Lila Downs, la voz del desierto
En su casa de Oaxaca, México, la cantante habla con La Nación revista sobre fronteras, mezcales y la cultura narco. "Hace varios discos que vengo pensando en cómo lidiar con tanta violencia", afirma antes de su llegada a la Argentina
OAXACA, México
En el desierto, donde el viento corroe piedras y silencio, donde crecen plantas espinosas y fermentan mezcales, donde las montañas esconden secretos y ruinas de otros tiempos se siguen revelando, ahí, como producto de la madre tierra, desde el centro de muchas cosas emerge una voz, que es el grito de todo un pueblo y de una nación que no es nación, porque hay voces que son todas las voces y a la vez son voces únicas.
Lila Downs en su mágica terraza, mirándome. El cielo y la tierra de Oaxaca de fondo. Bienvenido a mi realidad, me dice.
Tiene su casa a unas cuadras del Zócalo, centro geográfico de Oaxaca capital. El lugar donde vive tiene el encanto de las cosas auténticas: las mesas, las sillas y los muebles pintados a mano, máscaras en las paredes, telas, diferentes plantas. Pienso que la casa, la arquitectura que nos encierra y libera, es muchas veces el reflejo de nosotros: Lila tiene una casa tan auténtica y colorida y personal como ella misma.
Ni bien llego al último piso, ya desde la cocina, con las ventanas abiertas de par en par, se puede ver la ladera de la montaña, las casitas, el sol que cae. Y ahí nomás veo y huelo y oigo los leños quemándose, la olla negra de barro, algo que se cuece en esa terraza mágica. Lucía, una de las chicas que cocina en la casa, trajo el maíz de su cosecha. Es nixtamal para tortilla, a la señora le encanta, me cuenta.
Y entonces ahí está ella, en su terraza. El cielo naranja de Oaxaca de fondo. Todo es como en un sueño. Hasta que oigo su voz gruesa como las raíces que salen de la tierra, y bajo a la realidad, a este plano.
Nos sentamos junto a la mesa de la terraza. A todas las plantas que hay aquí las riega su madre, que vive con ella, pero ahora no está porque salió a andar en moto. Lucía me trae un café en una taza de barro, frente al atardecer en las montañas, al lado de la amiga Lila. Ahora se levanta un vientito dulce y fresco, típico del desierto. "Esto es magia", le digo. "Lo es, ¿verdad?", dice ella. Y no necesitamos decir más nada. A veces necesitamos silencios.
Vuelvo atrás. Al origen del origen. La semilla de la voz. Qué hizo que germinara esta voz, en el medio de este desierto de palabras. Puede que todo tenga que ver con Mercedes Sosa. Lila Downs todavía no era Lila Downs. Apenas estaba recibida de antropóloga y andaba estudiando un textil indígena de su región, el huipil triqui. Lila cuenta que "el pueblo triqui, del noroeste de Oaxaca, es un pueblo pobre y discriminado. Las mujeres andan vendiendo sus artesanías por la ciudad, son muy buenas comerciantes. Siempre tenía mucha curiosidad, qué pasaba con esta gente, esta realidad que existe, como que no los queremos ver, y están por ahí sentaditos en las veredas. Cuando estudié el simbolismo de esa prenda roja a rayas que usaban, el huipil, me encontré con códigos lingüísticos, simbolismos mágicos de tejido que hablan de la historia desde el punto de vista de la mujer". Pero hay una noche de su vida. Una noche que cambia todo. Lila estaba con un amigo triqui. En un momento, alguien pone una canción. Una mujer cantaba. Una mujer con la voz de todas las mujeres, de todos los pueblos. Y la mujer con su canto decía: "Gracias a la vida". Lila preguntó quién cantaba. Y le contestaron que la argentina Mercedes Sosa. "Cambió mi vida en ese momento. Cuando escuché esa canción. Yo iba a ser antropóloga. Pero si no hubiera sido por esa canción, por Mercedes, esa noche de verano, yo siento que nunca me hubiera decidido a hacer música."
