Si Allen Ginsberg soñaba con Walt Whitman y con Lorca en un supermercado, tan solo por haber tocado sus páginas en su célebre poema "Un supermercado en California", en la última novela con impronta onírica de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974), el encuentro del protagonista con Mariana Enriquez en el relato es la marca alucinada de su crónica "Acá nadie se muere". El texto de Enriquez alimenta algunas de las aventuras del narrador de Vuelta y vuelta, un tal Havilio, cuya madre ha muerto recientemente.
Pero no es la única lectura que se trenza en esta narración en permanente descomposición y cambio; en varias entrevistas, el escritor menciona un arco que va desde La vida es sueño, de Calderón de la Barca; textos vinculados a la madre del autor –la artista plástica Mónica Rossi– hasta la turbulenta historia de la isla Martín García, que se inicia con el desventurado conquistador Juan Díaz de Solís, continúa con una loca utopía sarmientina y encierra a varios presidentes de la Nación argentina en su territorio. Todo eso, por indicar un telón de fondo, se agita en la séptima publicación del creador de Opendoor, Pequeña flor y Paraísos, entre otras novelas.
"Qué asquerosa! Qué increíblemente asquerosa es la realidad! Ni bien puse un pie en la isla me entraron unas ganas locas de emborracharme. Me adelanté a la horda de jubilados, estudiantes y parejitas que como yo desembarcaban, precisamente, de La Realidad, así se llamaba nuestro catamarán. Caminé rápido por el muelle en busca de un bar. Bienvenidos a la isla Martín García. Solís, Garibaldi, Brown, Yrigoyen, Perón, Perón!". Así es la llegada del protagonista a la mítica isla argentina, en busca de un breve lapso para retomar su escritura, aflojar el impacto de haber encontrado muerta a su madre, desconectar. Lo que va a acontecer luego puede relacionarse con la concatenación de los sueños, el delirium tremens o el movimiento infernal y celestial de Dante... lo cierto es que –parafraseando al narrador– las explicaciones también son asquerosas, más para un relato que se propone desdibujar ciertos límites entre los géneros, emparentar los universos de donde provienen distintas clases de textos, al convertir todo en ficción y todo en real.
En este sentido, Vuelta y vuelta alterna páginas hiperrealistas (críticas sobre la obra de su madre, cartas escritas para él) con su viaje a la isla y fuera de ella, en la que, por accidente y curiosidad, termina desatando una guerra civil, se involucra en una pasión amo-esclavo y luego escapa hasta un paraje intangible en el que vive un amor sabroso, calmo, que discute con las imposiciones de la monogamia, la posesión, y lo arrastra a una experiencia chamánica de purificación. "Mi convicción es que todo es real, lo que es y lo que fue tiene su reverso en lo que pudo ser o podría ser. En esa conversación se pone en juego lo que escribimos", afirma Iosi Havilio, y lo confirma en esta novela, cuyo devenir arborescente nos recuerda la prosa del Aira de La guerra de los gimnasios, pero con un lenguaje frenético, lleno de esos graciosísimos signos de admiración que nunca abren, bisagra entre una lengua con código contemporáneo y la pura exaltación que amerita el suceder de las aventuras narradas.