Las provocaciones poéticas de Lola Arias
Creadora de originales obras que combinan ficción con teatro documental –como la de ex veteranos de Malvinas argentinos e ingleses que suben juntos a un escenario–, la escritora, dramaturga y directora profundiza en la reflexión del pasado a través del arte
Es un recinto de paredes blancas. Al fondo hay un decorado con mesa, mástil con bandera argentina y telón de fondo color crema. Los chicos de la escuela secundaria que esta mañana nublada visitan la sala PAyS (Presentes Ahora y Siempre) del Parque de la Memoria hacen fila para retratarse en selfies con boca fruncida sentados en una réplica del sillón de Rivadavia. Se sientan de a uno, en parejas, de a tres, siempre de cara al teleprompter, como si estuvieran de verdad tomándose fotos en mitad de una cadena nacional y no en una instalación que lleva por título Cadena Nacional.
Lola Arias, escritora, dramaturga, directora teatral y creadora de esta muestra, se asoma desde la sala contigua y su pelo largo cae de costado como una cascada castaña. “Es lo más pop que hice”, dice entre risas mirando el sillón, mientras los chicos siguen esperando su turno para sentarse en la instalación principal de Doble de Riesgo, esta exhibición en cuatro módulos que combina videoinstalación, sonido y fotografía y que se puede visitar hasta el 13 de noviembre en el Parque de la Memoria.
En las paredes, nueve televisores emiten remakes de cadenas nacionales importantes en la historia última del país, empezando por el Comunicado Nº 1 de 1976 –año en que nació Lola Arias, y que se repite en varias de sus obras como un código para operar en el cruce entre pasado y presente– y terminando con el discurso de asunción de Mauricio Macri. Los presidentes son representados por performers que hacen playback de esas cadenas mientras en el zócalo de la pantalla un texto continuo cuenta qué le sucedía a esa persona en ese momento. Mariano Speratti, por ejemplo, hace la mímica del comunicado que anunciaba el golpe que, tres meses después, desaparecería a su padre; Elvira Onetto representa el discurso de Cristina Kirchner por la muerte de Néstor cuando ella misma quedó viuda por esa fecha. Es otro cruce que se repite en el trabajo de esta artista, el de la vida privada y la política, y que viene pivoteando no sólo en las obras que monta en la Argentina, sino también en puestas teatrales como El año en que nací, que se estrenó en Chile, donde la materia prima eran biografías de jóvenes durante la dictadura en ese país, o en El arte de llegar, donde niños búlgaros explicaban con disfraces y videos cómo era empezar una nueva vida en Alemania.
“La idea es reflexionar sobre la máquina cadena nacional: un decorado, un actor que es el presidente, un discurso ensayado, que realmente está puesto en escena”, dice Lola Arias.
Es la primera vez que lleva su trabajo a las artes visuales. Su ámbito natural, desde hace más de una década, son los escenarios, donde ha creado algunas de las obras más originales de los últimos años trabajando con fotos, documentos y recuerdos de sus propios actores, que en muchos casos no son profesionales. Un vaivén entre la ficción y el teatro documental que convirtió en su sello, deglutiendo una cantidad de recursos artísticos, de la música en vivo al videoarte, de la instalación a la improvisación, para devolver una obra que lee la Historia con mayúsculas en clave íntima, y viceversa. Porque, parece decir, toda vida es, a medida que se la relata, una ficción que forma parte de un relato histórico. Si el pasado es una representación, la memoria –como decía Walter Benjamin– es su teatro.
La francotiradora
A mediados de los 90, Lola Arias estudiaba Letras y teatro. Siempre con mirada seria (“no soy muy simpática”, dice) leía sus poemas en los recitales que, en ese momento, invadían el circuito poético de la ciudad. Poemas que decían cosas como quise entrar en todas las casas, comer en platos ajenos/ dormir en camas que no fueran para mí; una suerte de prefiguración de lo que sería años después su trabajo sobre las vidas de los otros. Escribía desde chica: desde que jugaba, como una francotiradora, a tirar cosas desde la ventana del departamento familiar –padre arquitecto, madre profesora de literatura– para observar cómo reaccionaban los transeúntes.
