Capitán de mar, su propio destino parecía estar a la deriva, cuando, tras años de búsqueda por el mundo, vio a la mujer con la que supo que se iba a casar: ¿Lo sabría ella también?
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Había sido una semana horrible...
José se encontraba en Bogotá, Colombia, para negociar un contrato con un editor a fin de publicar su primer libro. Sus raíces eran argentinas, sin dudas, pero como capitán de mar había visto mucho de las personas y el mundo; amaba las letras y los pequeños hechos significativos de una buena historia, aunque la suya personal estuviera a la deriva.
Las cosas no salieron como había esperado, el editor no estaba convencido con su obra, le parecía “demasiado local” y pedía cambio, tras cambio. Para ayudarlo le asignó a una editora, con la que en pocas horas inició un flirteo que rápidamente los llevó a olvidar el análisis de sus líneas.
Así, llegó el viernes y el libro y el incipiente romance con la editora no despegaron: “Me sentía frustrado y con ganas de volver a casa”, rememora José, ocho años después. “El sábado, finalmente, hice la maleta y me fui al aeropuerto El Dorado silbando bajito...”
Un argentino enamorado de Colombia: “Por alguna razón esa tierra me llamaba”
El aeropuerto colombiano aún estaba en refacciones y José tuvo que ir de acá para allá “como un ratón en un laberinto hasta encontrar por dónde entrar”, ríe.
En movimiento, y sin saber por qué, se le ocurrió comprar una caja de bombones. El día del amor allí se había festejado ese septiembre y estaban de oferta: “Fue un impulso y aún me pregunto a qué se debió”.
El argentino pasó el punto de seguridad y se sentó en la sala de embarque. Cerca suyo un grupo bullicioso de jóvenes le llamó la atención, “van de vacaciones”, pensó.
Colombia no le era desconocida para nada, José se había enamorado de su gente, su forma de ser poco complicada y divertida: desde la alegría del costeño hasta la seriedad del paisa, Colombia le resultaba una amalgama de personas, voces y vidas que disfrutaba muchísimo y, por esa razón, volvía de vacaciones, negocios y, a veces, por algún que otro amor.
Y Bogotá lo atraía de una manera especial: ese atasco de tráfico en una ciudad tan caótica, donde todo parecía estar atravesado por el trasnmilenio, una especie de bus larguísimo, que corre por sus propios carriles: “Es una buena figura de la ciudad; uno va mayormente `hasta dónde llega el transmilenio´”.
En fin, allí estaba él, sentado en el aeropuerto, cansado, nadie confiaba en su pobre libro, resultado de noches y noches de escribir, corregir y escribir nuevamente tres historias de amor que él mismo había vivido en tierra colombiana, pero cuyo tema parecía no poder vendérselo a nadie.
El llamado para abordar lo rescató de sus pensamientos apesadumbrados, suspiró y aguardó sentado. José no era de esos que hacen cola, desesperados por abordar. Y siempre viajaba ligero, odiaba arrastrar grandes bolsos y luchar por encajarlos en los compartimentos de los aviones: “Así que no tenía apuro, seguí escuchando música mientras todos se apiñaban como si el mundo fuera a acabarse y ese fuera el último avión”.
Pero, en algún momento, José decidió caminar hacia la puerta, la chica de Avianca le sonrió profesionalmente y le deseó buen viaje, suspiró por última vez y se preguntó cuándo volvería a pisar su amada tierra colombiana: “Es que por alguna razón ese suelo me llamaba”, asegura hoy sonriente.
La casualidad de sentarse al lado del amor de la vida en un avión: “No podía dejarla ir”
Caminaba por el pasillo del avión buscando su asiento, cuando la vio, bella, independiente, sexy. “Qué hermosa mujer para casarme y formar una familia”, se dijo José y, al instante, quedó impactado por sus propios pensamientos: “No elegía ese tipo de palabras, era algo nuevo y diferente para mí”.
Miró su ticket y su corazón comenzó a galopar: su asiento estaba junto al suyo. La mujer se levantó a dejar su equipaje en el compartimento de arriba “Qué bonito bolso” le dijo. “Gracias” respondió ella y sonrió.
“Nos sentamos y sigo sin recordar cómo retomamos la charla”, continúa José. “Hay dos horas de vuelo entre Bogotá y San Salvador, dos horas en las cuales hablamos (`me esculcaste el alma´ sigue diciendo ella hasta hoy) y yo me dejé llevar; en un cierto punto sobre el Atlántico ella tomo brevemente mi mano, yo sonreí, no había necesidad de mucho más, era una comunicación de almas”.
