Liliana: La mujer del vicepresidente
Dueña de un apellido largo, Chiernajowsky, la legisladora porteña tiene rica historia y personalidad fuerte. Tanto como para proponer una consulta ciudadana para despenalizar la práctica del aborto
Se incorpora para saludar. Liliana Chiernajowsky saluda con ese sello entre amistoso y cándido de la gente de tierra adentro. De mirada inquisitiva y andar inquieto, se sienta en su escritorio intentando ocultar una timidez que años de diván encima le enseñaron a manejar.
Prende un cigarrillo y comenta que aún lleva pegado el olor del mar de Comodoro Rivadavia, su lugar de origen, y la sensación del viento cuarteándole la cara: "Soy hija del mar; también me encanta la cordillera. De chica la recorríamos en carpa con mis padres y mi hermano Miguel. Creo que no dejamos pedazo sin descubrir. Mi viejo era un tipo raro, la única persona que conozco que no tenía rumbo ni apuro cuando salíamos. Ibamos a la deriva. Si a alguno le gustaba un rincón, ahí acampábamos. El paisaje sureño es un lugar que te conecta con el universo; esa soledad, esa inmensidad me conmueven."
Sus abuelos, ruso el paterno y andaluz el materno, llegaron con sus anhelos a cuestas. A su madre la bautizaron María del Mar, "por eso -explica- de que iba a cruzar el mar". Su padre, Juan, era en esencia un hombre de campo. Trabajaba en YPF y desarrolló raíces tan profundas con aquel terruño que siempre sostenía que sólo lo sacarían muerto de allí.
Cuenta Liliana: "El era radical. A mi madre le gustaba la lectura y tenía una cierta sensibilidad social, aunque en casa no se hablaba de política."
Mientras tanto, Liliana y su hermano Miguel, atro años menor que ella, pateaban algunos kilómetros a pie por esa zona despoblada y de vendavales para llegar a la escuela. Como estudiante, era lo que se conoce vulgarmente como una traga, medalla de oro, hasta tal punto que cuando hoy le recomienda a la hija que tiene con Carlos Chacho Alvarez, Lucía -de 15 años-, que no se copie, ésta le responde: "¡Ay, mami, es para zafar! Vos eras perfectita, pero cuando te agarró la rebeldía, te agarró con todo."
Liliana respondía a las inquietudes de su generación. Investigaba los movimientos pictóricos, pintaba en sus ratos libres y se pasaba horas en la biblioteca leyendo a Rimbaud y a los grandes de aquel momento: Sartre, Simone de Beauvoir, Camus. También le encantaban The Beatles y se sintió sacudida por el Mayo francés. Se radicó en Trelew para entrar en Filosofía y Letras, trabajó como maestra. Inquieta por los problemas sociales, empezó a militar en la jotapé. Allí comenzó una etapa de su vida que Liliana parece no haber digerido. Conoció a su primer marido, Alfredo Nicoletti, ex montonero que luego trabajó para la Armada en tiempos de Massera y en 1994 integró una superbanda de asaltantes. El romance duró lo que dura un lirio. Se separó a los 20 años, un año después de casarse, aunque de esa unión quedó su hija Paula, de 27 años, que trabaja con Alvarez desde hace cinco.
Así define a su hija: "Es un ser maravilloso, porque ha sufrido un montón. Lo ha pasado muy mal en su vida, en todo sentido: estuvo separada de mí mucho tiempo, vivió con su abuela paterna, con mi madre y luego con su padre. Podría ser una resentida o buscar apaciguar lo vivido con alguna droga. Sin embargo, es muy optimista, tiene una relación especial con Chacho y le organiza todo en su oficina."
En 1974, durante el gobierno de Isabel Perrón y de López Rega, la encarcelaron en Devoto como presa política. Permaneció allí hasta 1981, y de todo ese período sólo comenta que cantaba para sedarse. En 1977, durante el proceso, desapareció su hermano Miguel, de 21 años. A él lo define: "Era un chico muy tranquilo, muy callado. Cuando yo me fui a Trelew, empezó a incorporar cosas mías, esa inquietud por lo social, y empezó a militar por contagio."
-¿Te enteraste inmediatamente de su desaparición?
-Sí, no me acuerdo cómo. Debe de haber sido a través de mi madre. Mi padre ya no soportaba venir a verme a la cárcel. Cuando desapareció mi hermano, a mi padre le agarró un cáncer galopante y murió en dos meses.
