Tenía un sueño pendiente que logró cumplir tras algunos traspiés, sin embargo, lo que llegó fue más inesperado aún...
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Luciana dejó Argentina con 40 grados y arribó a Polonia con 2 bajo cero. El frío impactó en su cuerpo con fuerza y, en un comienzo, la emoción desbordante transformó aquella sensación en un mero detalle. Ansiaba llegar al departamento facilitado por su empresa y descubrir su nuevo hogar. Quería recorrer las calles de su barrio, absorber su atmósfera, ver si había nieve en la zona, y localizar puntos importantes, como el supermercado o la farmacia: “Pero no hice nada de eso”, sonríe Luciana. “En cambio, salí corriendo a Zara a comprarme un tapado, que pensé que me iba a alcanzar para combatir el frío. Error, tres días después tuve que comprarme un camperón que ya atravesó dos inviernos”.
Por aquellos primeros días del 2022, la pandemia aún dejaba sus resabios en Cracovia, una urbe que se movía con sigilo. Enero, el mes introvertido del hemisferio norte, invitaba a esconderse más aún, por lo que la llegada de la mujer argentina parecía estar envuelta en un halo de soledad, quebrado por los numerosos trámites con barbijo, la búsqueda de la computadora asignada por su nueva oficina, las primeras compras en el supermercado y el desafío de animarse a manejar en una ciudad desconocida.
“Fueron días en los que me costaba dormirme por la diferencia horaria y la mezcla de emociones. También recuerdo que vivía con frío en los pies, por lo que me compraba distintos tipos de medias tratando de solucionarlo”, revela.
Tras tres semanas inmersa en la novedad y el torbellino emocional, llegó ese nuevo estadío un tanto inesperado: extrañar, no mucho, pero a fin de cuentas extrañar. Y entonces, mientras las trazas de la pandemia se resistían a despedirse, un demonio superior e irracional golpeó la puerta. Apenas un mes después de su llegada, la guerra entre Rusia y Ucrania sacudió al mundo y a su nueva realidad.
Adiós Frankfurt, bienvenida Cracovia: “¿Qué vas a hacer? ¿Y el idioma? ¿Y el clima?”
El sueño de volar llevaba años gestándose. Luciana, licenciada en Administración de Empresas, anhelaba tener la experiencia de vivir en exterior desde siempre, y para ello, contaba con la ciudadanía italiana y el pasaporte, dominaba el inglés y el italiano, pero le costaba tomar la decisión de irse a Europa sin trabajo. Entonces dejó que los años pasaran, tiempos en los que hizo carrera en una empresa multinacional que le permitió postularse a un traslado, para luego esperar a que la oportunidad surgiera.
La buena noticia llegó en marzo del 2020. La fecha de partida sería 14 de aquel mismo mes, y Frankfurt, su destino final para comenzar una nueva vida. Los planes, sin embargo, apenas quedaron en eso. En un mundo que parecía haber enloquecido, Luciana deshizo sus valijas y canjeó su sueño alemán por el confinamiento por pandemia.
Sin renunciar a su deseo, la caída del plan tan solo significó darle espacio a uno nuevo. Así fue que Cracovia entró en escena y en otro día 14, pero esta vez de enero y del 2022, Luciana voló hacia su futuro alternativo.
“Realmente tenía muchas ganas de viajar y de probar la experiencia de vivir en Europa”, rememora. “Pero también me llevó la sensación de falta de futuro en la Argentina, de lo que cuesta progresar para los que estudiamos, para los que nos recibimos, trabajamos y venimos de familias de clase media. Mi familia y amigos tomaron mi decisión con una mezcla de sentimientos. Sabían que era algo que yo quería hacía tiempo, pero las preguntas fueron inevitables: ¿Por cuánto te vas? ¿Qué vas a hacer? ¿Y el idioma? ¿Y el clima? Para las que yo no tenía una respuesta aún, decía `no se´, `voy a ir viendo´. Muchos me decían: `es lo mejor que podés hacer, esto no cambia más…´”
Domingos sagrados, pierogi, y supermercados completos: “¡Hay hasta Playadito y Fernet!”
