Leo Oyola. “Nuestro sector resiste el nocaut como puede”
A causa de la inédita cuarentena que se vive desde mediados de marzo en el país, uno de los libros de ficción más esperados de 2020 tuvo que ser publicado primero en formato digital. Cuando reabran las imprentas, llegará a las librerías Ultra/Tumba (Literatura Random House), la nueva novela de Leo Oyola. Narrada con ritmo musical (a veces melodioso, a veces arrebatado) por una mujer que cumple condena en una cárcel conocida como La Chanchería, la ficción de Oyola cuenta más de una historia: la trama de un amor entre dos mujeres, las fantasías de las presas sobre el exterior y un motín en el que intervienen elementos sobrenaturales. Este escritor nacido y criado en el oeste del conurbano bonaerense, que se hizo popular entre los lectores de todas las generaciones con Kryptonita (su novela anterior), sigue adelante con la representación de personajes, ámbitos y lenguajes situados más allá de los umbrales establecidos por el realismo y las fórmulas de los géneros.
–¿Cómo surgió Ultra/Tumba y en especial la idea de narrar una historia de amor entre dos mujeres en una cárcel?
–Es el tercer motín que escribo. Y como en uno de ellos, un relato que se llama "Matador", contaba lo que podría haber sido el inicio de una relación y más que nada un vínculo de forma platónica entre esas dos personas; para esta novela quise que las protagonistas fueran mujeres y arrancar cuando está terminando una historia de amor. El momento del "yo a vos te quise mucho, ¿sabés?"
–Es una novela con un espacio definido: la cárcel de mujeres. ¿Qué límites impone centrar la narración en ese lugar?
–Todo debía ser desde adentro. No solo de rejas para adentro. Narrar desde adentro de ellas: lo más íntimo y profundo. Y antes que focalizar en hechos, brindar emociones, miradas y sutilezas por encima del bolonqui en el que están metidas y del desborde de la situación. Cada historia compartida, cada vida con la que me he cruzado en una unidad penitenciaria, realidades tan duras a la hora de narrarlas; era meterse en algo de naturaleza negra hasta encontrar ese sentimiento que podía llegar a iluminar todo en un bienvenido instante.
–¿Diste talleres y participaste de lecturas para personas privadas de la libertad?
–Así como voy a escuelas primarias, secundarias, universidades, talleres literarios de colegas, ciclos y eventos similares invitado por mis libros, cuando responsables de talleres dictados intramuros me convocaron por dar mis textos no tuve ningún problema en entrar a una cárcel. Era encontrarme con lectores. Algo que hago habitualmente. La primera experiencia se dio en 2012 en el Agote y ahí los docentes eran Kike Ferrari y Juan Mattio. Me conmovió. Siempre conmueve el intercambio, el diálogo y los deseos de que las cosas mejoren. Aún volviendo a una misma unidad penitenciaria nunca es igual. Les leo. Trato de sacarles alguna sonrisa. Respondo lo que me preguntan. Pero mayormente voy a escuchar y a compartir.
–¿Por qué elegiste incluir el elemento sobrenatural en la novela, que comienza en tono realista?
–Si me quedaba solo en lo realista iba a ser imposible sostener la escritura de una temática sumamente agobiante. Soy un escritor de ficción y no un cronista de la realidad, y me puedo tomar licencias estilísticas. Los géneros literarios permiten en ese aspecto la denuncia social como disparador y que de la exageración aparezca la reflexión. En lo referido a textos y películas sobre zombies, el muerto vivo en sí no es lo atractivo ni siquiera como criatura. Lo que imanta y lo que no deja de sorprendernos es como las y los sobrevivientes son capaces de sacar lo peor de su ser con tal de zafar. Una crueldad extrema pero contradictoriamente humana a fin de cuentas. Y es interpelarnos: ¿seríamos lo suficientemente soretes como para hacer eso?
–Después del éxito de Kryptonita, ¿pensás continuar esa serie con los personajes de esa novela?
–Kryptonita es de lo más lindo que me pasó en la vida y de lo mejor que me ocurrió como escritor. Me llevó a muchos lados y me hizo conocer gente de diferentes palos artísticos, y espero que esos encuentros y eso que ellas hacen macere en mí para darme más herramientas a la hora de narrar. Creo que no seguí literariamente con otras historias dentro de ese universo o no me puse a contar algo con alguno de sus personajes porque la historia la pensé solo para lo que conté en la novela y porque además estoy convencido de que, después de la película, de la serie y de la historieta ya no soy el único autor y el único responsable de ese universo.
–¿Cuándo sabés que un libro tuyo está terminado?
–Cuando mi editora me dice: "Leo, basta. Ya está. Dejate de joder. Entregá la novela". Y sabe Dios que, con Ultra/Tumba, Julieta Obedman me tuvo una paciencia enorme y me esperó todo lo que necesité: ¡siete años! Marzo del año pasado fue fundamental para cerrarla, tuve una serie de lecturas en Rosario. Después de una entrevista pública en el Galpón de las Juventudes, en la Unidad Penitenciaria nº 5 de mujeres y en el Bar Oui en donde la poeta Alejandra Méndez Bujonok organiza el ciclo de lectura de la Biblioteca Argentina, probé por última vez ante públicos muy diferente los textos. Y sentí que la cosa funcionaba para todas y todos por igual. Una conexión y emoción que era la misma que yo estaba experimentando mientras escribía la novela.
