Dos tiempos y dos maneras de narrar se cruzan en La sed, la última novela de la prolífica Marina Yuszczuk (Buenos Aires, 1978). Su primera parte la ocupa el relato de una vampira, emancipada definitivamente de su típico papel de amante de algún noble chupasangre. En esta novela, será ella quien realice cacerías brutales, quien despierte ese deseo irrefrenable de querer ser devorado en el acto amatorio. La segunda parte de La sed es el diario que lleva una mujer contemporánea, separada, con un hijo pequeño y con la carga de estar perdiendo a cuentagotas a su propia madre, a causa de una enfermedad terminal, bajo la impasible mirada médica que la conecta a diferentes dispositivos y ortopedias que demoran su partida.
Una por la sed de sangre eternamente insatisfecha, la otra por el abrasador dolor de la pérdida y el desencanto de la edad madura, las dos parecen estar destinadas a encontrarse en este hueco de los siglos, bajo el influjo de lo único que teje sentidos en esta historia: aquellos impulsos que mandan los cuerpos, que los une sin juicio, guiados por el placer y la absoluta y fugitiva liberación que ofrece.
"Estábamos escondidas en el bosque, adonde volvíamos de vez en cuando para rememorar, desnudas, lo salvaje que había en nosotras. Las ramas de los árboles se extendían como esqueletos suplicantes, huesos ennegrecidos; el suelo estaba cubierto de nieve". La vampira relata su exilio del tiempo del progreso, el exterminio de las de su estirpe y la comunidad de hermanas a la que hubo pertenecido. En síntesis, narra el cambio de figuritas sobre lo monstruoso: un mundo que elimina seres extraordinarios como estas voraces criaturas a fuerza de instalar sistemas de control y vigilancia que van de la Inquisición a la investigación policíaca y sanitaria. Su necesidad de sobrevivir la hace llegar a una precaria ciudad portuaria, bañada por el Río de la Plata, fangosa pero fértil para sus últimos ataques. "Por fin separé la boca del cuello de Justina y, satisfecha, salí al encuentro de la luna. Tendí los brazos al cielo y le grité, en una súplica que fue tan inútil como todas las súplicas. Le pedí que me recibiera". La derruida y fantasmagórica estancia de Rosas, que durante largos años quedó abandonada hasta su definitiva demolición, es el espacio donde toma lugar esta escena. Otras aprovecharán el espectáculo cadavérico de la fiebre amarilla o la construcción del actual cementerio de Recoleta. En La sed hay un trabajo sólido de documentación que reconstruye una Buenos Aires distante en el tiempo, formidable para albergar todo lo lúgubre y rancio que necesita el nuevo gótico que despuntan una generación de escritoras argentinas, a la que Yuszczuk se suma con esta novela.
"Caminábamos bajo un cielo sin estrellas; por encima de nosotras el espectro gaseoso de los reflectores, que caía sobre las hojas marchitas de los árboles, era el único lujo a la vista, un polvo dorado disuelto en el aire". La sed, la sexta publicación de Marina Yuszczuk –entre otros libros de poesía y narrativa–, también es la historia de dos mujeres que huyen de la muerte, de la abulia o del dolor del disciplinamiento para encontrar breves oasis en el goce erótico, desplegado en toda la novela, al que se arrojan sin vacilar: vivamos y amemos.