Algo de eso, algo de provocar una experiencia in situ y corporal existe hoy en sus obras: su teatro es un teatro vivo, donde un bebé en escena puede disparar un cambio en la obra (en la trilogía Sueño con revólver/ Striptease/ El amor es un francotirador), una causa judicial que afecta a uno de los actores puede modificar el texto a medida que transcurren las funciones (Mi vida después) o en una puesta sobre la depresión de su propia madre (Melancolía y manifestaciones) puede poner en escena a una actriz haciendo playback sobre la voz real de su madre y animarse, ella misma, a cantar con una banda en vivo.
Todos estos trabajos armaron un currículum jugoso que en 2014 le valió un Premio Konex y que la convirtieron en una artista con un pie en Buenos Aires y otro en Berlín, donde estuvo instalada hasta 2012 y donde hoy monta muchas de sus puestas, como Atlas del Comunismo, una obra que estrenará en octubre en el teatro Gorki sobre ocho mujeres que cuentan su vida en la ex Alemania Oriental. Un trabajo nómada que puede sonar idílico, pero que Lola Arias se encarga de desmitificar. “Es una vida bastante complicada. Pero es la manera de poder vivir de lo que hago. Es un poco esquizofrénico tener proyectos en los dos lados, ¡y justo estoy con un montón de problemas con esa obra! –dice a La Nación revista con una semisonrisa que parece subtitular “no sé para qué me metí en esto”, a días de levantar campamento para volver a Alemania junto a su pareja, el escritor Alan Pauls, y el hijo de ambos, de dos años y medio.”
El concepto de doble de riesgo ha atravesado –como los de experimento social o máquina del tiempo– toda la obra de Arias y en esta exhibición es una línea rectora también en las otras salas que la componen. “Son obras que te sacan del lugar común de la memoria, plantean una suerte de extrañamiento que te obliga a revisar el pasado, a la luz del presente, de manera muy crítica”, opina Florencia Battiti, curadora de la muestra.
En El sonido de la multitud, un karaoke invita a interpretar canciones que se han escuchado en los últimos cuarenta años en Plaza de Mayo –se va acabar, se va a acabar, la dictadura militar– y a engrosar, grabando las propias, un archivo sonoro de las manifestaciones, algo que Lola Arias buscó y se dio cuenta de que no existía registro. En Ejércitos paralelos corporizó una vieja obsesión con el trabajo precario de los guardias de seguridad que ya había aparecido en forma de relato en su libro de cuentos Los posnucleares: la instalación muestra una serie de fotos de garitas y en mitad de la sala, el visitante puede encerrarse en una garita tamaño natural donde se escuchan testimonios de guardias entre los objetos cotidianos –el mate, la silla desvencijada, un rollo de papel higiénico– de quienes pasan 12 horas diarias a modo de espantapájaros dentro de esta suerte de “minipanóptico”, como apunta la artista.
Pero el corazón de la exhibición tal vez sea Veteranos: cinco videos que había creado en 2014, invitada por el LIFT Festival de Londres. Entonces convocó a veteranos de la guerra de Malvinas para recrear un episodio de sus días de combate en los lugares donde viven o trabajan hoy. Fue lo que presentó, un año y medio atrás, como propuesta en el Parque de la Memoria, un lugar que le parecía ideal para mostrar esta obra inédita en la Argentina, y que puso en marcha los engranajes de Doble de Riesgo. “Era algo que me había interesado desde hace mucho. ¿Viste esas ideas que tenés flotando, pero que nunca ponés en foco? Cuando me convocaron del festival, empecé a entrevistar a veteranos: más de cuarenta, de los cuales elegí cinco, todos argentinos, pensando en diferentes perfiles: por ejemplo, un psiquiatra que reconstruye la explosión de una bomba en el hospital Alvear, donde trabaja; un tenor que reconstruye el hundimiento del General Belgrano en el teatro donde canta ópera o un mecánico de autos que lee en voz alta un diario que nunca había vuelto a leer completo, escrito en esos días, totalmente detallista: “15.45 comí fideos, 16.24 pasó un avión, lo bajamos, punto, era nuestro, punto”.
En tu obra en general y en Veteranos en particular, hay referencias que hacen recordar a algunos escritores. Por ejemplo, la idea del “pasado que no pasa nunca” en los libros de Javier Cercas o lo coral para contar un episodio de la historia, como hace la última premio Nobel Svetlana Aleksiévich.
