Cristóbal Colón navegó en una carabela (embarcación a vela) y descubrió América. En pleno centro porteño, sobre la calle Lavalle, se encuentra el bar notable "Le Caravelle" fundado por inmigrantes italianos quienes llegaron de sus tierras a Buenos Aires en barco. No es casualidad que el logo del bar, con su distintivo color azul intenso, sea la imagen de este navío. Dicho cafetín porteño resiste al paso de los años desde 1962 y es famoso por su cappuccino "alla italiana"-su espuma se levanta tres centímetros al borde de la taza. En plena cuarentena por la pandemia continúa abierto con formato delivery y take away, pero al estar ubicado en pleno Microcentro aseguran que: "se vende poco café ya que sus principales clientes eran los oficinistas y turistas".
Lavalle 726 (entre Esmeralda y Maipú), a tan solo a una cuadra de la Av. Corrientes. Allí se encuentra este bar para tomar café de parado, acodado en la barra o sentado en sus altas banquetas. Desde su apertura nunca tuvo mesas y aún mantiene esta modalidad. Se instaló en el barrio en 1962, en una época de gran esplendor de la zona: repleta de cines, restaurantes y bares. De hecho, a Lavalle se la llamó "La calle de los cines" porque en tan solo cinco cuadras había quince salas. Años más tarde, en 1978 se transformó en Peatonal. Los fundadores del bar era unos italianos de apellido Rocca, quienes le pusieron su impronta particular. Luego lo continuaron sus hijos.
Durante años tuvieron una cafetera marca Lagorio y en una de sus paredes cuatro relojes idénticos que marcaban la hora de Roma, Madrid, Atenas y de Buenos Aires. Allí se reunía la colectividad italiana a disfrutar de sus sabrosos cappuccinos y cuando finalizaba la jornada laboral los habitúes iban en busca de un whisky. "En la década del 60 muchos pasaban antes de ir al cine a tomarse un café. Se vendían entre 3000 a 4000 tazas por día. Me contaron que varios italianos venían empilchados con sus trajes blancos y sombreros en busca del aperitivo o whisky cuando caía la tarde. En las épocas doradas entraba y salía gente. En la barra se armaban hasta tres filas para beber las diferentes infusiones o cócteles", cuenta Ángel Ricardo Soria, cafetero del bar. Angelito, como es conocido en el barrio, tiene 59 años y es oriundo de Tucumán (de Gastona Sur). En 1991 comenzó a trabajar en Le Caravelle y pasó por todos los puestos: primero fue lavacopas, luego mozo, dos años estuvo como cajero encargado y hace 17 años se consagró como barista.
El famoso capuccino
Él es el encargado de custodiar la técnica del emblemático cappuccino, que se volvió popular en Buenos Aires y también por el mundo. "Siempre fui observador y aprendí la técnica mirando. Un día me animé a prepararlo y acá estoy. Antes que comenzara la pandemia venían muchos extranjeros y me filmaban mientras lo preparaba. Les parecía una novedad.
En varias oportunidades me preguntan mi nombre y yo se los anotaba en las servilletas.", expresa, y recuerda cuando una tarde llegó una pareja de Estados Unidos con la misma servilleta que él le había dado a otro viajero. "Entraron al bar preguntando por el cappuccino de Ángel y me mostraron la servilleta que les dio su amigo, quien les había asegurado que era imperdible", agrega, entre risas. También recuerda que atendió a Guillermo Francella, César Luis Menotti y Luis Landriscina.
Según explica Soria, el café que ofrece el bar es un blend de la casa hecho con dos variedades de granos de Brasil. La técnica para preparar el famoso cappuccino es la siguiente: primero se coloca en la taza la espuma de la leche, luego el cacao blanco y la canela (si el cliente lo desea) y por último se levanta con el café. "La máquina de café tiene que estar a 60°. Uno de sus secretos está en la espuma (que mide aproximadamente 3cm al borde de la taza) y tiene que ser más espesa para que se mantenga y no se aplaste. Es importante controlar la presión de la máquina para hacer la espuma y por supuesto la leche no se tiene que hervir", detalla. Para acompañarlo salían mucho las medialunas de manteca, las palmeritas o los tostados de jamón y queso.
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La reapertura
El 30 de diciembre de 2016 el bar cerró sus puertas. Sin embargo, el 7 de marzo de 2017 regresó. La compraron nuevos dueños, quienes eran habitués de la cafetería y quisieron recuperarla. Previo a la pandemia abrían de lunes a viernes de 7 a 21hs y los sábados cerraban a las 19.30hs. Actualmente están trabajando con delivery y take away de 8 a 17hs. "Se extrañan los habitués y el trato diario con los clientes. Disfrutaba mucho conversar con ellos. Antes en cinco minutos tenía que preparar aproximadamente 10 cafés y de los cappuccinos salían entre 15 y 20 por día. Ahora con suerte piden algunos para llevar. La zona está desolada al estar cerradas casi todas las oficinas y los comercios.", dice Ángel. En junio, en pleno confinamiento, abrieron otra sucursal en Puerto Madero (Juana Manso 1181), con variedad de tortas, facturas y cafés para llevar.
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Son las diez de la mañana de un viernes, afuera hace frío. Ángel calienta la leche y prepara el café para el pedido que solicitaron por teléfono. No están los habitués en la barra ni los turistas filmándolo, pero él sigue desplegando su magia para que el cappuccino salga perfecto.
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