Mari Inoue es profesora de inglés, tiene 34 años y vive en Tokio. Se comprometió con su novio, Kotaro Usui, hace tres años. Sin embargo, casarse no está en sus planes.
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Y la pandemia no es el impedimento para la boda, sino una arcaica ley japonesa que obliga a las parejas casadas a adoptar el mismo apellido.
En teoría, cualquiera de los dos miembros de la pareja puede renunciar a su apellido. En la práctica, casi siempre es la mujer la que pierde el suyo: un estudio reveló que son ellas las que lo cambian el 96% de las veces.
“Me parece muy injusto”, dice Inoue, quien defiende que exista la opción de conservar ambos. Su prometido coincide. Consideró la posibilidad de convertirse en un Inoue, pero algunos de sus familiares no estaban de acuerdo.
“No quiero entristecer a ninguna familia”, afirmó Usui y comentó: “Nos gustaría poder elegir si se cambia o se mantiene el apellido”.
Japón es una de las pocas economías avanzadas que impide que las parejas mantengan los dos apellidos después del matrimonio, debió a una ley que discrimina explícitamente a las mujeres, según un comité de la ONU. Hace seis años fracasaron dos grandes demandas judiciales para cambiar la normativa. Pero el movimiento a favor de la reforma -al que se unieron Inoue y Usui- no hizo más que crecer.
Una batalla milenaria
Los apellidos fueron durante mucho tiempo un territorio disputado. En Inglaterra, el deseo de una mujer de conservar su apellido de soltera se relacionaba con una “ambición” impropia en 1605, según escribió la doctora Sophie Coulombeau.
Aquellas que desafiaban esta práctica patriarcal se encontraron con una airada resistencia y algunas acabaron ganando el derecho a utilizar sus apellidos mediante caminos judiciales que marcaron un hito a finales del siglo XIX.
Las sufragistas de Estados Unidos libraron una batalla similar. Hubo que esperar hasta 1972 para que una serie de sentencias judiciales confirmaran que las mujeres podían utilizar sus apellidos como desearan.
Más de 40 años después, muchas mujeres en Japón estaban preparadas para su propio momento. Kaori Oguni fue una de las cinco demandantes que argumentaron que la ley sobre los apellidos era inconstitucional y violaba los derechos humanos.
Pero, en 2015, el Tribunal Supremo de Japón decidió que era razonable utilizar un solo apellido para una familia, manteniendo la norma del siglo XIX.
“Lo sentimos como si un profesor arrogante nos estuviera regañando”, confesó Oguni, quien sigue usando su nombre de nacimiento de manera informal. “Esperaba que el tribunal respetara los derechos individuales”, añadió.
En cambio, el juez dijo que era el Parlamento el que debía decidir si se aprobaba una nueva legislación. La esfera política, como la mayoría de los lugares de trabajo en Japón, está dominada por hombres.
Las expectativas culturales arraigadas consideran que el cuidado de los niños y las tareas domésticas son una responsabilidad de las mujeres, incluso si están trabajando fuera del hogar. El sexismo está muy extendido.
No es de extrañar que la nación tenga un pobre historial de igualdad de género, ocupando el puesto 121 de 153 naciones en el último informe del Foro Económico Mundial. El gobierno afirma que quiere que más mujeres se incorporen a la reducida fuerza laboral. Sin embargo, la brecha de género parece aumentar: Japón descendió 11 puestos con respecto al anterior estudio sobre la igualdad.
“Una muerte social”
Desde 2018, Naho Ida, una profesional de las relaciones públicas en Tokio, asumió el reto de cambiar la mentalidad en el Parlamento presionando a los diputados para que respalden los apellidos separados a través de su grupo de campaña Chinjyo Action.
Para Naho, que prefiere usar su nombre de pila, la convención de los nombres “se siente como una prueba de la subordinación (de las mujeres)”. Ida es, de hecho, el nombre de su exmarido. Cuando se casaron, en la década de 1990, él le dijo que se sentía demasiado avergonzado para tomar su apellido.
Tanto los padres de ella como su exesposo estuvieron de acuerdo con que el cambio debía ser de ella. “Me sentí invadida por mi nuevo apellido”, cuenta. La mujer de 45 años abandonó el uso del apellido Ida profesionalmente después de haber publicado bajo es nombre durante décadas, mientras que un nuevo matrimonio le impuso un tercer apellido legal no deseado.
“Algunas personas están felices (de cambiar), pero yo siento que es una muerte social”, le contó a la BBC.
Señales de cambio
La llegada de Yoshihide Suga como nuevo primer ministro de Japón el año pasado generó esperanzas entre activistas como Naho ya que él apoyó abiertamente la reforma del apellido durante su campaña. Pero en diciembre, el gobierno renunció a sus objetivos de empoderamiento de las mujeres reemplazándolos con un plan de igualdad de género diluido que omitió el tema del apellido.
