Aunque es una avezada poeta, Mercedes Halfon escoge, en El trabajo de los ojos, la dirección opuesta a los procedimientos de su oficio. Subvierte el uso metafórico corriente de la mirada –la vista, en rigor– para adentrarse en su materialidad, en los complejos dispositivos fisiológicos del ojo y, sobre todo, en sus fallas.
El texto tiene una superficie anecdótica con la medicina en primer plano. Es, si se quiere, una historia clínica. El recorrido de una primera persona aquejada por el estrabismo que, en el penoso derrotero que imponen las enfermedades crónicas, debe lidiar con los oftalmólogos desde la infancia.
Al tiempo que se revelan los avances y retrocesos de toda una vida dedicada a enderezar los ojos, surge, como contrapunto permanente, una segunda voz en clave de diario personal que aborda el vínculo entre la visión y la experiencia del mundo. “En última instancia, la subjetividad y el punto de vista tienen un principio fisiológico antes que psíquico. La subjetividad pareciera ser objetiva”.
En el mismo impulso asociativo, los problemas oftálmicos –incluida la ceguera– se conectan con la literatura. Desde la iconografía que distingue al intelectual por los anteojos –la noble marca del lector abusivo, una medalla antes que una debilidad– hasta el valor terapéutico, por así decir, de la escritura en tanto “sería una forma de orientación posible, un mapa” para los ojos que “están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse”.
Todo comienza con la muerte de Balzaretti, el oftalmólogo histórico de la narradora, cuya palabra predictiva la salvó allá lejos y hace tiempo de la cirugía, casi un rito dentro de una familia en la que los desvíos oculares han sido una herencia ineludible. Según evaluaciones posteriores, tal operación habría resultado muy perjudicial.
El apellido Balzaretti le cuadraría a la perfección a algún personaje de oficina del cine argentino en blanco y negro, al que, por caso, Ernesto Bianco, siempre zumbón, podría decirle: “¡Balzaretti, usted se la pasa de farra!”. Pero no, Balzaretti no es producto de la imaginación de un guionista, sino un habitante de la cartilla de una prepaga. Como Horvilleur, su reemplazante, también relevante en la trama (de la misma índole es la enumeración sin omisiones de las quichicientas especialidades médicas que figuran en la página web de la UBA). El lazarillo de repente no está. Una ausencia inesperada que dispara el aluvión enciclopédico y, en paralelo, la reflexión íntima en torno a ver y no ver.
Por orden de aparición: las estrategias para equilibrar el trabajo de los ojos rebeldes que no se atienen a la simetría, la historia de Braille, un muestrario de patologías oculares, el recuerdo entrañable de la Chilindrina –la niña anteojuda con quien la mujer que narra ha sentido una poderosa identificación–, las prevenciones ante la llegada de un hijo… El trabajo de los ojos alterna la escala entre la historia científica y la saga familiar, igual que se modula el foco, para examinar la complejidad de un acto que, sin las privaciones que inflige una enfermedad, pasa inadvertido.
El proceso óptico (además de químico y nervioso, nos ilustra Halfon) que convierte la luz en visión es el grado cero de la construcción del mundo. La herramienta primordial de eso que llamamos culturas.
El diario personal es preciso y discreto. Una media voz que ventila apenas una vida que vemos de soslayo. Como quien describe sus asuntos cotidianos de acuerdo con el interés del interrogatorio médico. El registro, sin embargo, es austero y tierno al sobrevolar los meandros domésticos. Entrañable. Por su parte, la reseña histórica (de la oftalmología) se esmera en el detalle. La Antigüedad clásica, el belga Plateau, Santa Lucía y así. La especialidad afinca sus saberes junto a las primeras inquietudes filosóficas. Y se trata, “salvo en su vertiente quirúrgica”, de una disciplina incruenta. Se maneja con cifras de medición, cristales, marcos y buenos consejos. “Los ojos son la parte más abstracta del cuerpo”, nos dice la narradora-paciente abriendo las puertas, ahora sí, de la especulación poética. Acaso el verdadero brillo de los ojos.
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