Su madre vendió su casita de Comodoro y se compró un departamento en Palermo. Al contrario de lo que pensaba Liliana estando entre rejas, sobre todo lo que haría al sentirse en libertad, cayó en un pozo depresivo.
-Supongo que el período de readaptación debe ser también durísimo.
-Desde sorprenderte por una llamada telefónica hasta tener miedo de caminar a plena luz. No quería salir de mi casa. Comencé a hacer una revisión tanto en lo personal como en lo político porque yo hasta ese momento lo tenía todo congelado, como en el freezer.
Empezó a trabajar en una fábrica de productos químicos en Lanús, en el sector licitaciones. Se sentía muy sola. El dueño de la fábrica, un hombre que había militado alguna vez en la JP, le alcanzó una revista que se llamaba Vísperas (por el retorno a la democracia), editada por Carlos Alvarez. Allí encontró coincidencias con su propio pensamiento. Recuerda: "Con Chacho no fue un amor a primera vista. No era mi estilo. Me engancharon su discurso y su pensamiento. El me ayudó a procesar mi historia política. Luego se fue dando una relación más personal con él..."
A partir de entonces, su vida es historia conocida. Continuó militando con Alvarez en la renovación del peronismo. Como había abandonado filosofía y tenía una asignatura pendiente, empezó a estudiar Ciencias de la Comunicación y tuvo a su hija Lucía. En 1990, abandonó nuevamente sus estudios en tercer año porque la pusieron a cargo de la Secretaría de la Mujer en la Municipalidad de Bs. As. tarea de la que se retiró dos años después para acompañar al Grupo de los Ocho en su éxodo del Partido Justicialista.
En su ritual matutino, la pareja Alvarez-Chiernajowsky desayuna en la cama mientras lee los diarios. Ella, con mate y él, con jugo de pomelos. A la noche se pelean por el zapping. A Chacho le gusta el tenis o el fútbol. "A mí -se tienta- me encantan los programas de cocina, me fascinan los cocineros, aunque yo cocino muy rudimentariamente."
A Alvarez lo define como una persona "con mucho sentido del humor. Es algo introvertido, como buen asmático, y cerrado con sus problemas. Siempre está estudiando. Tiene una inteligencia aplicada a la política que yo admiro".
-Y vos, ¿cómo te definís?
-Yo... (piensa) Soy libriana, busco el equilibrio; me gusta escuchar la opinión de uno y de otro. Soy antidogmática, dudo, no me gustan las verdades reveladas. También soy principista en un montón de cosas.
A sus 49 años, Liliana Chiernajowsky vio renovado su mandato como legisladora de la ciudad en las últimas elecciones. Así define la política: "Yo la siento como una actividad reparadora. Aún creo en la política. A veces me da vergüenza porque sé que la gente piensa otra cosa, y con razón. Mi psicólogo me decía que me gusta la política porque no me banco la vida como es."
-¿Te reconocen por la calle?
-Sí, a mí me gusta ir al supermercado a hacer las compras cuando puedo, y allí me agarran todos los vecinos. Me gusta hablar con la gente.
-A propósito de este descreimiento que admitís que existe en la gente, ¿qué te dicen cuando se acercan?
-De todo. Desde gente que se acerca con problemas más sencillos relacionados con la ciudad hasta los más complicados y terribles; yo me engancho mucho, me engancho con cierto tormento. Algunos se acercan a decir que nos respetan; otros te dicen: no me gusta tal cosa, y preguntan qué sucedió. Con Chacho la gente tiene una relación fenomenal, lo tratan con mucha cercanía.
-Se habla mucho del protagonismo femenino, pero lo cierto es que en estas elecciones entraron 20 mujeres, es decir, un tercio de los 60 legisladores. ¿Sigue existiendo discriminación en la política?
-Hay discriminación en la política como la hay en toda nuestra sociedad. La Constitución de la ciudad es muy avanzada, pero no alcanza con las leyes, hay que trabajar con la formación de los chicos. Estamos tratando una ley de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.
-¿Qué puede aportar la mujer a la política?