Lo primero que descubrió en Cracovia fueron los domingos sagrados. Luciana salió de paseo y encontró las numerosas iglesias pobladas, y los shoppings y supermercados cerrados, lo que la llevó a cambiar de planes.
En los restaurantes (que sí abren los domingos) y en el trabajo, notó en los platos la preferencia por la carne de cerdo y la papa, así como los pierogi de todo tipo, la estrella culinaria. La amabilidad en el trato general era llamativa, aunque alguna que otra cajera del supermercado se frustraba porque ella no hablaba polaco.
“Respetan mucho las tradiciones, son muy trabajadores y la religión católica juega un papel muy importante. Está lleno de iglesias y hay referencias a Juan Pablo Segundo en muchos lugares de la ciudad”, describe. “En general, he notado que por ahí son menos expresivos que nosotros, no hay tanto abrazo ni saludo con besos, lo cual es un desafío a veces a la hora de comunicarnos. Es parte de adaptarse a otra cultura, a veces hablamos en el trabajo sobre las diferencias y eso ayuda a entendernos”.
“Algo a lo que te acostumbrás fácil es que en los supermercados o las perfumerías hay de todo…¡hasta yerba Playadito y Fernet!”, agrega entre risas. “Tener para elegir es genial. Igual siempre te marcan cuando el producto es de industria nacional”.
Cracovia: una ciudad con historia, segura y donde todos conviven en armonía
A pesar de ser una ciudad mediana de unos 767 mil habitantes, en Cracovia, Luciana se halló rodeada de movimiento en una atmósfera impregnada de historia. El nazismo había dejado su huella profunda reflejada en Auschwitz, el complejo de campos de concentración ubicado a una hora y media en auto.
En sus calles, ordenadas, limpias y seguras, descubrió las varias universidades y pronto aprendió a apreciar el ir y venir de bicicletas, autos, tranvías y peatones, todos conviviendo en una asombrosa armonía.
“Acá si vas en bici o caminando tenés prioridad y es algo a lo que te acostumbrás fácilmente, así como a la sensación de caminar sin mirar para todos lados cuando usás el celular. Se ve muy poca gente pidiendo y casi nadie durmiendo en la calle”, cuenta Luciana, quien en Polonia ocupa el puesto de gerente de Mejora Continua, un rol muy diferente al que ejercía en Buenos Aires.
“Pero estar acá me permitió conocer a otras personas de la empresa, vivir su día a día, a pesar de que la vuelta a la oficina recién fue en septiembre del 2022, varios meses después de mi llegada. Antes me conectaba por videollamada, hoy comparto reuniones, o un almuerzo. También recibimos visitas de otros colegas de Europa o Asia por reuniones de trabajo, lo cual le suma al lado humano de la experiencia”.
“A su vez. pude hacer algunos cursos con empresas de Londres o ir a una conferencia de Operational Excellence en Ámsterdam. Es lo que buscaba como parte de la experiencia de estar acá”.
Guerra, tristeza, incertidumbre y la dificultad para generar vínculos: “Lleva tiempo”
Apenas un mes transcurrió cuando el mundo mostró una de sus caras más oscuras: la guerra. La incertidumbre ingresó una vez más a la vida de Luciana, quien no sabía cómo reaccionar, mientras sus temores crecían al observar el miedo reflejado en los rostros de los otros. Preocupación, incertidumbre y seres pegados a las noticias la rodeaban, mientras el país vecino gritaba por ayuda y Polonia abría sus puertas para recibir a un mar de refugiados.
Luciana decidió que lo mejor sería irse por un tiempo, pero sin dejar el continente. Optó por mudarse unos días a la casa de una gran amiga argentina con residencia en Delft, Países Bajos: “Es muy difícil explicar la mezcla de sentimientos”, confiesa. “Me llevé la mayoría de mis cosas, porque no sabía qué iba a pasar”.
