Tras escuchar la buena vida que su amiga llevaba en Madrid, decidieron dejar Argentina; no todo fue color de rosas, hasta que llegaron a Tragacete, un pueblo que les permitió emprender.
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Allá, por el 2015, Andrea y Rodolfo decidieron dejar todo atrás para volver a empezar en España, el destino de su gran aventura. En los días previos a su partida se focalizaron en los preparativos, una instancia agotadora y emocional, sin tomar consciencia de que estaban a punto de dar el paso más importante de sus vidas.
Sus pensamientos se centraban en Barcelona, que los aguardaba al otro lado del océano; Tragacete, el pueblo de 200 habitantes en el que hoy residen, no figuraba en su mapa mental y lejos estaba de ser pronunciado por primera vez.
Al repasar su historia, Andrea admite que, por inexperiencia, muchas cosas “se les escaparon de las manos”, porque si bien tenían plan a, b y c, desconocían que todos aquellos sufrirían cambios.
“Valorás la magnitud de la decisión tomada cuando pasan los primeros seis meses y empezás a ver los pro y contras del lugar donde vivís”, asegura. “Te das cuenta de que esa vida que imaginaste color de rosas se torna cuesta arriba. Y siento que para los que nos vamos del país el tiempo no pasa, nos quedamos atrapados en una burbuja de recuerdos, vemos cómo la familia y amigos siguen adelante, pero nosotros estamos pendientes de la hora para poder hacer una videollamada, de las redes para saber qué es de la vida de fulano, y eso es algo que pesa”.
“Pero recorrimos un camino que valió la pena hasta llegar a Tragacete, un lugar mágico, donde, como familia, nos animamos a emprender. Arriesgarnos a dar este paso sin conocer a nadie no fue tan difícil como parece”.
España y la ilusión de una vida color de rosas
El cuadro color de rosas había comenzado a dibujarse en la imaginación de Andrea en el 2013, cuando una amiga la visitó en su casa de La Plata. Ella vivía en España, se había ido en el 2006, y les contó acerca de la vida que llevaba en Madrid, más relajada, con posibilidad de poner en marcha varios proyectos a la vez, estabilidad económica y esa libertad de andar por cualquier lado sin miedo.
Fue el día de la despedida, que a Andrea la invadió una sensación extraña: ella deseaba vivir aquella aventura: “Así que la iniciativa era más que nada mía, Rodolfo estaba muy estable en su trabajo, habíamos terminado de construir nuestra casa y, así y todo, me convencí de hacer una nueva vida”.
Andrea creyó que Rodolfo se opondría, pero, para su sorpresa, en vez del “estás loca, qué vamos a hacer ahí” esperado, a sus oídos llegó un sí. A partir de aquel día, la pareja comenzó a interrogar a su familia acerca de sus raíces italianas y polacas.
“No le contamos a nadie nuestra intención”, continúa Andrea. “Hasta que nos enteramos de que, por parte de la madre de Rodolfo, había un primo que tenía la nacionalidad italiana. Juntamos todas las partidas, idas y venidas al registro civil, traducciones, y a los tres meses salió”.
Con los papeles en regla llegó el clic más esperado: la compra de pasajes. Emocionados, la pareja anunció la noticia generando reacciones dispares: estuvieron aquellos que celebraron la novedad y otros que la lloraron: “También hubo temores típicos de padres, que recién ahora entiendo”.
Barcelona, “la burbuja de tiempo” y la dificultad de integrarse
Andrea busca en sus recuerdos, pero aun así le resulta raro explicar sus sensaciones al arribar al suelo europeo. Llegaron mareados por el vuelo y la adrenalina a un país donde apenas conocían a dos personas, del cual desconocían las costumbres, no sabían cómo proceder para pedir la residencia, cómo alquilar una vivienda o comprar un coche “ni cómo hacer compras en el supermercado, donde todo se veía diferente”, observa Andrea con una sonrisa.
“Y después estaba el tema de los catalanes y el idioma”, continúa. “Pero debo decir que vivir en Cataluña es hermoso. Hoy, cuando voy a Barna siento algo especial por el lugar, algo que para mí no pasa en ningún sitio”.
Como ingeniero mecánico, Rodolfo pronto consiguió empleo en una fábrica de matrices y su mujer en el rubro de la hostelería. Sin embargo, aquello que Andrea llama “la burbuja de tiempo”, comenzó a invadir su espíritu con fuerza. Sin una red de contención y en un entorno a veces un tanto hostil, la cuesta comenzó a empinarse: “No nos adaptamos muy bien a los catalanes, que tienden a ser cerrados, aunque a los argentinos nos tienen simpatía por Messi”.
