Su historia es conocida en el ámbito científico pero todavía es poco el reconocimiento que tiene a nivel mundial: el doctor Ignaz Semmelweis el médico que descubrió la importancia del lavado de manos a mitad del siglo diecinueve está siendo reivindicado como un genio de la ciencia, un galardón que le fue negado en su época.
Y tal es su reivindicación que el actor inglés Mark Relyance, que acaba de descubrir su vida, anunció que empezó a trabajar en una futura obra artística que será un experimento teatral basado en este personaje que le tocó el corazón.
La vida de Semmelweis le resultó conmovedora por la incomprensión que tuvo que soportar, pese a la cantidad de vidas de madres y bebés que logró salvar con su descubrimiento, y que lo llevó a terminar sus días en un manicomio.
"No sabía sobre Semmelweis, su trabajo o la forma trágica en que fue oprimido por las autoridades médicas", declaró Mark Relyance en una entrevista con The Guardian esta semana, al anunciar que está pensando en ponerse en su piel para llevarlo a la pantalla o a los escenarios teatrales. El actor inglés, ganador de un Oscar, es famoso por su papel protagónico en Mi buen amigo gigante, una película de Steven Spielberg, basada en el libro infantil de Roal Doal.
Era obstetra y descubrió las causas de la fiebre puerperal
Semmelweiz fue un destacado obstetra que a sus 28 años, en 1846, fue nombrado asistente del reconocido profesor Klein en una de las maternidades más famosas de Austria, la del Hospicio General de Viena. El joven observó con preocupación que que las mujeres que tenía partos en sus casas mostraban mejores tasas de supervivencia que las que acudían al hospital. Las parturientas domiciliarias tenían una probabilidad de 30 por ciento de mortalidad, mientras que en algunas salas hospitalarias casi la mayoría de las mujeres morían al parir, con una tasa de hasta el 96 por ciento. Todas por el mismo motivo: la fiebre puerperal, cuyas causas todavía no se conocían con exactitud. Faltaban algunos años para que el químico Luis Pasteur, en 1864, anunciara su descubrimiento de la existencia de gérmenes y bacterias.
Con las herramientas que tenía, principalmente la observación, Semmelweis se propuso saber qué estaba pasando. Así descubrió que las áreas en las que se registraba mayor mortalidad eran las visitadas por los estudiantes. Notó que los alumnos atendían a las mujeres inmediatamente después de asistir a las sesiones de medicina forense en el pabellón de Anatomía. No había evidencia contundente pero para Semmelweis había una constante: las manos de los alumnos estaban transportando algún tipo de materia contagiosa de los cuerpos muertos a los cuerpos de las parturientas.
Sus amigos preocupados por una posible psicosis decidieron internarlo en un sanatorio en Viena
La prueba definitiva de su sospecha la obtuvo el día que acompañó a uno de sus colegas en a su lecho de muerte. La víctima tenía una infección generalizada. Venía de cortarse con un bisturí usado en una autopsia y a Semmelweis se le encendió la lamparita. Fabricó un desinfectante potente a base de agua y una solución de cloruro cálcico, la colocó en una fuente y obligó a médicos y estudiantes a lavarse las manos antes de entrar a sus quirófanos. El resultado fue el que él esperaba: las muertes hospitalarias se redujeron a menos del uno por ciento..
Sus colegas se ofendieron
Según escriben Navarrete y Miranda el obstetra "Postuló que estas partículas cadavéricas entraban por el torrente sanguíneo de la persona afectada y que podía afectar no sólo a puérperas sino a las embarazadas y a sus propios hijos recién nacidos. Semmelweis indujo la enfermedad en animales como conejos, pero decidió no utilizar el microscopio para observar los tejidos afectados, ya que lo consideró irrelevante. Sus observaciones no tuvieron eco, él mismo fue amenazado. No era posible que se culpara a los propios médicos de estas muertes, era un insulto para la imagen de los médicos. Incluso su propio jefe de Obstetricia, el Profesor Klein, estuvo en contra de él y prohibió esta medida sanitaria, relevando del cargo a Semmelweis en 1849 y dejando a Braun, quien creía que todo era problema de mala ventilación: con lo que la tasa de mortalidad aumentó nuevamente. Lleno de amargura dejó la clínica, asumió la cátedra de Obstetricia teórica y práctica en la Universidad de Pest, en Hungría, donde logró aplicar su método y reducir notoriamente la tasa de mortalidad".
