Si los primeros actos de la vida cívica del país se registran en la Plaza de Mayo, las iniciativas más tempranas de actividad comercial hay que buscarlas en la calle Florida. Mientras hoy los porteños compramos en Falabella y Galerías Pacífico, así como nuestros abuelos –y algunos padres– lo hacían en Gath & Chaves y Harrods, lo cierto es que no son las únicas tiendas que Florida perdió. Son sí, las marcas más recordadas, aún porque sus edificios se mantienen en pie. Harrods espera, sin fecha precisa, su postergada recuperación y apertura.
Gath & Chaves, por su parte, fue un pequeño imperio conformado por Alfredo Alfredo H. Gath (1852-1936) y Lorenzo Chaves (1854-1932), dos ex empleados de Casa Burgos, que abrieron en 1883 en San Martín 569 su primera tienda de ropa para caballeros, confeccionada con telas inglesas. En 1901 se radicaron en la nueva casa matriz de Bartolomé Mitre y Florida. En marzo de 1908 sumaron el anexo de Perú y Rivadavia. En 1909, abrieron en Florida 296 (y Sarmiento) la rama infantil El Palacio de los Niños y en mayo de 1910, la nueva sede en Av. de Mayo y Perú, levantada por el arquitecto Salvatore Mirate allí donde estaba el Palacio Ortiz Basualdo (un edificio de 1895 del arquitecto Edwin Merry cuya planta baja ocupaba la Sastrería Schwarz & Marolda). Este nuevo bastión de Gath & Chaves reforzó la pujanza de la firma al construirse en tiempo récord: sólo cuatro meses. En 1912 comenzaron las obras de la gran tienda de Cangallo y Florida, a cargo del arquitecto francés Francisque Fleury Tronquoy.
En 1925 fue el turno del edificio gemelo de enfrente (hoy Falabella), que lleva la firma de los ingleses Eustace Lauriston Conder, Sydney G. Follett y James W. Farmer. Un ejército de empleados –llegaron a ser 6.000 en el momento más exitoso–, intensa publicidad, gran surtido, calidad y servicio hicieron de esta una marca referente para los porteños durante muchos años. Las prendas era exhibidas sobre maniquíes con cabezas de cera y cabellos naturales, y en los lujosos interiores era posible adquirir una lista inimaginable de productos de diversos rubros, desde ropa de confección hasta productos de rotisería, discos o vajilla con el logotipo de la tienda en el reverso, ya que fue pionera en comercializar marcas propias. La confitería del octavo piso ofrecía una vista magnífica de la ciudad y ambos edificios estaban unidos por túneles, a nivel de los sótanos.
En 1910 abrieron sucursal en Santiago de Chile, en 1922 se fusionaron con Harrods y para 1945 contaban con 19 sucursales en el interior del país. Cerraron en 1974.
Casa Tagini
Justo frente al anexo de Avenida de Mayo, en la esquina del 601, había un edificio notable del gran arquitecto suizo Christian Schindler. Tenía cinco plantas y cúpula, y la planta baja estaba ocupada por la Casa Tagini, dedicada a la importación de fonógrafos y representante exclusiva de la Casa Columbia de los Estados Unidos.
José Tagini le hizo grabar sus primeras canciones a Gardel en 1912. Poco tiempo después, buena parte del edificio fue ocupado por la compañía de seguros La Positiva, y a mediados de los años 30 se instaló la tienda El Coloso. La fachada fue planchada –y arruinada– a mediados de los 40, y el edificio demolido en 1968.
Casa Tow
Casa Tow, de Whiteaway, Laidlaw & Co Ltd, nació en la Galería Güemes, donde poseía pequeños locales en el interior del Pasaje, para luego trasladarse a un local propio en la esquina de Cangallo y Florida.
Ese local remodelado en 1932, con aires de "art decó", el estilo de moda, por los arquitectos Calvo, Jacobs y Giménez, fue posteriormente utilizado para construir el anexo del Banco Popular Argentino, obra de Mario Roberto Álvarez, el estudio que más metros cuadrados construyó en la Argentina.
Como ardid publicitario, la casa imprimía partituras de tango para regalar a sus clientes. La "edición obsequio" era un díptico con la partitura y una publicidad de la oferta del momento.
A la ciudad de México
Dos socios, Ollivier y Albert, fundaron en 1889 A la Ciudad de México, la tienda que se instaló en la esquina noroeste de Florida y Sarmiento y perduró, con incendios, anexos, ampliaciones y expropiaciones hasta mediados de los 50.