Vayamos aún más atrás. Cuando el cineasta de Minnesota Allen Downs y la cantante popular oaxaqueña Anita Sánchez se conocen en un café de Ciudad de México. Según Lila, su padre siempre contaba que la madre lo había embrujado con su canto. A partir de ahí, se fueron a vivir a los Estados Unidos. Se vuelven a México. Se establecen en Oaxaca. Y entonces llega Lila. "Crecí en un pueblito que está a dos horas de Oaxaca capital llamado Tlaxiaco. Mi madre es una mujer indígena de San Miguel el Grande. El pueblo es mestizo, por lo tanto hay mucha discriminación racial; una cuestión fuerte económica que es vivir de los grupos indígenas y explotarlos, pero a la vez discriminarlos: contradicciones que tenemos todos los oaxaqueños. Como soy hija de un norteamericano y tengo el apellido que me dio mi padre, donde estuve siempre sufrí un poco la discriminación. Porque a los mestizos no les gustan mucho los yanquis y a los yanquis no le gustan los mestizos. Viví un año y un año. Hice la preparatoria en Oaxaca. Pero luego, la universidad la hice en Minnesota y ahí estuve un buen rato. Cuando terminé la carrera de antropóloga me volví con mi madre a Oaxaca, porque había muerto mi padre. Fue muy drástico. Mi madre me dijo: «Ahora estamos solas». Y así tuvimos que protegernos entre las dos."
Lila siempre vivió en la frontera de su realidad, ni de aquí ni de allá, sino en todos lados, y quizá por eso, su primer grito transformado en canto viene desde la frontera, una frontera que divide un país de otro. Los que cruzan, los que se quedan. Una línea que divide cuerpos.
Era 1991 cuando una jovencísima Lila estaba trabajando en la casa de repuestos de autos que tenía su madre. Un hombre llegó en camioneta. Era un nativo. No hablaba español. Tenía unos papeles en la mano. Se acercó a Lila y le preguntó si le podía traducir el documento. Cuando lo vio era el acta de defunción de su hijo. Había fallecido intentando cruzar la frontera. Lila le tuvo que dar la noticia. Desde ese día supo que algo estaba pasando en su país. Y no pudo quedarse quieta. Y esa noche fue y escribió una canción sobre los habitantes de un pueblo que se van a otro país. Ese tema se llamó Ofrenda. Fue el primer grito de Lila.
¿Qué mueve a esta mujer a cantar por su tierra? Puede que su motivación venga de sus raíces. Hablamos un rato largo sobre nuestros ancestros. Me cuenta cosas de sus abuelitos, de lo importante de la palabra de los que más saben. Me habla con el atardecer encapsulado en sus ojos negros: "Cantar y representar a un pueblo es una responsabilidad y un privilegio. Desde hace varios discos vengo pensando en cómo lidiar con tanta violencia, con tantos muertos; uno mira la tele y ve cosas que ya se nos han hecho normales". Ella dice que el nuevo disco, Balas y chocolate, que presentará en la Argentina desde el próximo viernes (Rosario, Córdoba y Mendoza hasta llegar al Gran Rex el viernes 21 y sábado 22) tiene algo de eso. "En el disco anterior compuse un tema que es para las mujeres que hacen tortillas: cuando salimos hacia afuera nos preguntan cómo convivimos con la violencia y yo siempre contesto con este tema, porque debemos empezar a pensar en las cosas pequeñas y cotidianas, esas que nos unen y nos dan fuerza."
Mirar para otro lado
Cuando hablamos de las palabras narco y muerte se le apaga un poco la voz. El día que se enteró de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa estaba en su casa. "Sentí mucho temor y tristeza. Esto es algo muy terrible, que viene de hace muchos años. Hay un compromiso hoy de la gente, en todos los niveles. Al mismo tiempo somos tantos Méxicos, que es muy complejo. Pero ahora nos estamos preguntando bueno, y cómo, porque no hay unión a nivel político, se nos deshizo la izquierda. Quizá falte más tiempo para que pensemos de una manera lógica. Estamos pensando mucho en venganza. Deberíamos pensar en otras cosas."
Lila tiene un compromiso. Nunca fue de mirar para otro lado: en su último disco está muy presente la temática de la violencia y el narco. La canción Humito de Copal está dedicada a los periodistas muertos por carteles de la droga.
Lila recuerda una anécdota de hace dos años. Estaban dando un concierto en Sinaloa. Llegó un hombre, con otros hombres. Parecía importante porque lo vio desde el escenario. El hombre mandó a pedir un tema que le gustaba mucho. Alguien de la producción se acercó a Lila y le transmitió la petición. Pero le habían advertido una vez que a esos hombres no hay que complacerlos. Una vez que se abre la puerta ya no se puede cerrar. La canción la iban a cantar porque la tenían en el repertorio. Pero no pudo. No pudo con todo eso. Y ese día no la cantó. No cantó para ser libre.
