Las preguntas que abre el regreso de Louis C. K.
Apenas unos meses después de despedirse del stand up en su especial de Netflix Nannette, la comediante australiana Hannah Gadsby puso en duda su decisión de retirarse en una entrevista que dio a The New York Times. Frente a la pregunta sobre un posible regreso de Louis C. K., Gadsby disparó: "Valdrá la pena solo para ver si aún tiene un público. Y si aún tiene audiencia, definitivamente no voy a dejar de hacer comedia en vivo. Porque significa que mi trabajo no ha terminado".
Por supuesto que Gadsby no era la única que especulaba con esta posibilidad. En abril, el periódico The Villager publicaba una nota en la que anunciaba que Louie había sido visto en un club de comedia, pero que no había subido al escenario. El hecho no hubiera sido extraño, ya que es común que comediantes consagrados hagan presentaciones en pequeños lugares para probar nuevos materiales o sacarse el gusto de volver al potrero luego de jugar muchos años en primera. Claro que, en este caso, había otras cosas en juego.
El alejamiento de Louie de los escenarios tuvo como causa una serie de acusaciones que se publicaron gracias a una investigación de The New York Times y que, si bien eran desconocidas para el púbico, eran un secreto a voces en el mundillo del espectáculo. Se lo acusaba de invitar a mujeres a su habitación para masturbarse frente a ellas. Haya habido consentimiento o no, en todos los relatos se hacía énfasis en el carácter traumático de encontrarse presionadas a aceptar la situación por el estatus y la popularidad del comediante. Luego de que las denuncias salieron a la luz, Louie se mantuvo callado, hasta que aceptó las acusaciones en una carta en la que abundaban la humildad y el arrepentimiento. Después, como si fuera Bobby Fischer o Keyser Soze, volvió a desaparecer.
De esto pasaron unos diez meses, hasta que la ansiedad de volver a ver al nuevo rey de la comedia reapareció. El caso de Louie no era tan grave como el de Harvey Weinstein o el de Bill Cosby: luego de un tiempo prudencial, sus compañeros empezaron a dejar de sentir la necesidad de mantenerse al margen. "Yo creo que la gente está dispuesta a perdonarlo. Especialmente si vuelve aceptándolo", arriesgó el comediante Gene Getman. "Probablemente van a pasar un par de años, pero va a volver. Se va a hacer cargo y, de alguna manera, lo va a hacer gracioso. Va a volver a ser el amorcito de los EE.UU.", subió la apuesta la comediante Keanu Thompson.
Finalmente, la semana pasada, Louie volvió a subirse al escenario del Comedy Cellar, donde solía actuar antes de hacerse conocido. Fueron apenas 15 minutos que tomaron por sorpresa al público y a los medios de todo el mundo. Pese a las especulaciones, no hizo referencia a nada de lo que pasó. Lo único que mencionó relativamente cercano a situaciones de abuso fue un chiste sobre silbatos antiviolación (que no sonaba especialmente como una retractación). El resto: comedia como si nada hubiera pasado.
Quizá 15 minutos le parecieran demasiado poco para lo que tenía que explicar y solo quería probar el agua para ver si ya estaba tibia. Quizá no quisiera arriesgarse a las posibles respuestas que pudieran surgir de la redes y del #MeToo. Quizás, en el fondo, todo lo sucedido le haya parecido injusto o desproporcionado. Quizás esté preparando una disculpa mayor para soltarla en un especial propio y con la difusión adecuada para agotar dos o tres Madison Square Garden. Quizá pretenda nunca más hablar de esto.
Lo que deja al descubierto el vacío que produjo la presentación de Louie fue que había más interés en perdonarlo, justificarlo o castigarlo que en reflexionar sobre las implicancias sociales de estas situaciones. "Tenemos una obsesión con la reputación. ¿Y saben en quiénes depositamos la antorcha de esta miope obsesión por la reputación? En las celebridades. Y los comediantes no son inmunes a ella. Todos están cortados con la misma tijera: Donald Trump, Pablo Picasso, Harvey Weinstein, Woody Allen, Roman Polanski", explica Hannah Gadsby en Nannette.
En vez de esperar que Louie explique lo que hizo como si fuera un padre justificando una infidelidad frente a sus hijos, más útil sería aprovechar su caso para discutir cuestiones como: ¿qué constituye un abuso?, ¿qué formas sutiles de presión sexual existen además de las violaciones?, ¿cómo cambian las dinámicas sexuales cuando cambian los esquemas culturales de género?, ¿qué se nos juega cuando un artista respetado se ensucia con acusaciones sobre su vida personal?, ¿podemos permitirnos seguir disfrutando de su obra separándola de sus actos?
Las evidencias manifestadas a través de los estudios de género volvieron imposible seguir manejándonos con las mismas reglas de hace 20 años. Pero es utópico pensar que los cambios se plasmen automáticamente en la sociedad sin un trabajo consciente sobre las conductas. Quizás el hecho de que existan figuras como Louie –no tan aberrante como Weinstein y que, de hecho, demostró un fuerte interés por cuestiones de género– pueda servir no para construir monstruos, sino para llevar el debate a nuestras vidas cotidianas.
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