-Creo que mucho. No considero que haya una esencia femenina, pero existen diferencias biológicas que tienen que ver con lo cultural. El hecho de que las mujeres hayamos estado alejadas del acceso al poder y de algunos males de ese ejercicio, hace que podamos estar menos contaminadas por algunas prácticas. Nosotras traemos por nuestra propia práctica otros temas a la agenda pública y política que tienen que ver con nuestra realidad concreta, con lo cotidiano, los varones en general se ocupan de lo macro. Esta diferencia en los abordajes se nota muchísimo en la Cámara.
-¿Habría que despenalizar el aborto?
-Antes que nada, hay que tomar al aborto como un tema que si bien tiene que ver con definiciones éticas, religiosas y filosóficas, también es un tema de salud pública. Lo grave es que en nuestro país hay muchísimos abortos, muchos más de los 400.000 anuales de los que hablamos; en este tema, como en cualquier otro, hay un subregistro. El otro día hicimos una consulta en la Comisión de Salud al doctor Nicholson, al que no se lo puede acusar de abortista ni de feminista; nos sorprendió respondiendo que debe haber un millón de abortos anuales. Eso habla de un problema de consecuencias gravísimas, que pagan las mujeres pobres. También habla de una hipocresía de la sociedad, porque combatir el aborto no pasa por estar en contra, sino por evitar que suceda. Para eso hay que tomarlo en serio: saber que existe, saber que muchas personas y muchas figuras públicas que dicen estar en contra lo practican. La revelación que hizo Zulema Yoma al respecto es conmovedora. A mí una cosa que me conmueve es la coherencia. Si vos tenés diez hijos, tenés derecho a estar en contra del aborto, pero si tenés uno no podés decir que estás en contra de la planificación familiar porque sos hipócrita. Hay que empezar por la prevención. en los países en que hay educación sexual y planificación familiar accesible a todos los sectores sociales, el índice de aborto es menor. Lo grave es que en nuestro país el aborto es usado como método anticonceptivo. Fijate el caso de esta chica que no la dejan estudiar porque tiene un hijo: no queremos que haya abortos, no queremos que una chica aprenda cómo cuidarse y cuando tiene un hijo y es madre, como queríamos, no la dejamos estudiar. También hay que sacar a la mujer que aborta del lugar del crimen. En cuanto a despenalizar, creo que hay que hacer una consulta a la sociedad, que la sociedad se expida, hacer un debate fuera de campaña.
-En tu casa, ¿quién tiene la última palabra?
- (Carcajada) No sé... ¿En qué? Es cierto que la última palabra en la casa la tiene la mujer, por ejemplo, para decirle a Lucía que haga tal cosa. Chacho termina diciéndole: Bueno, querida, que lo resuelva tu madre. No debería ser así, pero creo que en la administración del hogar las mujeres tenemos la última palabra.
-Una especialidad bastante aburrida, por cierto...
-Sería maravilloso que algún día ellos se levantaran y dijeran: "Hoy comemos carbonada, la preparo yo, querida, yo lavo los platos y entre tarea y tarea, voy a pagar las cuentas." ¿Será un sueño?
El sueño de tener un título
A Liliana Chiernajowsky le interesa todo lo que la rodea. Entre sus asignaturas pendientes se encuentra el no haber concluido una carrera. Tiene dos años aprobados de Filosofía y tres de Ciencias de la Comunicación. Relata:
"Cuando estaba en la cárcel, me hice muy amiga de una mujer polaca, Perla, más grande que yo. Al salir nos continuamos viendo. Tenía un espíritu maravilloso, una energía superpositiva, siempre deseaba empezar cosas. Una vez libre terminó la secundaria, se casó a los 80 años y se estaba por recibir de profesora de historia antes de morir. Era un personaje. Yo siempre le decía: si vos pudiste terminar de estudiar, yo aún tengo tiempo. Y siempre lo pienso, cuando me jubile de la política, quizás..."
Recuerdos de María Callas
El matrimonio Alvarez-Chiernajowsky vive en la calle Paraguay con su hija Lucía. De los otros tres hijos de Alvarez, Ramiro está casado, y María y Dolores viven con su madre. Paula, la hija de Liliana, vive sola. Liliana comenta sus gustos: "Amo el cine, me parece el arte más completo, recuerdo películas por la música, por las fotografías. Me fascina la música: desde los Redonditos de Ricota hasta la ópera. Los domingos a la mañana tengo un ritual: lloro con María Callas. Le estoy transmitiendo el vicio de la ópera a Lucía. Ella siempre me dice: ¡Ay, mami, cuando te mueras te voy a recordar por María Callas!"
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