"Donde da miedo, pero también me dio muchísimo gusto cantar, fue en Tamaulipas. Nos tocó ir desde Tampico hasta Ciudad Victoria. Ese trayecto era de susto: todos los carros que pasaban tenían ametralladoras. Y la gente que nos llevaba iba con dos carros blindados y con armas. Y ahora dicen que no puedes ni tomar la carretera ya. Mirar para el otro lado es parte de la naturaleza humana. La indiferencia es algo que hacemos para protegernos muchas veces."
Lila vive en su casa con su marido, Paul Cohen, su madre y su hijo Benito. A Paul lo conoció después de tocar con él durante un tiempo. Hoy es manager, productor y saxofonista de la banda. Vivieron en Nueva York hasta hace dos años, pero Paul se enfermó de algo muy grave, les decían que se iba a morir, y entonces se vinieron a vivir para Oaxaca a cambiar el humo de los autos por el aire de la montaña y el desierto, y parece que les fue bien, porque hoy su marido sigue vital y, como nos dice, ella "vivito y coleando". Cuando le pregunto por el hijo de ambos, Lila me cuenta que se lo llevó su madrina a pasear.
Aparece Paul. Es alto y largo como los rascacielos de su Nueva York natal. Le cuesta el español, Lila lo corrige todo el tiempo, parecen amigos, hablan en un idioma que sólo ellos entienden. Les pregunto por la música argentina actual. Lila dice que cuando van a nuestro país a tocar se quedan siempre con la boca abierta por el folklore. Destaca también la armonía y el nivel musical de los argentinos, pero la convicción para decir las cosas, cantar con ideales. Escuchamos temas de Balas y chocolate. Está bajando el sol. Lila me dice que vayamos a recorrer la ciudad. Que a esta hora se vuelve mágica.
De ronda mágica
Lo que sigue es como un sueño, un atardecer con viento desértico, una ciudad colonial, las luces de la tarde y la oscuridad de la noche. Entramos a la mezcalería Los Amantes. Muchos cuadros y botellones antiguos. Música ranchera. La chica del otro lado de la barra la saluda con los brazos en alto. "¡Volviste, Lila!" "Siempre vuelvo", contesta. Tomamos mezcales. Reposado en barrica, añejo, joven. "Es muy sabroso, ¿verdad? Esto es sabor a tierra, tierrita nuestra, lo que sale de aquí." Después caminamos por un paseo de artesanías. Tiene ojo de águila, dice Paul, cuando ve los negocios de artesanías. A Lila la saludan. A Lila la conocen y respetan. Paul me advierte que a su mujer la van a parar en cada uno de los negocios. Así que tenemos para un muy buen rato. Avanzamos por una vereda no muy poblada. Lila me cuenta que es muy de mercado, de comprar sus hierbitas, platicar con las señoras de las tortillas. Que cuando habla con ellas, se le quejan por las cosas que pasan, como si en Lila vieran algo más que una artista, algo más que una voz. Todas esas voces dentro de ella, confluyendo, un río interno de voces, y que en base a eso, compone. Hasta que llegamos a El Sol y La Luna. El lugar donde Lila y su marido tocaron por primera vez. El lugar es ahora una boutique. Por un momento Lila se pone algo nostálgica.
Ya es de noche en una peatonal repleta. La poca luz del ambiente hace que la gente no la reconozca. Dejo mi timidez de lado y le confieso que desde el día que pensé en esta nota, mi fantasía era cantar una canción con ella. Ella dice que no hay problema. Pero después me achico. Y Paul dice: "José, aquí mismo se ponen a cantar". Y ahí nos sentamos en un banco. Y ella me pregunta qué tema me gustaría. Zapata se queda. Y empieza a cantar. La gente se va dando vuelta. De a poco. La voz se les pega como el viento frío del desierto. Pero yo no canto. No me animo. Lila entonces me mira, me transmite calma. Y ahí sí, me animo. Y cantamos juntos: Serás tu Zapata/ el que escucho aquí/ con tu luz perpetua/ que en tus ojos vi./ En mi mente se oye/ que me dice así... La gente la aplaude. Nunca voy a olvidarme de Lila. El mezcal recién empieza a hacer efecto en mí.
Fotos: Gentileza Lila Downs, EFE y archivo