–¿Qué es la "magia/veneno" de tus amigos lectores y escritores?
–Fue fundamental para escribir una novela zombie en nuestro país haber disfrutado de lo que hicieron Leandro Ávalos Blacha con Berazachussetts, Esteban Castroman en El alud y Hernán Domínguez Nino en Los muertos del Riachuelo. Con Leandro y Esteban somos muy amigos. De hecho, Lean leyó la novela, corrigió y me tiró un par de cosas que le hicieron muy bien a Ultra/Tumba. La soltura y el desenfado de ellos tanto en sus textos como en la vida. Y ese amor que tienen por el género era algo que además de incorporar tenía que respetar. A Hernán lo he tratado poco y en verdad fue un descubrimiento enorme su nouvelle. Y como ganó en un terreno tan difícil como lo es el social y el político sin hacer bajada de línea. Esas lecturas más la trilogía under de películas de Farsa Producciones, tanto en lo lúdico como en el humor, me dieron alas y libertad para meterme en un terreno en donde un poco jugaba de visitante como lo es el terror de nicho. Pero además fue fundamental lo compartido de rejas para adentro con colegas que se encuentran privadas y privados de su libertad y el trabajo de los coordinadores de esos espacios, en especial Fernanda Petit, Ignacio Benítez y Lucas Adur con quienes hemos compartido infinidad de charlas, momentos amargos y muchas alegrías así como también el dolor de los cacerolazos generados por noticias falsas, ignorancia y punitivismo.
–¿Cómo estás llevando esta cuarentena? ¿Creés que afectará aún más al sector editorial y el trabajo de los escritores?
–Esto es inimaginable. Y a la vez cuando habló el Presidente el domingo 15 de marzo, más claro imposible. De hecho los números hoy, dos meses después, hablan por sí solos. Obviamente la economía está sufriendo muchísimo, sobre todo después de lo baqueteada que venía por el gobierno anterior. En lo que es nuestro rubro veníamos bastante tajeados. El verano fue una bocanada de aire y de esperanza enorme. Muchos proyectos concretos. El 2020 pintaba otra cosa. Por fin salía el sol. Por fin volvíamos a activar. Y de repente esto. Que cuesta creer. Que cuesta asimilar. Pero que es lo que es y con lo que no hay que joder. Todos los sectores económicos se ven afectados y el nuestro, al que ya le vienen dando para que tenga, resiste el nocaut como puede. Nuestro laburo como escritores también. Tendremos que reinventarnos. Tendremos que ver cuando se levante la cuarentena qué tenemos para ofrecer y para hacer además de nuestros textos publicados.
–¿Cómo fue tu entrada en la literatura, quiénes fueron tus maestros y quiénes son los colegas de los que sentís más cerca?
–Mi maestro fue Alberto Laiseca. Ricardo Romero me dio una gran oportunidad. Gente que me supo aconsejar y cuidar son Juan Sasturain, Pablo Ramos y Antonio Santa Ana. Generosas con lo que escribo siempre lo han sido Claudia Piñeiro, Mariana Enriquez y María Inés Krimer, a quienes les tengo muchísimo cariño. Un primo cinco minutos más grande que yo, el que me enseñó a patear rocanrol leyéndolo, es Marcelo Figueras. El que me llevó a bailar es Ariel Bermani. El que hace objetos maravillosos es Juan Diego Incardona. Amo al western como a Miguel Ángel Molfino, a quien admiro profundamente. Siempre me gustó lo que hace Guillermo Orsi. Espero lo próximo de Acheli Panza. Es un orgullo y un honor laburar con Lauri Fernández y Lula Comeron. Son únicas las charlas que tengo con Sebastián DeCaro. Escuchar a José María Marcos. Me hace feliz que anden cerca Kike Ferrari, Nico Ferraro y Juancito Carrá. Como la amistad que se está dando con Cecilia Ferreiroa. Tengo un hermano poeta, Hernán Lucas. También una hermana punk que es Selva Almada. Y otra loca linda que es Gabi Cabezón. Y estoy con Alejandra Zina, que es leer y escribir.
–¿Dirías que tus novelas tienen un lenguaje propio?
–No creo tener eso y tampoco sé si retrato cómo habla la calle o un lugar determinado. Si sé que me encanta darles expresiones que escucho en la vida real a mis personajes para hacerlos sentir cercanos. El argot es algo que va mutando. Incluso la jerga tumbera no es igual ni siquiera en las diferentes cárceles de una misma provincia. El lenguaje es sumamente territorial y eso es algo que me fascina. Incluso cuando alguien no es de ese lugar o no ejerce ese tipo de laburos por izquierda al pronunciar esas palabras específicas le quedan forzadas. De ahí también los apodos o sobrenombres. Que tienen su inventiva, su picaresca y su marca registrada de donde uno es oriundo.
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