Las paradojas de una pileta grande
Todavía recuerdo el día en que me llamó para conocer su pileta. "Es medio viejita, y tirando a grande", me advirtió por teléfono y allá fui yo, pensando en las típicas piletas de 10 x 5 con borde de lajas que solían construirse en la zona, todas hechas por el mismo albañil, supongo, porque tienen el mismo tipo de caída en las paredes, una caída oblicua y suave, y pareja, que hace que al limpiarla no queden aristas ni zonas desniveladas. Un gran albañil. Pero no. Esta era una pileta de 16x7, muy antigua y demasiado grande para el pequeño jardín. Es que, en realidad, lo que había sido instalado ahí no era tanto la pileta como la casa y el jardín.
Mi nueva clienta, al verme un poco desorientado con las proporciones, explicó: "Siempre quisimos sacarla, o achicarla. Es que acá lotearon una quinta grande y nosotros compramos esta parte, la de la pileta, y tuvimos que hacer todo alrededor." Mientras tanto, la inmensa pileta, casi de club, me miraba y parecía preguntarme si estaba dispuesto a limpiarla, si estaba seguro de lo que iba a hacer, que no cualquiera está preparado. Mi clienta siguió: "Y ahora que me separé ya no tengo tiempo, ni ganas, ni plata para hacer nada con esto."
Ella estaba ahí, pequeña en estatura, en contextura física. Y su hija, una nena de unos pocos años, prendida de su mano, ilusionada con ver la pileta limpia. Rápidamente imaginé a las dos ahí, pequeñas, en ese gigantesco océano doméstico, y yo mismo me vi envuelto en los peligros del mar abierto. Era un desafío. Mucha agua para sacar. Mucha superficie para limpiar. Mucha agua para mantener cristalina. Medí los laterales contando pasos. Cada paso, un metro. Luego sumergí perpendicularmente uno de mis barrales, lo saqué, y con la palma de la mano medí hasta donde se había mojado. Ella dijo, con una extraña excitación: "¡Tenés medidas todas las partes de tu cuerpo!". "Ponele", pensé mientras sonreía. No tardamos en ponernos de acuerdo.
Desde entonces tenemos una hermosa relación clienta-piletero en la que entro y salgo cuando quiero de su casa porque ella me dio el control remoto de su portón automatizado. Y tratamos de mantenerla todo el año. No es un trabajo fácil pero tiene la virtud de dejar la enseñanza de que las dimensiones, por raras que sean, son una cuestión de costumbre. Con los cuerpos pasa lo mismo. Cuando hay amor, los cuerpos se adaptan al amor. Las dimensiones ideales son para las fotos de revista o para pensar que existe algo ideal. Hay mucha gente que es fanática de pensamientos así. Pienso todo esto, ahora, porque hace unas semanas mi clienta-pequeña-con-pileta-inmensa escribió un mensaje de texto: "Me echaron de la oficina. Tengo que achicar gastos". El subtexto es sencillo. Y, por lo que se ve, no va a ser una buena temporada.
Sin embargo, todavía mi clienta no me reclamó el control remoto. Así que ahí lo tengo, en el tablero de la camioneta, igual que todas las llaves de los clientes que me dejan libre paso a sus piletas. Y cada vez que lo veo pienso: hoy llama, hoy escribe. La esperanza a veces crece, y refresca el sopor de estos días calientes. Por lo menos sirve para tener esperanza, pienso.