A 25 años de su muerte, Mi músicaes para esta gente reúne todos los textos breves de Daniel Moyano, el gran escritor que supo retratar los ambientes del Interior y cuya obra tuvo que superar los vaivenes del exilio para ser difundida.
Por Daniel Gigena
A 25 de años de la muerte de Daniel Moyano (1930-1992), la editorial cordobesa Caballo Negro publicó un volumen decisivo que compila toda la narrativa breve del autor reclamado por varias provincias argentinas. Moyano nació en Buenos Aires, vivió en Córdoba durante la infancia y la adolescencia, y luego se instaló en La Rioja, donde trabajó como músico y periodista hasta que se exilió en España. La edición reúne ocho libros de cuentos, pero agrega, además, escritos del autor publicados en diarios y revistas, como el radiante “Haroldo andaba en la luz”, una semblanza de Haroldo Conti modulada por varios encuentros entre los dos escritores argentinos.
La luz es una de las presencias tenaces en los relatos de Moyano. Narradores y personajes están siempre atentos a las variaciones de la claridad y la oscuridad, a las sombras y los destellos, como si de esos cambios irradiaran en verdad las tramas. “Menos mal que el sol era también un alimento, por esos tiempos, en esta tierra bendita”, se lee en “Al otro lado de la calle, en el tiempo”. Ese primer cuento de un libro que hasta ahora no había sido publicado en la Argentina (Mi música es para esta gente, de 1970, fue publicado en Caracas por Monte Ávila Editores) y que la edición de los cuentos completos recupera es emblemático de la narrativa de Moyano. Allí se condensan los ambientes de provincia, la convivencia áspera entre adultos, animales y niños, el registro onírico y una característica quizás menor pero recurrente en los cuentos del autor: la presencia de tías y tíos. No hay en la literatura argentina otro escritor que les haya dado tanta presencia a esos personajes. Ya en su primer libro (Artistas de variedades, de 1960) aparecen como figuras a la vez cálidas y siniestras. “No olvidaba que su tío solía tener siempre razón, solo porque era su tío o porque, aunque no tuviera méritos para serlo, era importante; y porque su desorden, o mejor su esquizofrenia, era en aquella casa un orden absoluto que había que respetar”, se lee en “Una partida de tenis”.
Como fantasmas, los narradores de los cuentos de Moyano acceden a las tramas desde umbrales temporales o geográficos. Desde el futuro, el pasado o el exilio, toman la palabra y recuperan episodios que, en principio, parecen insignificantes hasta que, de a poco, adquieren un simbolismo y un espesor inusitados. “Él procede por excavación y no por acumulación”, escribió Augusto Roa Bastos, que hizo mucho para difundir la obra de Moyano, atada (como en muchos otros casos) a los vaivenes políticos de la Argentina. En Madrid, Moyano escribió El vuelo del tigre, de 1981, una de las mejores alegorías novelescas sobre la dictadura militar.
Otra de las coordenadas que definen la escritura de Moyano es su relación con la música. Intérprete, docente y crítico amateur en la redacción de El Independiente (diario que cofundó en La Rioja), el narrador de la luz de provincias rescata, en Un silencio de corchea, fábulas, historias y memorias de su pasado como músico ambulante. “Entre los años 60 y 76 fui ejecutante de viola en un conjunto musical del noroeste argentino. Viajábamos llevando música a los pueblos más apartados, tanto del llano como de la cordillera. A falta de salas, actuábamos en los patios de las escuelas, o debajo de los árboles, o a la orilla de los ríos que bajan de los Andes hacia el Atlántico”, recuerda Moyano en el prólogo de esa obra publicada en 1999. Mi música es para esta gente es uno de los libros del año, que desde las sierras de Córdoba también “baja” hasta las librerías porteñas.
LA NACION