semana se casó con la chica”, cuenta Lina.
Cinco años después, en medio del concierto de Ed Sheeran y en su canción favorita, Pato le pidió matrimonio, Sofi fue quien eligió el anillo. Agrandaron la familia con la llegada de Emilia y Luca.
Emilia y un emprendimiento exitoso
Tenaz como había demostrado ser hasta el momento, aunque ella no sabía ni prender una máquina de coser, ni tenía una, siguió adelante: armó los moldes y aún sabiendo que no tenían tanta plata en ese momento, logró convencer a su marido de comprar su primera máquina de coser. “Llegó la máquina a casa y yo pensé: cómo le digo que no la sé prender ni enhebrar una aguja”. Entonces pagué una costurera en San Fernando que se llamaba Adriana, le mostré lo que quería armar y le pedí que me enseñara a coser solo eso. Ella nunca había armado un portabebés así que iba a la clase y lo aprendíamos entre las dos. Hasta que un día la armamos, quedó buenísima, la probamos y le dije “cuando sea famosa y tenga un emprendimiento de portabebés yo voy a decir que aprendí de vos”, cuenta Lina cumpliendo su promesa.
“Se me fue de las manos”
Contenta con su primer producto Lina compró materiales para hacer 3 o 4 colores diferentes y empezar con su marca a la que llamó Oh My Mom. El boca en boca empezó a correr, primero la compraron familiares, después para regalar, “Yo las vendía re baratas y cada vez que me las pedían yo las armaba una por una, mas o menos en 15 días las tenía listas. Empecé a vender y a vender hasta que mi suegro me dijo “A esta mochila le falta facilidad en el uso para la mamá y el papá, me decía debe tener tirantes, broches, no puede tener esa cantidad de tela arriba. Y ahí inventé la tira atrás con el broche, ahí fue más difícil porque le empecé a poner cuero y mi máquina no servía para eso, yo soy muy perfeccionista, entonces le veía medio hilo y la desarmaba”, recuerda Lina. Así nació su producto estrella: la mochila Buhimo que hoy usan para portear mujeres como Paula Chaves, Eugenia “la China” Suárez, María Del Cerro y Benjamín Vicuña, entre otros.
Los pedidos crecían pero el tiempo de Lina no y se desbordó. Las mochilas que entregaba en 15 días empezaron a tener un mes de atraso, “la gente en Instagram me decía te la pagué hace un mes y no me la entregaste. Un día yo lloraba como loca y Pato me dijo “ya está, tenés que buscar alguien que te las cosa, no podés seguir cosiendo tu”, pero yo estaba encaprichada, yo quería que cada uno se fuera con algo hecho por mis manos. Pero me dí cuenta de que tenía razón porque estaba empezando a quedar mal con la gente”, confiesa Lina.
El negocio creció
Una vez que Lina aceptó que necesitaba ayuda si quería crecer conoció a Ro, quien es hoy su socia. La encontró por Instagram, ella es diseñadora de indumentaria, en la primera visita vio el producto y le dijo: “yo no te aseguro que haga esto, yo no sé como se arma, vos lo armaste muy casero y tiene un proceso de fabricación larguísimo, si yo lo tomo tengo que hacer toda la moldería porque en producciones grandes es imposible hacerlo como lo haces vos. Déjame ver, es mas un no que un sí, no te prometo nada porque además así va a ser un producto carísimo”. Lina se fue desilusionada, iba a tener que buscar otro plan.
Pero para su sorpresa a los ocho días Ro la llamó, le parecía que el producto tenía mucho potencial, era algo que ella nunca había hecho y le gustaba el desafío. Armaron equipo, veían lo que funcionaba mal y lo mejoraban, “Ahí Oh My Mom empezó a explotar, a vender, era una locura, cada vez producciones más grandes y se transformó en lo que es hoy”, cuenta Lina aún sin creer como en cuatro años, un poco por curiosidad, empezó un negocio que está por expandirse en Chile, Uruguay, Colombia y apunta a llegar en un futuro a Europa y Estados Unidos.
Hoy tienen showroom en San Isidro con asesoría personalizada y un equipo de gente que maneja marketing, redes sociales, los envíos, tareas administrativas.
“Todas las mejoras que se hacen es porque yo la utilizo mucho, la uso todos los días y voy viendo qué le agrego. Los productos que nosotros le agregamos no existen en otras mochilas, por ejemplo la mochila normal que venden en todos lados viene con capucha y la mía es capucha de campera, entonces buscamos un producto diferente, que no lo tenga nadie y salga de lo estándar. Todos tiramos ideas, ahora llevamos año y medio probando uno”, cuenta con orgullo la dueña de Oh My Mom.
Vender más que un producto
“Cuando empecé me di cuenta de que no era solo un producto para las madres sino acompañarlas, ¿qué ganaba vendiendo un producto si no lo usaban bien?, entonces las asesoraba por mi propia experiencia”, cuenta Lina que entonces se dio cuenta de que tenía que tener una certificación y que las mamás y los papás digan “ella lo sabe porque lo estudió”. Así que hizo la certificación como Consultora en Porteo Ergonómico.
Lina asegura que ese es uno de los puntos que llevó a que su marca tenga tal crecimiento, “nos eligen porque el producto estéticamente se diferencia mucho del resto de los del mercado y porque para mí la postventa es la clave, yo respondo todos los mensajes que llegan, estoy pendiente de cada papá y mamá, tenemos asesoras que ayudan, por más de que no sea una mochila de nuestra marca ayudo a que la usen, esa es nuestra diferencia”, asegura.
Pero también Lina ha logrado conquistar el corazón de la gente a través de su cuenta de Instagram, donde muestra el producto, realiza tutoriales, responde consultas. ¿Quién mejor para vender la mochila que la propia mamá que la usa y te hace sentir identificada? Las redes sociales le cuestan, y costó encontrar el equilibrio entre el producto que vende y no ser una influencer, “ahora me muestro pero en el día a día del porteo, no de la maternidad como tal”, explica.
Si bien cree que todas las mamás van a terminar comprando un cochecito, asegura que cada vez lo usarán menos, “el porteo está ligado a la crianza respetuosa, hoy las madres estamos preocupadas porque la crianza sea algo presente y eso hace que si queremos llegar a esa crianza el bebé esté muy apegado y demande nuestro cuerpo. Entonces si queremos hacer las dos cosas, de crianza conectada con nuestros bebes y seguir la vida de madre que nos demanda debemos tener algo que nos comunique esas dos cosas, y eso es el porteo. El porteo hoy es lo que hace que funcionen esos dos mundos en la maternidad de las mujeres”, explica.
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