Paula y Josefina pusieron su sello en un destino al que acuden los argentinos y se transformaron en uno de los sitios más buscados por turistas y residentes.
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Miami es un plato que tienta con todos los sabores. Con la altivez de quien tiene con qué, la locación se plantea como porpurrí de diseños del atrevido Alexander McQueen: camaleónica, electrizante, sorprendente. Sus límites no tienen horizonte. Enclavados en esta voracidad, encontrar el escondite sofisticado que acune por un rato esa turbulencia y permita apostar al mindfulness del goce en el aquí y ahora puede llevar a la frustración.
Un secreto para pocos en Miami
Pero, para quien sí sabe, surge Bay Harbor Islands, una especie de secreto para pocos, una calma chicha justo en el medio del ferviente ir y venir de South Beach a las playas del norte. Habitual pasaje para ir a otro lado, el sagaz que hace parada, se encuentra con un sucinto archipiélago de dos pequeñas islas vinculadas entre sí. Son Broadview y Bahía Harbor. La isla primera al oeste, es el reducto residencial con una comunidad con espíritu del Delta del Tigre, con otros montos en el banco: casas con cochera en un frente y lancha en el otro, calma supina, la brisa que se lee en el agua con las olas golpeando bajito, hechas por alas de mariposa. Bahía Harbor, al este, es el distrito comercial, el de los departamentos y el sitio al que atraviesa una avenida doble mano que se va haciendo puente y calle alternadamente.
Ese es el rincón al que llegaron Josefina y Paula. Sus papás habían emigrado en el 2001. Ellas iban de vacaciones por allí cada año. Paula y su esposo trabajaban en un banco en Rosario. Fueron papás y en el 2015, la bisagra fue su bebé de 8 meses: estaba todo para apostar a otro destino. La oportunidad de continuidad laboral de él les dio el espaldarazo. “Saber que veníamos con la residencia fue un gran paso -relata Paula-. Nos gustaba mucho vivir en Miami, pero siempre lo habíamos experimentado de vacaciones y vivir es algo totalmente diferente. Vinimos a empezar de cero, era un cambio de vida”. Empezaron alojándose en la casa de sus padres hasta comprender la nueva dinámica. Los inicios fueron muy cautelosos. Paula recuerda el gastar lo mínimo indispensable.
Mientras su esposo se establecía, ella empezó a pergeñar lo que hoy es Coffee Break Enjoy, un sitio cool, moderno, que abre de 8 a 20 y que se transformó en el clásico de Florida si querés comer comida argentina. Desde pastel de papa a milanesas, alfajores de maicena a flan con dulce de leche. “Los argentinos vienen especialmente a comer, sea donde sea que paren en la ciudad, de escala camino a Orlando o llegando de Aventura o South beach”, dice Paula.
El café para el café
Josefina y Paula merendaban hace 7 años una tarde en un lugar cerca del Doral. Era un sitio de argentinos y les gustó el concepto. “Ahí mismo empezamos a soñar con esta idea”, recuerda Paula. No tenían experiencia gastronómica de porte. “Mi papá tuvo un restaurante en algún momento en Argentina como hobby -continúa-. Mientras estudiaba en la secundaria trabajé ahí como moza. Siempre, desde chicas a mi hermana y a mi nos inculcaron la pasión por el trabajo, que todo se consigue con esfuerzo. Entonces, estábamos acostumbradas a socializar y brindar servicio”.
La idea no quedó en la charla de café. Empezaron a tirar ideas… un cafecito, un bakery… No tenían muy claro aún cómo arrancar un proyecto gastronómico en Miami, así que se decidieron por rastrear algún negocio que estuviera funcionando y que ellas pudieran adquirir. “Investigamos en portales locales y encontramos una bakery francesa en Bay Harbor Island. Estaba cerca de la playa y de donde vivíamos”, rememora. Este último fue un dato clave “acá las distancias son grandes y nos considerábamos muy afortunadas de encontrar un sitio cerca de nuestras casas”. Decidieron visitar el lugar. El dueño era francés y sólo hablaba su idioma de origen. Empezaron las negociaciones con el traductor de Google de por medio. Lo tenía en venta. Le cayeron bien. Juntaron todos los ahorros de lo que habían vendido en Argentina antes de irse y apostaron a su sueño.
“Empezamos con pocos cambios en el local -explica Paula- lo pintamos un poco, le cambiamos algunos detalles decorativos para que tuviera un estilo un poco más cálido como a nosotras nos gustaba”. Su comienzo fue medio a ciegas. “Íbamos aprendiendo de los clientes -continúa- de lo que nos iban pidiendo. Fuimos buscando proveedores. Cuando uno es muy nuevito no te dan crédito ni te abren las cuentas, entonces en ese momento, con mi segunda hija de apenas 2 meses y medio me levantaba a las 5:30 de la mañana, me iba a hacer las compras, llegaba con todo y me ponía el delantal”. Fue una etapa de esfuerzos y aprendizajes.
Para entonces el local lo atendían Paula y su cuñada. Tenían una sola persona contratada en la cocina. “Fue muy paso a paso -rememora- desde entender cómo tomaban café los locales y cómo lo llamaban, hasta el balance adecuado para sumar sándwiches al menú de una manera inteligente”. Con el cocinero hicieron una carta. Todo paso lo sometían a las apreciaciones de los clientes que, según Paula, fueron una biblia de conocimiento que les permitió hacer cada avance sin caer en falso. “Esencialmente le pusimos ganas y pasión, y siempre con el trasfondo esencial de brindar servicio”. Abrieron Coffee a solo 15 días de haberlo comprado.
