Con la que ella define como una “trilogía sobre la pasión”, Ariana Harwicz se impone en la escena literaria con una voz narrativa salvaje y un humor siempre tenso.
Por Daniel Gigena
Con la publicación de Matate, amor en 2012, la obra de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) se impuso de manera rotunda. Su modo de narrar la maternidad, el erotismo y la singularidad de sus personajes femeninos en estructuras tradicionales, como las de la familia, la monogamia y la consanguinidad, primero sorprendió a los lectores y luego dio paso a una atención tensa, como la que exige la lectura de sus novelas. No falta humor en las novelas de Harwicz, pero es un humor brusco, en el que late una tirantez casi funesta para sus criaturas.
Desde este año toda la obra de Harwicz está publicada por el sello porteño Mardulce. Son tres novelas breves e intensas, en las que predomina una voz narrativa que se define a sí misma como bestial, salvaje, incurable. La débil mental, de 2014, exploraba el vínculo entre madre e hija en un mundo sin hombres, habitado apenas por ellas y un perturbador objeto de deseo. En Precoz, de 2016, madre e hijo deambulan por zonas periféricas (un término que también podría caracterizar la literatura de Harwicz), como si fueran dos personajes de un film de François Truffaut. “A veces veo madres e hijos ya de una cierta edad que no sé si son amantes, pareja, amigos, ex novios. Esa confusión, que la veo en la vida, también me interesa trabajarla en la literatura”, contó en una entrevista. Harwicz vivió en Francia, a cientos de kilómetros de París, con su hijo, pero desde hace tiempo no tiene un domicilio fijo. “Me gusta la extranjería”, afirma. Durante abril viajó a Buenos Aires para participar de la presentación de su “trilogía extrema” y reencontrarse con seres queridos y lectores.
¿Por qué elegís los soliloquios como forma dominante de tus novelas y en qué sentido las determinan?
Determinan un sentido teatral, dramatúrgico de mi escritura, cierta intimidad, un plano muy cerrado, en términos técnicos y cinematográficos. Además, son la forma que adquiere la manera insistente, repetitiva, machacona, siempre espiralada de pensar de los personajes. El soliloquio, el monólogo, es la estética, la forma que adquiere la pasión de los personajes. Quizá porque no admite la intrusión, la intromisión del afuera, como una cabalgata mental, como una ballesta que va directo, como una mente desbocada.
¿Qué temáticas te interesan?
No hay temáticas que me interesen. No pienso ni la escritura ni la literatura ni el arte en términos de temáticas ni de géneros ni “de qué se trata” una novela. No se trata de nada, a condición de que sí haya un tratamiento de la lengua, la invención de un lenguaje, de una política en la gramática, de una visión que es el estilo. Sin estilo no hay nada, pero sin temática puede haber una obra. O sea que no podría decir qué temáticas me interesan pero sí qué tratamiento de la lengua.
¿Cómo decidiste ser escritora? Y, una vez convertida en escritora, ¿era lo que pensabas?
Yo quería, lo quería terriblemente, vivir la vida de los escritores, de aquellos que supeditaban la vida a la escritura, de esos que vivían muchas vidas en lo que llamamos una sola vida, un solo relato. Pero no decidí ser escritora: un día la escritura se impuso, un día se trocó la vida por la escritura, y se volvió un destino.
¿Te parece que la literatura está aún por delante de las artes o se volvió conservadora?
No me parece que esté por delante; hay mucha cobardía, hay un deber de concesión, está la doxa, el mandato de época, la autocensura del escritor. La literatura se volvió conservadora pero en igual medida que otras artes, sobre todo cierto cine, incluso en el cine es mucho peor porque hay dinero en juego. El arte es antinómico al conservadurismo, es una cosa o la otra.
¿En qué trabajás actualmente?
En un proyecto de novela donde un hombre está en un banquillo de los acusados. Es un hombre contemporáneo, humillado, reducido, amanerado, degenerado, fragilizado, vuelto un idiota. El escarnio social lo termina linchando.
¿Vas a volver a vivir en la Argentina?
No pienso en volver pero tampoco es que vivo en un lugar definitivo. Me gusta la extranjería, la desnaturalización, incluso el destierro, la falsedad, la identidad confundida, la extraterritorialidad, y todo eso; me gusta el efecto que termina causando en la escritura. No soy una exiliada política. O sí, teniendo en cuenta que escribir es siempre empuñar un arma, es siempre esa tensión con la ilegalidad y la conspiración.
¿Tus libros forman una trilogía? ¿Sobre qué?
Es una trilogía totalmente involuntaria. No fue una programación sino un devenir. Podría decirse entonces que es una trilogía sobre la pasión. La pasión es siempre un desquicio.