”Puede destruir la estructura social basada en unidades familiares”, advirtió en ese momento la exministra Sanae Takaichi.
La semana pasada, la recién nombrada ministra japonesa para el empoderamiento de la mujer y la igualdad de género, Tamayo Marukawa, dijo que se oponía a un cambio legal que permitiera a las mujeres mantener su nombre de nacimiento. Para muchos, “una mujer que no quiere tomar el apellido de su esposo interrumpe mucho más que una unión familiar, interrumpe toda la idea de familia”, opinó Linda White, profesora de Estudios Japoneses en Middlebury College en Estados Unidos.
White explica cómo el sistema tradicional koseki (registro familiar) de Japón, basado en hogares de un solo apellido, ayudó a preservar el control patriarcal en todas partes, desde el gobierno hasta las grandes empresas. Pero la propia sociedad japonesa parece estar abierta al cambio.
Encuestas recientes sugieren que la mayoría está a favor de permitir que las parejas casadas mantengan apellidos separados. Una encuesta realizada en octubre por Chinjyo Action y la Universidad de Waseda mostró que el 71% apoyaba que las personas pudieran elegir.
En este panorama cambiante, están en curso nueve nuevos desafíos legales. A diferencia de la última vez, cuando todos menos uno de los demandantes eran mujeres, casi todos los reclamos involucran a un hombre también. Parece ser una estrategia consciente en un movimiento en el que muchas de las principales figuras están enmarcando el debate en términos de derechos humanos en lugar de los derechos de las mujeres o el feminismo.
”Es más una cuestión de identidad y libertad individual” que feminista, opinó la abogada Fujiko Sakakibara, de 67 años. “Queríamos demostrar que afecta tanto a los hombres como a las mujeres”, afirmó. De los 18 demandantes en disputas de apellidos, la mitad son hombres.
Uno es un destacado director ejecutivo de una empresa de software con sede en Tokio que adoptó legalmente el apellido de su esposa al casarse. Otro es Seiichi Yamasaki, un funcionario jubilado que mantiene una relación de 28 años con su pareja, ya que siempre pensaron que era injusto que cualquiera de los dos cambiara de nombre.
A los 71 años, Yamasaki quiere que la próxima generación tenga la posibilidad de opción mientras demuestra que “también hay demanda entre las personas mayores”. En diciembre, tres casos -incluido el suyo- llegaron a la Corte Suprema, una medida que los abogados están viendo de manera positiva ya que puede indicar que el tribunal emitirá un nuevo juicio sobre la regla del apellido este año.
”Esa voz masculina marcó una gran diferencia”, reflexionó Naho, reconociendo el papel de los aliados masculinos para poner fin a una norma patriarcal.
¿Qué tiene de especial un nombre?
Las consecuencias de un cambio de nombre en una carrera profesional son un gran impulso para muchas de las mujeres que abogan por la reforma. La carga de cambiar de nombre en docenas de documentos oficiales en un Japón con mucho papeleo es otra.
Aquellos que optan por no casarse debido a la ley también citan problemas en situaciones como la atención hospitalaria donde solo los cónyuges legalmente casados pueden tomar decisiones en nombre del otro. Sin embargo, para muchas mujeres esta es una cuestión de identidad.
Izumi Onji, una anestesista que vive en Hiroshima, tomó la decisión poco convencional de divorciarse de su esposo para recuperar su apellido. Se llama “divorcio en papel” en Japón, ya que todavía viven juntos décadas después. ”Esa soy yo. Esa es mi identidad”, afirmó claramente la mujer de 65 años. Onji, que también está reclamando por la ley de apellido en la justicia, sabe que forma parte de una pequeña minoría.
La abrumadora mayoría de las mujeres japonesas, al igual que otras en Reino Unido y Estados Unidos, aún abandonarán sus apellidos al casarse. Como explica Mihiko Sato (un seudónimo), de unos 20 años y madre de dos hijos, adoptar el apellido de su marido fue una decisión “natural” para sentirse “más unida” como familia.
Muchas mujeres británicas casadas podrían estar de acuerdo con ella: casi el 90% dejó de usar su apellido de soltera después de casarse, reveló una encuesta de 2016.
Que la costumbre del cambio de nombre haya persistido es un motivo de sorpresa para algunos investigadores en una era de mayor conciencia de género y en la que más mujeres se identifican como feministas.Incluso aquellas que no lo hacen dicen que la tradición no debe usarse para reprimir la elección.
”Todos deberían tener derecho a elegir su propio apellido”, aseguró Sato.
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