“La persona que se va a casar conmigo no vive en Argentina”
Aterrizaron y dejaron que todo el mundo bajara. Ellos, en otra dimensión, siguieron con su charla hasta que las azafatas, entre risas, lanzaron un “o se bajan o vuelven con nosotros a Bogotá”.
“Allí ella pareció salir de nuestro mundo particular para acordarse que venía con un grupo de amigos y que debía tomar otro avión para Cancún”, cuenta José. “Comenzó a correr por todo el aeropuerto, y yo atrás diciéndole ¡al menos dame tu teléfonooo! No iba a dejarla escapar ahora que la había encontrado”.
Diana, ese era su nombre, dejó de correr, lo miró y prolijamente escribió su número de teléfono, para luego continuar con su paso acelerado, cual gacela, por todo el aeropuerto: “En su grupo la recibieron con los acostumbrados chistes respecto a hablar con un desconocido en un avión”.
“Yo sabía en ese momento que ya estaba casado, que la había encontrado, que era ella de quien hablaba cuando una vez, siendo un niño, le dije a mi madre que la persona que se iba a casar conmigo no vivía en Argentina y que debía viajar para buscarla porque ella no lo sabía”.
“Y muchas veces lo había intentado, sabía que `esa´ persona iba a reaccionar naturalmente al hecho de seguir juntos nuestros caminos”.
Ahora que estás tan cerca... Los bombones y un libro
Finalmente había sucedido, era ella, tenía su teléfono, habían conectado a nivel profundo, las cosas habían fluido entre José y Diana de una manera suave, firme, única.
¡Y todavía estaba tan cerca! ¿La dejaría ir así? El argentino aún tenía dos horas hasta abordar su vuelo y el aeropuerto no era tan grande como para no encontrarla y, sin embargo, parecía haber desaparecido. ¿Dónde se había metido?
Entonces la vio con su grupo de amigos, se acercó y le pidió hablar unos minutos a solas. José le regaló dos cosas: los bombones comprados en un extraño impulso y un libro. Todo su grupo los miraba y ella prefirió agradecer sin grandes aspavientos.
Un avión llevó poco después a Diana a Cancún; él voló a San Francisco, su lugar de residencia hacía unos años.
Allí la esperó.
Cuatro días para lo inevitable
“Llegué bien”, le contó ella en un mensaje de texto, al tiempo que él le enviaba una foto de la marina donde estaba anclado su barco, donde también vivía. “Me encantaría conocer tu barrio `fácil´”, replicó ella. “Solo ven”.
A Diana le llevó cuatro días darse cuenta de que lo de ellos no tenía retorno, que se habían enamorado y que era tiempo de empacar e ir hacia José. Tan solo cuatro días necesitaron para decidir lo que él supo desde el primer instante: iban a casarse.
Pero las cosas no parecían tan sencillas, ella trabajaba en una compañía multinacional y coordinaba importantes proyectos, ¿iba a tirar todo por la borda?, le cuestionaban en su entorno. Pero ella regresó de Cancún, se plantó ante su jefe y le dijo: “renuncio, me voy a vivir a California”. “Su jefe realmente pensó que su mejor ingeniera se había vuelto loca”, asegura José entre risas. “Le ofrecieron mejor sueldo, menos horas, pero las cartas estaban echadas”.
“La fui a buscar a Bogotá. Hasta que la vi de nuevo en el aeropuerto, todo lo que habíamos tenido entre nosotros era un abrazo y las manos entrelazadas brevemente”, continúa. “Luego tuvimos que lidiar con su familia y sus hermanas, quienes no estaban muy de acuerdo con que ella se mudara a San Francisco; para nosotros todo tenía mucha lógica, para ellos todo era un verdadero problema”.
Una vida bendecida... ¿y el libro?
Se casaron pocas semanas después de conocerse, un 4 de diciembre del 2013. El 22 del mismo mes, el test de embarazo les dijo que su hijo estaba en camino y se sintieron bendecidos.
“Emanuel nació el 22 de agosto del 2014 y nos arrebató el corazón”, se emociona José. “Hoy seguimos juntos, cada día es mejor que el anterior... las cosas siguen fluyendo. Me case con mi mejor amiga, mi mejor amante y mi mejor compañera de juegos. La vida ha sido buena con nosotros”.
“¿Y el libro? El único original que tenía se extravió y la copia que tenía en mi computadora se perdió al romperse mi disco duro. ¡Cosas de la vida! Tal vez su único destino fuera ese, unirnos para seguir escribiendo juntos esta historia de amor...”.
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