"Todo sale". El cartel es equívoco: una interpretación literal habilitaría la pregunta existencialista (entonces, ¿nada entra?), pero la frase publicitaria no conjuga el verbo salir, sino que ofrece una liquidación de televisores. En la zona del Alto Las Condes, los anuncios en inglés emparentan Santiago con Miami, la capital latinoamericana en el exilio, donde el spanglish es lengua no oficial.
El idioma es mutante y yo no soy de los que se escandalizan ante el anglicismo (aunque siempre prefiero, si es que existe, usar la palabra que se deba en castellano). Pero en el Paseo Ahumada o la calle Antúnez y, cómo no, la avenida Kennedy, el inglés asoma ominoso desde letreros y anuncios: como dice el escritor Nick Hornby, la ciudad muestra sus propias capas geológicas en esos afiches que se despegan y dejan ver otros más viejos, creando a la vez un palimpsesto urbano.
"Hace unos días vi, pegado sobre uno de esos misteriosos dispositivos de lata que hay en las esquinas –que adentro podría contener los mecanismos reguladores de los semáforos o tableros de conexiones telefónicas–, un afiche que me llamó la atención", escribe en el diario Las últimas noticias el periodista Roberto Merino, el más lúcido antropólogo de la calle santiaguina: "Decía: «¿Hace cuánto tiempo que no te sientes excited?»". Era el anuncio de una fiesta ochentosa que despertó en el periodista el recuerdo de unas bacanales lejanas (ahora, ya cincuentón, él confiesa que entonces se sentía medianamente excited): como síntoma y reflejo, esa década celebró el regreso democrático con una mística que sustentó el mito de "los años maravillosos".
En los 80 yo era muy chico y no prestaba atención a las fiestas ni a los anuncios callejeros. Pero supongo que de un lado y otro de la cordillera se expresaban en un castellano tan analógico como las cajas metálicas con ventana de vidrio donde se guardaban las galletitas que se vendían al peso o como la sexta edición de los diarios, un anabólico vespertino en tamaño sábana para los que no podían esperar a informarse hasta la mañana siguiente. En Santiago, como en Buenos Aires, cualquiera puede comprobar que ahora las calles desbordan de sale, market, free, full, wifi, now y pienso que es la herencia de los 90: la promesa de una Latinoamérica que, si cumplía en abrazar la globalización y el hiperconsumo, al fin sería el continente del futuro. El problema, parafraseando al sabio, es que siempre lo será.
Es difícil sentirse excited en esta época. Los noticieros muestran la imagen de un presidente chileno que se reúne con un presidente estadounidense y le muestra una foto trucada donde la estrella blanca y la banda roja de su bandera parecen pertenecer a la bandera del otro. Se dijo que Chile está en el corazón de Estados Unidos y entre risas y abrazos, aunque con errores fatales, lo que era un meme llegó a lo más alto del Estado: la política se volvió una broma y uno piensa que todo ya está liquidado.
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