Leila Barenboim: y todo a pulmón
Es porteña y actriz. Pero hace tiempo que eligió dar vueltas por el mundo con su arte a cuestas. Hasta que un día ancló en Barcelona con una idea curiosa: montar vidrieras vivientes en los locales. Así fue como unió su vocación al interés comercial de las marcas. Esta es su historia
Hija de diplomáticos paseando por Europa, el lunes. Esposa despechada que escapa de su marido, el martes. Médica participando de una conferencia, el miércoles. Desconfiada y reticente en Florencia; alegre y sociable en París, parca y austera en Madrid... Cada día era alguien distinto. Cada día, una nueva personalidad escogida con empeño.
"Hoy voy a ser…", resolvía, apenas se levantaba de la cama, y encaraba, segura, a sus involuntarios actores secundarios. Disfrutaba como nadie inventándose esas historias que otros debían creer. Es que para la joven actriz de 21 años que recorría sola el mundo, el juego se le antojaba ideal. Cada día un nuevo lugar. Cada mañana una nueva personalidad. "Calculo que habrá sido una búsqueda", dice Leila Barenboim, y asume (confiamos) su verdadera identidad.
Tiene 29 años, un piercing en la ceja derecha y un anillo gigante de azul chillón en la mano izquierda. En los pies, unas zapatillas plateadas y unas medias que envidiaría la mismísima Floricienta. A simple vista resulta, al menos, divertida y juvenil. Casi adolescente. Pero cuando habla de su vida de búsqueda permanente se torna reflexiva. Como mayor.
De visita en Buenos Aires, esta actriz que persigue sus sueños del otro lado del Atlántico cuenta su derrotero de argentina por el mundo. Dice que siempre fue una chica muy estimulada y que probablemente eso la marcó. Que "curso que quería, curso que hacía". Que lo suyo era "prueba y error". Pero que entre tanto cambio algo permaneció inalterable: "A los 16 años tomé la decisión de ser actriz y la mantuve".
Había nacido en el barrio de Once, en el seno de una familia tipo de la clase media porteña. Mamá terapeuta corporal, papá contador y un hermano menor estudiante de psicología la vieron partir a los 20, cuando se fue con su novio a Sudáfrica para "ver algo totalmente diferente". Al año siguiente se fue por segunda vez, pero sola, a recorrer parte del mundo. Fue entonces cuando inventó el juego de ser otras, de ser todas las que no era. Casi como si fuera un ejercicio más de sus clases de teatro con Néstor Romero o Pompeyo Audivert.
Regresó, pero por poco tiempo: "Cuatro meses, para cerrar todo y avisar que me quedaba en España". A nadie le llamó demasiado la atención: en la familia siempre se habían valorado los proyectos personales y éste vaya que lo era.
Le costó definir el lugar en el que quería vivir. Entre tanto personaje y vida inventada, había que descubrir en cuál de los sitios recorridos había sido más ella. Y ella fue Leila en Barcelona. "Un lugar en el que parece que vas a lograr lo que te propongas."
Tantear cómo iba a llevar a cabo este deseo de ser actriz, cuenta, era su única preocupación al llegar a la ciudad.
Allí, una vez más, fue muchas: trabajó de camarera, animó fiestas infantiles, pintó casas y ayudó en mudanzas a cambio de hospedaje y comida. "Lo que fuera para mantener mi verdadera vocación", afirma.
Al tiempo pudo alquilar su primer departamento, compartido con otras tres chicas. Compartido también era el único colchón inflable que tenían. "¡El frío era un horror!", recuerda. La solución llegó con el timbrazo de una vecina: "En el hotel cinco estrellas de la vuelta están tirando colchones". Decidida, Leila fue y sacó uno del contenedor. "Soy bastante busca –asume–. Nunca pasé mucha necesidad, pero hice vida de rata."
Compañía propia
Inquieta, emprendedora y con colchón casi nuevo, a los seis meses de estar en España, Leila (que es sobrina de Daniel Barenboim, célebre pianista y director de orquesta, a quien no conoce) formó su propia compañía de teatro. "Con un catalán que iba más o menos por donde iba yo", dice. Ella iba por un teatro alejado de todo divismo. No buscaba fama, como no la busca hoy, y entendía la tarea actoral como un "tener que hacer todo: armar, buscar, actuar, dirigir y producir". Y eso allá no es sencillo de encontrar, explica. "Si no hay una estructura grande, la gente no se lanza a hacer. Les cuesta más que a nosotros arriesgarse."
Con base de operaciones en Cardadeu, un pueblo "muy lindo, muy chiquito y de estilo medieval", la compañía trabajó durante tres años y medio en diferentes proyectos. Entretanto, Leila se estableció laboralmente. Durante un año y medio logró mantener un rol: el de camarera. Santa María se llamaba el restaurante, pero debería haberse llamado San Paco. Su dueño, Paco, fue quien la ayudó para lograr su permanencia legal en el país. "Yo fui sin tío, sin abuelo, sin nada –dice–. No había ninguna forma de permanecer legalmente, salvo hacer los aportes. Para eso debía tener un contrato laboral. Como actriz era imposible. Así que apareció la posibilidad de ser camarera y la acepté."
