Era el hombre ideal, la trataba como a una reina y todo fluía perfecto, hasta que en él emergió un lado oscuro...
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Natalia lo había buscado por años. Ese hombre alto, de cabello oscuro levemente ondulado, mirada cautivante y sonrisa de película. Se llamaba Felipe y las mujeres se rendían ante sus encantos. Él, sin embargo, solo tenía ojos para ella.
Lo había conocido en una fiesta, donde intercambiaron números y risas. Felipe se comunicó al día siguiente y le propuso salir a tomar algo a un sitio que seguro la iba a sorprender: “Los mensajes fueron fluidos y me encantó que no diera vueltas para concretar un encuentro”, explica Natalia.
La llevó a un barcito escondido, casi secreto, y escuchó con atención acerca de sus estudios, trabajo, familia, y sus sueños. El beso fue seductor, “perfecto”, le contó Nati a su mejor amiga al día siguiente. La segunda cita no tardó en llegar, ¡quería volver a verla! Fue de día, un paseo costero y un picnic con dos botellitas de champagne. Decidió vestirse con sencillez y aun así Felipe le dijo que no podía creer lo bella que estaba. Más tarde le regaló una flor silvestre y le preguntó dónde se imaginaba su luna de miel: “Mi amiga me alertó, le pareció demasiado, pero sentía que tocaba el cielo con las manos”.
Después llegó la cena romántica, con el pedido de platos especiales, las disculpas por tener que atender un llamado importante “ya que estoy viendo de comprar una casa”, un brindis envuelto con promesas y una noche de amor sinigual. A partir de entonces, él llegaba a su hogar casi cada día con un ramo de flores y tarjetas manuscritas: “Sos la más linda”, “Me iluminás la vida”, “Para la de los ojos más lindos”, “Te quiero, hermosa”, “¿Querés ser mi novia?”, “Te amo”.
De las palabras de amor a las manipulaciones incomprensibles: “Sentía que era mi príncipe azul, tan buen mozo, ¡y me había prometido casamiento!”
Tan solo habían pasado tres semanas. Felipe era su novio, el príncipe azul, el hombre que quería casarse con ella y le había jurado amor eterno. Los siguientes dos meses continuaron mágicos y Natalia no podía creer tener tanta suerte. Poco a poco, sin embargo, los halagos hacia la familia que ya había conocido disminuyeron y los enojos inexplicables se incrementaron. “Se hizo amigo de una amiga mía y más tarde supe que trataba de ponerla en contra mío respecto a ciertas cuestiones”.
Con el tiempo llegaron las mentiras tontas y luego las dolorosas. Pero entonces, justo cuando Natalia creía que no iba más, volvían las palabras de amor y esa manera especial que tenía él de hacerla tocar el cielo con las manos. Asimismo, Felipe le había compartido su pasado, su historia trágica, ¡tan dura!, y ella se apiadaba, quería ayudarlo y lo excusaba tras aquellos traumas.
“Sí, sentía que era mi príncipe azul, tan buen mozo, ¡y me había prometido casamiento!”, dice Nati, pensativa. “Se decía y me hacía creer que era distinto a todos, pero resultó ser un mentiroso, que buscaba solo el provecho que le pudiera dar la relación, cualquier relación, (yo era una más de una lista), porque de mí no estaba realmente enamorado”.
Finalmente, tras varias sospechas de infidelidades y una confirmación dolorosa que él negó, Natalia tomó coraje y se alejó, lo que despertó la ira de Felipe. El salón ya había sido reservado, las invitaciones estaban encargadas, ¿cómo podía dejarlo después de todo lo que él había dado por ella? ¿Cómo podía dejarlo si no había nadie mejor para ella en su vida?
Un Narciso y una lección: “Creo que muchas historias de amor nos pintan un escenario perfecto, pero inexistente”
“Sobreviviste a un Narciso”, dijo la terapeuta y Natalia enmudeció. Conocía la historia de Narciso, ese personaje en extremo vanidoso al que Némesis castigó, provocando que se enamorara de su propia imagen reflejada en el río hasta ahogarse en él. Nati no comprendía del todo qué tenía que ver su experiencia con aquel mito. Si bien su expareja había demostrado en numerosas ocasiones sentirse especial, hasta superior al común de los mortales, en muchas ocasiones le había brindado una atención esmerada, parecía comprenderla y le había dedicado palabras dulces de amor incondicional.
Pero claro, tampoco debía olvidar los enojos cargados de frustración que parecían emerger de la nada, los manejos para torcer sus palabras y aquel juego de culpas donde él era la víctima y ella la insensible.
“Sobreviviste a una relación con un narcisista”, parafraseó la terapeuta. “Verás, un narcisista manipula con las culpas y precisa de un codependiente, lo endulza por momentos para que no se aleje, pero también le destruye la autoestima para sentirse superior y alimentar su propio ego. En el fondo, un narcisista oculta un profundo sentimiento de inferioridad”.
Para Natalia fue duro procesar la información. Pero comprenderlo la ayudó a perdonarse y, con tiempo y amor propio, logró sanar sus heridas: “Creo que muchas historias de amor nos pintan un escenario perfecto, pero inexistente. Esta es la historia de una romántica idealista que, finalmente, pudo poner los pies sobre la tierra”.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar con todos los datos que te pedimos aquí.
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