Ni magia ni hadas. La novela del escritor norteamericano convertido en ciudadano irlandés, James Patrick Donleavy (1926-2017), camina frenéticamente las calles de la desolación sin remedio ni final feliz. En Cuento de hadas en Nueva York, la alusión a seres alados o transparentes, viene aquí a subrayar su ausencia e imposibilidad: nada aminora ni salva la empinada ruta en descenso de la vida de Cornelius Christian, el protagonista de esta ficción de humor negrísimo apenas suavizada con buenas dosis de sexo y alcohol.
Febrero frío en el hemisferio norte. Cornelius Christian regresa de Europa en barco (la primera edición del libro es de 1961, el escenario está plagado de trenes, barcos y teléfonos encontrados en la guía pública, un tesoro vintage) a su tierra natal, Estados Unidos, junto con su mujer, que falleció sin mayor explicación en el transcurso del viaje. Los pormenores de descender a un puerto y pasar por migraciones con un ataúd no se escatiman y van dando la pauta de la clase de risa bufonesca que sostiene el drama del relato. Sin un peso para afrontar los gastos, el empleado de aduana resuelve todo con la amabilidad que inspira la figura de Cornelius: un tipo de 30 años en gran estado atlético y que fascina tanto a hombres como a mujeres por su exótico acento inglés. La lujosa funeraria Vine se hace cargo del sepelio. Su dueño, Clarance Vine, un perfecto comerciante que se sube al auge inmobiliario de esa época, no pierde oportunidad de apalabrar a Cornelius mientras aún se velan los restos de su mujer y lo convence de que la mejor forma de pagar la deuda de ese entierro es trabajando para él en una de sus sucursales. En el primer paseo por el negocio, Cornelius terminará desmayado ante el espectáculo del arte estético post mortem y, para aumentar su impresión, será recostado en una de las camillas bajo la orden de "cósanlo, por favor" de Vine, refiriéndose a un botón de su camisa.
Devenido funebrero, viudo, alojado en una pensión administrada por una mujer avara y paranoica, perseguido por un maniático exhibicionista de lemas –cada vez que se abre el saco Cornelius encuentra una frase cual carta de tarot hasta en el mismísimo tribunal donde más tarde tendrá que declarar por una demanda–, el libro de Donleavy no ceja en retratar de manera despiadada a los habitantes que sostienen una ciudad criminal. Y su non sancto personaje principal resulta, frente a ellos, un descentrado melancólico que toma lo que puede, pero que discontinúa toda pretensión del deber ser para triunfar en esa urbe. Una novela que como tantas otras del período arremeten contra el american way of life. "Farsantes y putas", masculla más de una vez este antihéroe, en referencia a la población norteamericana, desde la barra del bar, para luego inmolarse cíclicamente en apoteóticas escenas de sexo y trifulcas.
"–Pero ¿cómo puede usted sobrevivir, doctor?
–Para mí es fácil. Silbo, canto, toco el violín. No tengo ninguna clase de sueños. Ninguna clase de esperanzas. Me levanto a las seis de la mañana. Saludo a todos los animales del zoológico. En vez de almorzar, me echo una siestecita y tengo una erección. El resto del tiempo estoy demasiado ocupado para morir. El secreto consiste en ceder un poco y en tomar otro poco. Cuando uno es lo bastante fuerte, toma un poco más.
Christian sale por esa puerta. La placa de bronce donde dice «Doctor Pedro». Capaz de curarlo a uno cada vez que el mundo lo aplasta con su peso". Golpeado desde su más tierna infancia, Cornelius Christian apenas afloja su posición picaresca para dejar entrever ese pasado de orfandad y maltrato que recuerda en su reencuentro con su barrio natal, el Bronx. Y, si por todo consejo medicinal le señalan el descanso y las delicias de la virilidad, será en los brazos de la viuda millonaria Fanny Sourpuss –quien se asume orgullosa ninfómana– y en los de todas las mujeres que se cruce donde intermitentemente suspenda el dolorido latido de su mente. En esta novela, rescatada por la nueva editorial argentina Cía. Naviera Ilimitada, la maravilla es permanecer de pie sin venderle el alma al trillado camino del éxito, "antes de que el fatal Rigor y de que el final Mortis empiecen".
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