A veces, el destino está marcado por caminos que no vemos, pero que siempre nos encuentran
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Claudia lo conoció a los 9, cuando dejó el colegio de monjas para estudiar en la escuela de otro barrio. Por aquellos días estaba atravesando grandes cambios en su vida, su abuelo había fallecido y de inmediato se mudaron de Merlo a Morón, provincia de Buenos Aires.
Coincidieron a mitad del ciclo de cuarto grado y, apenas lo vio, sintió que se había enamorado de ese chico alto, de ojos color miel, pelo rizado y bueno en matemáticas: “Sentí que vivía mi primer amor, pero creo que nunca me registró, yo no era muy linda… siempre estaba atenta por si necesitaba algo”, cuenta Claudia pensativa.
Cierto día, por algo muy injusto a los ojos de la niña, su amor dejó de venir a clases. Luego supo que lo habían echado de la escuela y jamás lo volvió a ver.
Nueve años más tarde...
Los años pasaron, Claudia había regresado a vivir a Merlo y ya tenía 18, cuando su amiga y vecina le anunció que se había puesto de novia con un chico de buena posición, que tenía dos amigos como empleados de su negocio. Fue así que su amiga, el novio, la hermana de su amiga, los dos muchachos empleados y Claudia, un día se juntaron: “A la hermana de mi amiga recuerdo que le decía que el bajo era para mí y el alto para ella, a lo que respondió: no, al revés”, recuerda entre risas.
Con esta sentencia, la joven miró a “el alto” hasta encontrarse con sus ojos de un color miel intenso, y como hacía años que no le sucedía, sintió que se había enamorado. Sin embargo, apartó su mirada antes de que aquel extraño se percatara de sus sentimientos.
Y así, con sus pensamientos en él, los días pasaron hasta que Claudia tuvo la fortuna de volver a verlo. Sucedió cuando el novio de su amiga se lesionó jugando al fútbol y todos fueron a visitarlo a Morón, la localidad donde ella había vivido y asistido a la escuela tras la muerte de su abuelo.
Los nuevos amigos dejaron a los tortolitos y salieron a comprar facturas hasta que de pronto pasaron por la escuela Manuel Estrada, aquella a la que había asistido luego del colegio de monjas, en sus últimos años de primaria. Espontánea, Claudia dijo: “Si esta escuela hablara, contaría todas las cicatrices de mis rodillas por jugar en el patio”.
Automáticamente, “El alto” lanzó: “¡Yo también fui a esa escuela!”
“Mi asombro fue enorme, los tres tenemos la misma edad, les dije: o sea, pudimos haber sido compañeros, y cuando le pregunté a “El alto” cómo se llamaba, al saber el nombre me asombré, ya que siempre tuve buena memoria. Lo reconocí, era mi primer amor, pero no dije nada”. confiesa.
Una mamá delatora
El día de la revelación, Claudia llegó muy emocionada a su casa y le contó todo a su madre. ¡No lo podía creer! Esa semana, tendría una nueva oportunidad para verlo, ya que las tres amigas bailaban folclore y “el alto” se había puesto a disposición para llevarlas y traerlas de una presentación.
El día del evento todos se sentaron en una misma mesa: las tres bailarinas, las madres y los amigos. “Y mamá no tuvo mejor idea que decirle a “el alto”, que yo había tenido una historia con él”, cuenta Claudia. “Él no me recordaba. Obviamente, quise que me trague la tierra, pero tomé coraje y le conté que él había sido mi primer amor”.
Al volver al barrio, Claudia bajó del auto dispuesta a entrar a la casa de su amiga, pero justo antes, “el alto” la detuvo y le pidió hablar con ella. La apartó, acercó su rostro a unos pocos centímetros del suyo y le preguntó: “¿No querés que se repita?” Y entonces la besó.
Destino marcado
El primer mes le regaló un ramo de rosas y selló el comienzo de un amor fuerte, y una historia fiel a aquella flor: hermosa, pero con espinas. Claudia pronto descubrió que había crecido en una burbuja y que poco sabía de la vida.
Con su gran amor aprendió de luces y sombras, de risas y lágrimas, con “el alto” tuvo seis hijos, atravesaron la pérdida de una de sus hijas y un cuadro complejo que transformó a otra de ellas para siempre.
“Se puede decir que crecimos de golpe. Nuestro destino estaba marcado, siempre fue es y será mi primer y único amor, el que me enamoró con sus ojos color miel”, concluye pensativa Claudia, quien, al igual que “el alto”, hoy tiene 61 años y juntos disfrutan de siete nietos.
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