Un nuevo cambio: Tragacete y un programa de repoblación
Cuando su pequeña hija llegó al mundo, la felicidad fue inmensa, pero Barcelona comenzó a apretar aún más. Rodolfo y Andrea no lograban conciliar la vida personal y familiar con el trabajo. Estar los tres solos, en una ciudad bella pero distante, a veces traía complicaciones que afectaban su estado anímico y físico.
“Nuestra hija se enfermaba, faltábamos al trabajo, se nos extendía el horario laboral, se nos complicaba el tema de las distancias y tanto más”, cuenta Andrea. “Algo tenía que cambiar”.
La pareja decidió buscar alternativas para transformar una vez más su vida, ellos anhelaban encontrar algo más de aquel “color de rosa” con el que habían fantaseado. Fue así que dieron con un programa que recibía emprendimientos, realizaba mentorías de marketing y, en base al proyecto, brindaba información sobre dónde podrían montarlo.
“Así encontramos Tragacete, que tenía su programa de repoblación”, explica Andrea. “Muchos pueblos quieren traer nuevos pobladores, pero no disponen de vivienda. Es como que quieren, pero no saben cómo afrontar el tema o cómo organizarse, y en Tragacete encontramos un hogar y un espacio para armar el taller a un precio asequible, nosotros decidimos cómo hacer la reforma del piso según nuestras necesidades y lo mismo con el taller”.
Vivir y trabajar en Tragacete, donde apenas se ven personas
Tragacete los recibió con los brazos abiertos. Ante ellos emergió un hermoso pueblo con una típica arquitectura serrana, una Plaza Mayor, una iglesia de estilo tradicional y un puente romano.
Allí, en la Comarca de la Serranía, en el centro de un valle y enmarcados por bellos parajes naturales, Andrea y Rodolfo comenzaron de inmediato a trabajar arduamente en su proyecto: Carpintoys, una línea de juguetes de madera. Desde el principio, todo fluyó de la manera añorada. El colegio de su pequeña -ubicado apenas a dos cuadras de su casa-, junto a la tranquilidad de un suelo apenas poblado y una naturaleza circundando el hogar, impactaron de inmediato en el estado anímico de la familia argentina.
“Nuestra hija enseguida se hizo amigos y el trabajo es mucho, pero es nuestro y nos apasiona”, cuenta Andrea con orgullo. “Pero acá tampoco todo es color de rosas, en invierno hace mucho frío, la ciudad más cercana es Cuenca, a 65 kilómetros, y lo que se extraña de la ciudad es la comodidad de tener todo a mano, el gimnasio, la academia de inglés, un pan recién horneado”.
“Pero cuando ponés todo en la balanza se inclina hacia lo positivo, aquí tengo la posibilidad de emprender, el pueblo se encuentra en la serranía, por lo que la materia prima la tengo al pie de calle”, agrega. “Eso sí, me impacta hasta día de hoy ver a solo dos personas pasar, o ver un solo coche. Aquí viven apenas unas 200 personas, pero esperemos que se muden muchas más. Es un lugar ideal para familias que se quieren animar a emprender”.
“En líneas generales, en España hay oportunidades laborales, el tema es saber verlas. Porque en este país también hay contratos basura, trabajo en negro, de eso es de lo que hay escapar”, reflexiona.
“Si te lo proponés, podés irte, cambiar tu destino, pero como todo cambio, el precio a pagar es muy alto”
Cada vez que el capitán pronuncia las palabras “Bienvenidos a Buenos Aires”, Andrea siente su piel de gallina y sus ojos desbordar. Para ella, volver a la Argentina significa regresar a una tierra que le dio todo: educación, familia, amigos e incluso una casa propia.
Siete años atrás, a España se habían ido con la idea de vivir una aventura, que se transformó en algo serio con la llegada de su hija al mundo: “Amo venir y trato de hacerlo una vez al año, más por nuestra hija, que tiene cuatro”, se conmueve. “Nació en La Plata, pero vivió más tiempo afuera y solo un cumpleaños con la familia. A pesar de su corta edad, en cada viaje noto como ella lo vive de una forma muy especial. La emoción que siente cuando ve a la familia es una de las cosas que me hacen pensar en volver, un sentimiento que está presente todos los días, aunque dura un minuto”.
“Sin dudas, al vivir en el exterior aprendí a valorar el poco tiempo que paso con mi familia”, agrega pensativa. “Pero también me enseñó a tomar las cosas con más tranquilidad. Cuando dejás tu universo conocido atrás, es como si la mente se te abriera y ya nada te parece tan alocado”.
“También aprendí que hay otra vida lejos de los insultos y el malestar, y que, si te lo proponés, podés irte, cambiar tu destino, pero como todo cambio, el precio a pagar es muy alto: el sentimental”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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