“Desde entonces la evolución fue maravillosa -aporta Josefina, además de hermana, socia-. Fue dura y de mucho aprendizaje. Entre nosotras como hermanas de tener un proyecto propio, pero sin dudas teníamos el esfuerzo, las ganas, la pasión, el amor y la necesidad de que esto funcionara. Todas esas cosas juntas hicieron que se priorizada lo esencial y terminó siendo un éxito”
El corazón argento en el plato de las abuelas
Después de ganar el aprecio de los locales, habitantes y transeúntes de las oficinas próximas, se decidieron a captar a los turistas. “Aunque siempre miramos a los argentinos con un deseo especial, apostamos a que el visitante se sintiera como en casa -dice Paula-, no solo los vecinos acá de Bay Harbor y los visitantes, sino también nuestro staff y nosotras”. Después de los inicios haciendo de todo, ahora ya son 16 personas trabajando en el emprendimiento, Ese es un punto que las enorgullece en particular: abrir oportunidades de trabajo a otros que están iniciando el camino que ellas hicieron en el pasado.
Una de las bellezas de Coffee es su impronta en la puesta. Aunque seduce con ese turquesa Tiffanys a brocha gorda por todos lados, que te invita a sentarte bajo las sombrillas coloridas de la vereda, o a escarbar en las vitrinas y acodarte en una mesa disfrutando del aire acondicionado si estalla el calor, lo sorprendente es que en el diseño hay más ingenio que dinero. “Pensamos mucho en qué nos gustaría ver en Miami que no hubiera -afirma Paula-. Queríamos que el sitio fuera lo suficientemente fresco y liviano para darle vanguardia, pero fuerte en su calidez acogedora, de tal modo que te dieran ganas de venir a comerte un alfajorcito de pasada, hasta un plato casero de fondo para cargar energía”.
Apostaron a un sitio cuidado, que emite muy buena energía. A medida que fueron creciendo le fueron dando su toque entre romántico y huggy, con un shabby chic bien conceptuado. Carteles con mensajes inspirados, detalles pequeños que podés descubrir la décima vez que vas y te preguntás si efectivamente eso estaba ahí antes. “Nos divierte ir arreglándolo de a poquito, cambiándole algunas cosas, pero que siempre se conserve la calidez”, completa Josefina. A la hora de definir la carta se enfrentaron al desconocimiento de los gustos locales.
Aunque Miami es sinónimo de diversidad, se habían decidido por ponerle una impronta argentina. “Por sobre todo con comida casera y con cosas frescas -sigue Paula-. Dos tradiciones que son típicas en las casas de nuestra infancia. Ese plato que viene de las abuelas, que todos esperan para probar y que se cucharea en la olla”. Al comienzo pensaron los primeros pasos con platos que en Miami son clave: ensalada griega y Caesar, pero le aportaron muchas cosas argentinas como las empanadas, las milanesas, las tortas típicas, el alfajor de maicena, la tortilla de papa, las tartas. No dejaron de escuchar las necesidades de su púbico y sumaron productos sin gluten, opciones veganas, jugos de vegetales.
Almorzar por tres dólares: un gusto para todos
Además de lo coqueto y de ese imperdible de sabor “cocina de la nona”, querían que fuera un sitio capaz de recibir económicamente a todos: “Si querés almorzar por tres dólares, con nosotros podés -afirma Paula-. Desde algo chiquito, hasta un buen plato de comida, cosas saludables, y también la opción de comer una buena porción de torta, pero siempre que en cada uno de nuestros productos se vea esa impronta casera y fresca que te haga sentir comiendo como en casa”. Hoy el sitio es desde dentro, más cosmopolita: el jefe de cocina es venezolano y también trabajan con un cocinero argentino y uno cubano. “Nos gusta eso porque cada uno aporta las cosas más ricas y típicas de su lugar y todos aprendemos del otro”, completa Josefina. Incluso la mamá de las chicas cocina algunos especiales del día. “Podés encontrar el pastel de papa o canelones -sigue Paula-. Tratamos de que al argentino que está acá, ya sea turista o habitante, tenga la posibilidad de venir y acordarse de la comida de su mamá”.
De la chocotorta al cheesecake
Romina, la tercera hermana, tiene su propio emprendimiento de pattiserie, y es quien provee de los dulces a Coffee. “Podés venir y comerte una auténtica chocotorta, un ricota cheesecake, un alfajor de maicena, un rogel igual que en Almagro”, afirma Josefina. También han adaptado propuestas típicas locales, como la carrot cake (la torta de zanahoria) y el budín de banana. “Los argentinos buscamos, cuando viajamos, lugares argentinos -explica Paula-. Y nosotros tenemos muchísimo público argentino, gente que vive acá y mucha que viene de paseo o que viajan seguido por trabajo. Nos hemos transformado en un cásico para ellos”. Cuando se agotan las medialunas sabés que llegaron más argentinos. Paula y Josefina se encargan de establecer lazos, de sentarse en las mesas y conversar.
La mamá de las chicas es el alma los fines de semana, “no hay lunes en que vuelva a trabajar y que alguien no me pregunte si la señora rubia que andaba por las mesas era mi mamá -comenta Paula-. Ella le cuenta sus historias a los clientes, y ellos comparten las suyas”.
Lo que se viene es una nueva apuesta, esta vez en Brickell, el sitio del downtown que se está poniendo de moda. En tanto, buscan una tercera locación, pero por ahora sin definir. A la vez, abrieron el servicio de catering. La estrella es, sin dudas, la amada milanesa, a la que los clientes vienen a demandar de todos los puntos de la ciudad. Le hincás el diente y cruje como la de la abuela María Antonia. Igual que en casa, como les gusta a las chicas que sea.
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