“A mi regreso vi cómo la ciudad se acomodaba para recibir a los refugiados, en el trabajo juntamos cosas para donar. Muchos compañeros ayudaron a ucranianos hospedándolos. El día que empezó la guerra me tocó compartir una reunión con un grupo de gente, entre las que había una persona de Ucrania, que contó que su mamá estaba en un refugio. Los primeros días había tristeza, preocupación, especulación y todo eso mezclado con la ayuda a los que lo necesitaban”, asegura la mujer de 40 años.
Y fue así que, entre la pandemia, la guerra, y el hecho de haber arribado sola, entablar vínculos, para Luciana, no fue sencillo. La interacción mejoró con el regreso al trabajo, aunque no resultó fácil, ya que casi nadie parecía demasiado interesado en organizar afterworks y, menos aún, salidas espontáneas.
“La parte social es la que más me cuesta. Yo me vine sola, no tengo pareja ni hijos, y creo que es una sociedad con distintos hábitos a los nuestros o a lo que uno puede ver en Italia o España. Tal vez es algo que se da con el tiempo…”, reflexiona. “Trato de buscar y aprovechar cada oportunidad que se aparece para conectar con otras personas, pero lleva tiempo. Me gusta mucho viajar, por lo que eso me ayudó a elevar la energía cuando por ahí se me hacía un poco pesada la distancia o la rutina. También juego al tenis, que era algo que hacía en capital antes de venirme también, voy al gym… todo eso ayuda”.
De planes inesperados y enriquecimiento continuo: “Hay una energía muy especial que viene de ir superando desafíos”
Nada salió como lo había esperado o, tal vez, todo salió como lo había esperado. En definitiva, irse del universo conocido para explorar otras realidades implica eso mismo: exponerse no solo a nuevas culturas, sino a sucesos impensados en un mapa mundial que tantas veces parece caminar por la cuerda floja. Para Luciana, el sueño era volar y lo cumplió. Era enriquecerse, y lo está haciendo. Era abrir su mente, y sucede de maneras inesperadas.
Los aprendizajes en un año y unos meses ya fueron tantos, que lo que no hay - a pesar de los momentos de soledad y la vulnerabilidad provocada por la guerra- es arrepentimiento. Irse fue comenzar a aprender lecciones intensivas desde el minuto cero.
“Al llegar a Krakow de repente todo eran primeras experiencias, desde conseguir polvo para hornear en el super, pedir ayuda para cargar nafta (porque acá casi no hay playeros), ir al oculista, recorrer la ciudad, ir a algún evento del trabajo por primera vez. Hasta me pasó que, a los pocos días de mi llegada y antes de que me dieran el auto, el Uber en el que viajaba sentada atrás, chocó y atropelló a una persona. Primer choque en mi vida, acá… en fin”.
“A partir de esta experiencia, también aprendí a disfrutar mucho más de cada minuto de sol, acá podes pasar varios días con cielo nublado. Pasé muchos momentos de extrañar a mi familia y a mis amigos, de sentir en el cuerpo la distancia y el estrés de tanto cambio y en un contexto complejo. Terapia, mindfulness, pintar, estudiar, hacer deportes y viajar me ayudaron y me ayudan. Creo que mi nivel de resiliencia hoy es muuuucho mayor del que tenía antes de venir”, enfatiza.
“Hay una energía muy especial que viene de ir superando desafíos que te va ayudando a sostenerte. El conectarte con otras culturas y realidades te ayuda a ampliar la mirada. Aprendí a pedir más ayuda, a decir más seguido te quiero mucho. Toda mi red de contención, que es mi familia, amigos y gente que quiero, me escribe para ver cómo estoy, ellos te alientan cuando te ven que extrañás o que te ayudan mirar en perspectiva todo lo logrado. Todo eso hace también que encuentre fuerzas cuando estar sola en estas latitudes se hace cuesta arriba”.
“Cuando me despedí de mi hermana y su familia, ella me dijo: no llores, la vida pasa rápido…y hoy digo que tenía razón. Todo va muy rápido. Por eso agradezco cada día estar bien y estar viviendo esto que siempre quise, que no será para siempre. Espero poder volver a Argentina, y mientras tanto, pongo todo de mí para que cada día valga la pena”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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