Paco siempre supo que Leila no tenía por vocación atender mesas, así que aceptó ayudarla y, sobre todo, tenerle mucha paciencia con ese asunto de las giras y las funciones. "Paco siempre colaborando con la causa…", reconoce agradecida la actriz.
Gracias a la estabilidad laboral que le proporcionaba su mecenas inesperado, en 2001 Leila logró alquilar un local en el Barrio de Gracia, de Barcelona. Un gran piso –140 metros cuadrados– para ensayar, con un entrepiso en el que vivir. "Ahí monto grupos de experimentación, exposiciones y hago mi entrenamiento actoral. Pero dinero no entra –reconoce–. Debería pensarlo como una actividad económica, pero no lo voy a hacer. No voy a poner la energía en eso. Si no, pondría un cibercafé y listo."
De a poco, otras posibilidades laborales empezaron a aparecer: "Publicidad, suplencias, infantiles… Todo lo que se me acercara lo hacía", dice. Leila sabía que se podían tener muchas crisis con el estilo de vida que ella había elegido. "Y de hecho se las tiene." Pero que, más allá de las crisis, es bueno tener en claro que todo parte de uno. "Sabía que lo bueno o lo malo que me pasara iba a ser gracias a mi propio trabajo o a la forma en que llevara a cabo mi vocación. Desde el principio yo tenía en claro que lo mío era una eterna búsqueda de trabajo y que no me servía de nada pelearme con eso."
Buscadora argentina
Súbitamente, a miles de kilómetros de su país, Leila encontraba en sus agallas un reflejo del "ser nacional" de los argentinos. Se acostumbraba a una inestabilidad permanente pero en otra tierra y por decisión propia. "Si sabés que tu vida va a ser así y lo tomás como algo cotidiano, la incertidumbre se puede manejar", dice.
"Mi personalidad de buscadora es muy argentina. Y es lo que reafirmo cada vez que vuelvo. Es muy nuestra esta forma de llevar a cabo las cosas."
Con la inestabilidad como motor y esa insatisfacción crónica que la acompaña a todos lados como brújula, Leila volvió a huir hacia adelante. Dejó su puesto de camarera y se desvinculó de la compañía de teatro. "A ellos se les complicaba seguir arriesgando y a mí me parecía que tenía que seguir así. Para ellos venía la parte de vamos a buscar la subvención. Y a mí no me interesaba ese tipo de resultados. Yo quería seguir buscando."
Y siguió nomás. Se puso a trabajar con Andrés Walkman, un director uruguayo con quien realiza una obra de danza-teatro que presenta en salas y festivales de Barcelona. Pronto va a estrenar su cargo de asistente de dirección en el próximo Festival de Teatro Latinoamericano en Barcelona. Y creó una pequeña ficción que presenta sin ningún prejuicio cada jueves en la vidriera de una tienda multimarca de Barcelona. Sí, en una vidriera. "Se me ocurrió que era un espacio para desarrollar. Un espacio en el que podía sumar al interés comercial de la publicidad algún tipo de búsqueda actoral."
El 12 de mayo de 2005, a las seis de la tarde, frente al escaparate del Iguapop Shop, se pusieron diez sillas para que los transeúntes presenciaran el primer episodio de Tardes con Leila. Una obra al estilo vidriera viviente, que desde afuera se ve pero que "no se escucha". O que desde dentro del local se escucha pero no se ve. Tres horas después, al finalizar la "función", más de cincuenta personas la aplaudían en la vereda. "La actriz argentina desgrana durante siete capítulos un culebrón que no se da en la tele", se hizo eco, entre otros, el diario El País.
Una repercusión de prensa considerable y un boca a boca imparable hizo que llegaran a ser más de 120 los espectadores reunidos en la vereda. Auspiciado por marcas tales como Adidas, Levis y el inefable Paco, su ex patrón, el evento se puso de moda y se convirtió en el clásico de cada jueves para un público que esperaba la continuidad de la historia de Leila (una adolescente española que comparte nombre con su creadora).
Este año, el proyecto tendrá su segunda versión y tal vez llegue a alguna vidriera de Buenos Aires. A ella le gustaría que su "gente de acá" viera lo que hace allá. Aunque dice que no es "muy de sufrir" la distancia. "Me río cuando extraño. Porque lo que uno extraña es poder compartir el crecimiento personal con mi gente de acá. A veces te agarra el domingo-domingón y te ponés así… que hablás con un amigo y con otro. Lo que en realidad querrías es estar tomando mate y comiendo facturas acá. Pero allá hay gente que me cuida."
Nunca se puso grandes objetivos, dice. Sólo pequeños y cercanos. Se siente "una luchadora que va buscando por medio de la prueba y el error".
"Ante la duda de encarar algo o no, yo lo hago y después veo. Seguro que para algún lado bueno me va a tirar. El éxito también es una actitud. El éxito es hacer. El resultado es otra cosa. Lo interesante es el camino por transitar, más allá del resultado final. Mi deseo es transitar", dice. El piercing en la ceja, el anillo gigante y las zapatillas plateadas. Se ríe y vuelve a ser casi adolescente.
Agradecimiento: por la foto de apertura, local Old Bridge, Palermo Soho
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