Pero la mala fama que su ex jefe se había encargado de diseminar lo perseguía y no duraba en ningún empleo. El honor de los médicos, tratados de sucios, había sido mancillado y no se lo iban a perdonar fácilmente.
A partir de 1860, Semmelweis empezó a sufrir depresión, manifestar arranques de irritabilidad y cambios conductuales como la decisión de atender a sus pacientes en Budapest solo por la noche.
Uno de sus biógrafos, Frank Slaughter en 1950, planteó que la tragedia del destierro profesional le destruyó su mento y lo hizo un un mártir de la estupidez del mundo. "Los largos años de controversia, la amarga frustración sufrida, el recuerdo de las pacientes que vio morir, primero por no poder descubrir por qué morían y luego porque sus colegas no podían entender los simples principios que él propuso para evitar las muertes; todas estas cosas fueron cargas demasiado grandes que pueden haber destruido la salud de cualquiera. Su tendencia natural a la tristeza aumentó, hubo días que prácticamente no hablaba a sus colegas, haciendo clases en un lenguaje monótono e incomprensible a sus alumnos interrumpido por arengas que hacía a ratos sin mayor sentido", escribió.
Sus amigos preocupados por una posible psicosis decidieron internarlo en un sanatorio en Viena, a cargo del psiquiatra Riedel en julio de 1865, donde terminó sus días. A los 47 años murió de una infección generalizada, el mal al que había tratado de combatir durante toda su vida.
Se cree que aprovechó un permiso de salida para demostrar su certeza y que se infectó a propósito con material contaminado procedente de una autopsia, como para comprobarse a sí mismo que no estaba errado.
Su compromiso personal con la vocación de médico fue literalmente, hasta las últimas consecuencias. La historia demostró que tenía razón.
La higiene hospitalaria es crucial para evitar infecciones
La sepsis provoca en el mundo 1.400 muertes cada día, y está considerada la complicación intrahospitalaria más frecuente: es uno de los riesgos que tienen los pacientes al estar internados por mucho tiempo.
Esto está documentado en la literatura médica actual que enfatiza en la obligación del personal de salud de llevar un adecuado protocolo de limpieza de manos a lo largo del día y con especificaciones determinadas para cada práctica.
Un artículo de los médicos Marcelo Miranda y Luz Navarrete, de Clínica Las Condes, Santiago, publicado en el número 25 de la Revista chilena de infectología, en febrero 2008, narra la vida y el aporte científico de Semmelweis a la medicina. En su trabajo se basan los hechos que destacamos a continuación.
En la actualidad, los expertos coinciden en que la higiene de las manos es el factor individual más importante para el control de las infecciones, tal como está siendo difundido por las autoridades de salud en estos tiempos como método de prevención de la sociedad para el contagio por coronavirus.
Parece insólito que un acto tan instalado en la práctica de la medicina como lavarse las manos antes de examinar a un paciente haya provocado tanta controversia cuando Semmelweis lo propuso. Incluso pese a que su comprobación de que esta simple medida salvaba vidas no fue solo una observación: él fue quien por primera vez aplicó la comprobación estadística a sus hallazgos. Aun así sus colegas lo desestimaron y tuvo que sufrir el oprobio y el rechazo que lo llevaron a una fuerte depresión.
Víctima de su obsesión por demostrar que no estaba errado, el húngaro Ignacio Felipe Semmelweis (1818-1865), que a los 150 años de su muerte fue homenajeado por la Unesco en 2015 terminó sus días en un manicomio. Se autoinfectó una herida con sus manos sucias, lo que le provocó una infección generalizada que le causó la muerte a la edad de 47.
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