Aleksiévich es una referencia total en el sentido de cómo se va construyendo una novela en esa polifonía de historias que se van cruzando. Para mí lo vital en la videoinstalación era: ¿qué es lo que quedó en la memoria después de 34 años? Poner en escena un flashback, como si en la vida cotidiana de esas personas el pasado apareciera de repente. También era central la idea de la superposición de esos dos tiempos, el de la guerra y el del presente.
¿Fue difícil sacarlos de ese cassette de contar algo que deben haber contado muchas veces?
La situación de la reconstrucción histórica, el reenactment, hace aparecer otras cosas. El hecho de actuar, de representar ese recuerdo junto a otros, tiene algo de “acto psicomágico” –no sé cómo llamarlo– donde la encarnación del pasado te pone en otro lugar, quizá porque estás poniendo el cuerpo. Eso era para mí lo más lindo, y también la situación de experimento social, de ver qué pasaba alrededor de ellos representando sus historias. La reconstrucción histórica es casi una industria en Europa: ves gente portando uniformes nazis, comprándose la svástica… Pero claro, trabajan con una idea muy fetichizada del pasado, no es un procedimiento tan reflexivo como el del arte, que en los últimos años empieza a valerse de ese recurso para revivir colectivamente una historia, para ponerla en conflicto y pensar cómo tal episodio nos marcó.
De vidas ajenas
Veteranos fue, como suele suceder con sus trabajos, el puntapié para otra obra. En este caso, la videoinstalación derivó, dos años de trabajo después, en una obra teatral llamada Campo minado. Ya se estrenó en algunas ciudades europeas y se montará en noviembre en la Argentina, en el Centro de Arte Experimental de la UNSAM. En un gesto inédito, tres veteranos argentinos se reúnen con tres veteranos ingleses en una puesta que remeda un set de filmación “a modo de máquina del tiempo”, dice Lola Arias. El estreno en Londres –con funciones durante junio pasado, casualmente hasta el aniversario del fin de la guerra– le valió críticas superiores. “Inolvidable pieza de teatro documental”, dijo The Times; “Un ejercicio extraordinario de excavación de la memoria y de puesta en escena de la historia”, ponderaron en The Stage. La obra, como en una cinta de Moebius, se convertirá además en una película, “mezcla de documental con ficción” que se llamará, otra vez, Veteranos. “Lo más impresionante fue descubrir que del otro lado también había una marca muy fuerte de la guerra de las Malvinas y una necesidad de hablar, de encontrarse con los antiguos enemigos, un deseo de revisitar esa historia. Fue un largo trabajo encontrar a los protagonistas y también juntarlos. En un momento los ingleses vinieron a la Argentina a ensayar y fue un momento muy raro, tenían miedo, pensaban que los iban a linchar en la calle.”
¿Y a vos te dio miedo enfrentarte con ellos?
Yo tenía miedo de que ellos no confiaran en mí como argentina, como mujer, como artista. Pero sin embargo eso generó una especie de confianza y quizá me decían cosas que no hubieran dicho en otras circunstancias, a un inglés, o a un hombre. Eso fue esencial para el proyecto. Ensayaron dos meses en un galpón, en Villa Crespo, los ingleses sin hablar español y los argentinos sin hablar inglés. Hay una cosa de camaradería entre los veteranos muy extraña, algo del orden del honor, pero por debajo hubo sangre y fuego y no es una relación fácil.
¿Te resulta difícil definir lo que hacés?
Cada vez más. Antes decía “soy escritora, directora de teatro, hago música y algo de artes visuales…” pero la lista parece medio inmensa y pretenciosa, cuando en realidad quizá debería decir “artista”, en el sentido de que a veces escribo, a veces armo una exhibición, una película, una obra de teatro, o un disco. Casi te diría que mi movimiento fue de la ficción a lo conceptual, al trabajo sobre las ideas, y luego ver qué forma encaja más. Creo que esa forma de ser artista no es tan rara hoy, pero se instala más en el arte contemporáneo que en otros lugares. Por ahí, son las mismas obsesiones de siempre que se van reformulando.