Con excepción de la de Florida 301 (donde durante años estuvo la farmacia La Franco Inglesa), las otras tres esquinas de la intersección con Sarmiento tuvieron una sede de esta tienda, que con el tiempo pasó a llamarse Ciudad de México. La primera, tras el incendio de la noche del 25 de mayo de 1907, fue obra del arquitecto Schindler. Hacia mediados de los años 20, tomaron también Florida 296 (el mencionado Palacio de los Niños) y hacia 1927 los arquitectos Galfrascoli y Vautier construyeron el anexo de Florida 302 que pasó a ser Grandes Tiendas Justicialistas durante el gobierno de Perón, y Grandes Tiendas de los Empleados de Comercio en 1955, antes de convertirse en la casa matriz del Banco Ciudad, con el proyecto de Manteola, Petchersky, Sánchez Gómez, Santos, Solsona y Viñoly en 1968. Esta intervención fue celebrada por los adherentes del movimiento moderno de la arquitectura: el edificio fue demolido por dentro, dejándose expuesta la tirantería metálica y utilizando ladrillos de vidrio.
A la Ciudad de Londres
Otro de los emblemas de Florida fue A la Ciudad de Londres, fundada por los hermanos Juan e Hipólito Brun en 1873, en la esquina de Perú y Victoria. Juan tenía el firme propósito de montar una tienda del estilo de Le Bon Marché de París, donde había trabajado siete años. El éxito fue tal que pronto tres tilburys de cuatro ruedas estaban en la puerta todo el tiempo para cumplir con el servicio de distribución a domicilio. Hipólito falleció en 1885, pero Juan continuó con el negocio. Cuando se abrió la Avenida de Mayo, en 1894, adquirió el terreno de la esquina sureste, con entrada por Perú 76. Considerada entre las más elegantes de Buenos Aires, publicaba "La Elegancia", su propia revista de moda y se promocionaba como "…el rendez-vous obligatorio de todos los novios sentenciados a matrimonio con término perentorio…". La relación con el cliente incluía la devolución de mercadería si no le satisfacía; regalo de globos y juguetes a los niños acompañantes y la novedad de las ventas a precio fijo, en un país en el que, según publicaciones de la época, el mundo femenino estaba "…acostumbrado al interminable regateo de antaño..". Si en los comienzos empleaba siete trabajadores, para 1916 su número era de mil, sin contar los más de 2.500 que fabricaban prendas a domicilio para la firma.
La firma sufrió un grave incendio la noche del 19 de agosto de 1910. El daño fue tal que tuvieron que mudarse. Al poco tiempo, el 10 de octubre, celebraba su reapertura en la esquina noreste de Corrientes 999 (y Carlos Pellegrini).
A la Ciudad de Londres le fueron dedicados dos tangos: uno de Ángel Gregorio Villoldo y el otro de J. Nirvassed.
Años después, al desaparecer la firma con el ensanche de Corrientes en 1936, se estableció en el local Los 49 Auténticos, una tienda de ropa masculina tradicional entre 1940 y 1960. En un remozado edificio, su nombre derivaba del precio al que ofrecía los trajes ($49), una bicoca por un traje a medida.
Ruiz y Roca
Otras marcas han sabido transformarse para perdurar. La peluquería Ruiz y Roca, fundada en 1876, estuvo muchos años en la esquina de Florida y Corrientes, frente al Palacio de los Alvear Elortondo (donde hasta hace poco tiempo funcionó un Burger King).
Empezó cortando el cabello a caballeros, luego abrió un salón para peinar señoras y servicio a domicilio. Se hicieron famosos por sus lociones y perfumes, entre ellos el "Afrecho de Almendras Arenoso" que "limpia y blanquea la piel, la sana radicalmente de barros, eflorescencias, granos, pecas, rojeces, manchas del hígado y otras enfermedades cutáneas".
Reconvertida en perfumería y ubicada en las galerías Güemes y Jardín, Ruiz y Roca sigue elaborando sus lociones de rosas, azahar, verbena y hasta la tradicional "Higiénica de Eucaliptus". Cambió el diseño y ya no es la misma que utilizan, tal como rezaba la publicidad de principios del siglo pasado, la Casa Real de España y S.M. El Rey de Italia. En Italia ya no hay monarquía, pero la colonia aún puede, con su aroma, traernos la memoria de aquellos tiempos.
LA NACION