El mayor tornado de la historia fuera de los Estados Unidos ocurrió en San Justo, localidad de la provincia de Santa Fe, hace exactamente cinco décadas
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A la tormenta la precedió una mañana de calor agobiante. Los vecinos de San Justo, una pequeña ciudad en el centro de Santa Fe, sabían desde temprano que se acercaba un temporal. Era evidente, lo anticipaba el tono plomizo del cielo. Pero había algo más, algo que no se veía, pero que muchos sentían en el aire: una pesadez extrema y una extraña sensación de embotamiento. Era la baja presión atmosférica manifestándose en el cuerpo.
Gran parte de los vecinos se acostaron esa tarde a dormir la siesta sin saber -porque hubiese sido imposible imaginarlo- que la tormenta venidera traería consigo el tornado más atroz de la historia del hemisferio sur. Fue el más fuerte del que se tenga registro fuera de los Estados Unidos. En tan solo dos minutos, el gigantesco embudo de aire dejó 17 manzanas completamente arrasadas y más de 80 fallecidos, además de cientos de heridos. A los destrozos y a las muertes se suma un castigo eterno: los traumas que quedaron grabados en la psiquis de muchos sobrevivientes. Aún hoy, después de 50 años, la sensación de terror se activa con cada tormenta.
“Los números no dicen nada; todo lo que te digan que pasó queda corto. Es imposible poner en palabras esa tarde”, sostiene Liliana Sacco, sobreviviente del tornado del 73, en el que fallecieron algunos de sus seres más queridos. “Si te digo que las vacas pasaban volando, que los camiones con acoplado volaban por el aire 100 metros, es imposible que me creas. Parece ciencia ficción, pero no. Al día siguiente, los árboles aparecieron quemados; las chapas, enroscadas a los arboles como bufandas. Había personas decapitadas en la calle, muertes muy violentas”, suma la vecina.
“Estábamos en el ojo del tornado”
A eso de las 14 de aquel 10 de febrero, Sacco, de entonces 17 años, se despertó de la siesta con un grito de su madre. “Levántense. Sálvense como puedan”, alcanzó a decir la mujer, luego de asomarse por la ventana de su dormitorio. “No sé exactamente qué fue lo que ella vio. La gente, la mayoría, recuerda las ráfagas de viento y una infinidad de papelitos que volaban. Después, se supo que en verdad no eran papelitos, sino chapas y todo tipo de objetos. Yo no llegué a ver por la ventana, no tuve tiempo. Mi última imagen es estar parada en mi dormitorio y que de repente la puerta del ropero saliera disparada en forma paralela a mí. El tornado la arrancó de cuajo. Estabamos en el ojo del tornado”, detalla Sacco.
Recién horas después, en medio de la intensa lluvia que siguió al tornado, ella se enteraría de que la manzana donde estaba ubicada su casa era el foco de aquel embudo de aire. Allí ocurrieron los mayores destrozos y también la mayor cantidad de fallecidos.
“No sé cuánto tiempo después desperté. Pero me acuerdo que estaba tapada por pilas de escombros, totalmente inmovilizada. No tenía heridas graves, pero sí iba hacia una muerte segura por asfixia. Cuando escuché que llegaba gente a rescatarnos, abrí la boca grande para pedir auxilio y no me salía la voz. Tenía el pecho muy aplastado. Me salvaron gracias a una hermana mía, que, mientras se la llevaban, les dijo: ‘No se vayan, buquen a mi hermana. Tiene que estar por acá, cerca’. Empezaron a mover escombros y, providencialmente, lo primero que descubrieron fue mi rostro”, cuenta Sacco a LA NACION.
En medio de la lluvia que siguió al tornado, empezaron a llegar las primeras ambulancias y autobombas de las zonas aledañas. Mientras, vecinos y policías levantaban chapas magulladas y pedazos de concreto en busca de cuerpos, vivos o muertos. En esa primera jornada, según anunciaron los diarios de la época, hallaron 50 vecinos sin vida. Recién en los días siguientes lograron encontrar al resto, mientras otros morían en hospitales de la zona y de la ciudad de Santa Fe, ubicada a 100 kilómetros al sur.
“Los hospitales estaban totalmente colapsados. Llegaban las ambulancias y se llevaban a los heridos y no sabíamos por dos o tres días dónde estaban nuestros familiares ni cómo estaban. Los muertos se apilaban. Incluso, llegaron a poner gente viva entre los muertos, que después reaccionó. Por la calle aparecía gente totalmente desnuda. El viento les había arrancado la ropa”, recuerda Sacco.
El padre de Liliana murió a las 18 de ese día, en un hospital cercano, al igual que su sobrina segunda, de tres años, que era, además, su vecina. Su madre y una de sus hermanas estuvieron internadas, al menos un mes, la primera con una herida profunda en el cráneo y la segunda con 50 puntos de sutura en el brazo. Las dos necesitaron numerosas cirugías para, finalmente, obtener el alta.
Los “traumas intactos” de los vecinos
Pasaron exactamente cinco décadas desde el tornado, pero muchos vecinos de San Justo aún no logran dejar atrás lo que sucedió aquella tarde de enero. “Los traumas están intactos. Hay algunos que se descomponen con cada tormenta. Hay gente que por muchos años, si escuchaba lluvia fuerte, levantaba sus hijos a la madrugada y los vestía para que estuvieran preparados por si llegaba un tornado. A mí no me pasó nunca, pero me preocupo cuando el viento sopla fuerte. Me moviliza cada recuerdo. Creo que acá las tormentas de viento desequilibran a cualquiera”, suma la sobreviviente.
La reconstrucción de un barrio entero en pocos meses
La ayuda humanitaria no tardó en llegar. La campaña fue tan grande que hasta llegaron donaciones de Alemania y del Vaticano. Los vecinos afectados también contaron con infinidad de donaciones de empresas privadas nacionales. Además de ropa y abrigo, llegó la tan necesitada ayuda psicológica. Al enterarse de los destrozos que dejó el tornado, un psiquiatra de Rosario manejó hacia San Justo, donde durante días se dedicó a acompañar a familiares de víctimas fatales y heridos de gravedad.
En medio de la vorágine de familiares que no encontraban a los suyos -la ciudad estuvo diez días sin corriente eléctrica- el radioaficionado de San Justo José Barreto se puso al hombro las comunicaciones entre los hospitales y los ciudadanos. Fue él quien llevaba las noticias de los partes médicos de los diferentes hospitales a la gente e informaba dónde estaba internado cada vecino.
Pero, sin dudas, la campaña humanitaria que más trascendió históricamente fue la del cantante Palito Ortega. No solo hizo un recital en Rosario para recaudar fondos para las familias que quedaron sin hogar, también pagó la construcción de casas en una de las zonas más afectadas. Hoy, ese barrio lleva el nombre de su benefactor.
Un 50 aniversario a puro evento
Siendo el 50 aniversario de este fenómeno metereológico, la intendencia de San Justo preparó para hoy diferentes actos conmemorativos en honor a los más de 80 fallecidos. Por la mañana, se hizo la presentación de una intervención artística en el cementerio y luego, la presentación de la muestra “Y San Justo resurgió”, en el museo municipal. Por la tarde, frente al monumento montado en el 40 aniversario, se hará el acto conmemorativo. Y el miércoles por la noche se presentará el libro “Viento Asesino”, de Diego Lizandro Sonzogni, que recopila, entre otras cuestiones, testimonios de sobrevivientes.
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