Nada que ver con un libro autobiográfico o de memorias. Mucho menos un diario íntimo. Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), escritor de una veintena de obras entre ensayo y narrativa, ganador del premio Herralde por su novela Ciencias morales (que inspiró la película La mirada invisible, de Diego Lerman), continúa el sistema de escritura que postularon el norteamericano Joe Brainard y, ocho años más tarde, el francés Georges Perec con sus respectivos Me acuerdo. La saga es así: Brainard rompe el hilo narrativo y la solemnidad de los recuerdos y escribe un libro que siempre comienza igual: "Me acuerdo de…", en el que se suceden episodios banales, caprichosos o inquietantes. En estos textos, lo importante no es acudir a la historia de una vida, sino al efecto estético de un particular recorte y orden, como en una galería de arte. Perec, encantado, determina: hay que copiar este libro, y lo hace, siguiendo la regla de la enumeración de sus Je me souviens al principio de cada párrafo. En 2020, Martín Kohan toma la posta, pacta con el mecanismo del plagio y la cita, que alimenta gran parte del sistema literario, y elabora su propio Me acuerdo. Publicado por Ediciones Godot, el texto del autor argentino se restringe, a diferencia de sus precursores, al momento de su infancia, la primera década aproximadamente, y abandona la anáfora estructurante de cada nuevo episodio del pasado. La síntesis es mayor y el hilo invisible que une el libro es una escritura rigurosa, despojada de cualquier subrayado de emociones o de exaltación de su historia personal. Martín Kohan pone a prueba la fuerza evocadora de una prosa articulada en la indicación pura: "Cumpleaños de mi hermana. Mis abuelos maternos le regalan un par de patines Leccese. Pero traen de regalo un par de patines Leccese también para mí. Fuerte discusión familiar sobre el tema". "Día de la madre. Mi papá compra de regalo una cafetera Atma. Mi mamá se enfurece: dice que eso no es un regalo para ella, dado que él también toma café. Discuten fuertemente".
A base de repeticiones verbales, acumulaciones temáticas, desacatos infantiles, el libro nos arranca más de una vez una carcajada. Juguetes, novias, escenas escolares, marcas preferidas, pero también la presencia de la violencia de la última dictadura argentina, en la lateralidad de una familia convencional.
Me acuerdo provoca una lectura de neurona espejo: imposible no salir a buscar episodios similares; más una gran ansia de conjeturar. El autor renuncia a narrar, pero no sus lectores. Incluso, devenidos detectives, podemos estar ante las pistas posibles que expliquen las apariciones públicas de M. K. vistiendo siempre metódico conjunto deportivo de las tres tiritas: "Publicidades en las que trabajé: Terrabusi, papas fritas Bun, flan Ravanna, pantalones Lee, colonia Gelatti, afeitadoras Gillette, jugos Pindapoy, revista Billiken". "Para un baile de carnaval, me puse guantes de arquero y buzo de arquero y rodilleras de arquero. No obstante, por la calle, una chica me paró para preguntarme de qué me había disfrazado". "En séptimo grado, les pedí a mis padres que me compraran un equipo Adidas, que era el que usaban casi todos mis compañeros. Me compraron un equipo Topper". Como única ilustración, acompañan los textos las fotos de un niño rubicundo de propaganda: literal. Porque en
Me acuerdo, lo literal se vuelve literatura.