La otra cara de Aristóteles Onassis: de la isla con una “Casa Rosada” hasta la década de la muerte
El multimillonario griego hizo su fortuna en la Argentina y se casó con una heredera poderosa; también amó a una soprano a la que le rompió el corazón y humilló a una ex primera dama de los Estados Unidos
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La leyenda dice que Aristóteles Onassis llegó a Buenos Aires en barco con un pasaje de tercera clase y 60 dólares en el bolsillo, y que en solo dos años ya se había hecho millonario.
Era 1923, la Argentina asomaba como una potencia pujante y se promocionaba como un territorio fértil para los aventureros que buscaban escapar de la miseria por la senda del progreso.
En ese contexto, el joven griego de 17 años que había dejado atrás la decadencia familiar en Esmirna pasó de lavar platos en un restaurante porteño a ser telefonista en una empresa naviera y luego, como si la suerte estuviera siempre de su lado, empresario del tabaco y magnate naviero.
La leyenda dice que la buena fortuna acompañó a Onassis como a pocas personas en el mundo, así como la tragedia lo golpeó una y otra vez, hasta matarlo, con solo 69 años, de tristeza, tras la repentina muerte de Alexander, su único hijo varón.
Una vida de excesos, amores y tristezas
El magnate griego más famoso de todos los tiempos construyó su imperio a fuerza de ingenio y perspicacia, pero sus biógrafos destacan que cada logro suyo estuvo impulsado por su principal devoción: las mujeres.
Como con el tabaco, cuando comenzó a importarlo en su versión rubia, lo hizo por una demanda muy particular. Las buenas damas de la época así lo preferían, y en la Buenos Aires de los años veinte solo abundaba el tabaco negro.
O como con el negocio del transporte marítimo, Aristóteles progresó de la manera más clásica y tal vez menos meritoria: se casó con Athina Mary Livanos, máxima heredera de una de las compañías navieras más importantes del mundo.
Naturalizado ciudadano argentino, el exlavacopas trasladó luego sus oficinas a Nueva York, después de adquirir una aerolínea griega, Olympic Airlines, perfilándose como una de las personas más ricas del mundo.
El negocio siguió creciendo así como su compulsión por fumar habanos y su ambición por conquistar nuevos y tumultuosos amores.
Su matrimonio con Athina le dio dos hijos, Alexander y Christina Onassis, pero su corazón tenía otra dueña. Se llamaba Maria Anna Cecilia Sofia Kalogeropoúlou, pero todos la conocieron como María Callas, una soprano nacida en los Estados Unidos pero de origen eminentemente griego.
Con María se conocieron en 1957, durante el Festival de cine de Venecia. El magnate llevaba diez años de casado y para 1960 ya se había divorciado: Athina no soportó su infidelidad con la cantante de ópera, que se desató casi frente a sus narices, durante un viaje en el yate Christina, un auténtico palacio flotante, donde la soprano había asistido también con su marido, Giovanni Battista Meneghini, un empresario industrial treinta años mayor que ella.
El yate Christina, un palacio flotante
Su fama de coleccionista de mujeres creció con el tiempo y el yate Christina, bautizado en honor a su hija, quien terminaría su vida trágicamente en la Argentina, fue el escenario de sus conquistas más destacadas.
Construido por el astillero canadiense Vickers, medía 99 metros de eslora y, tras invertir 4 millones de dólares, Onassis lo convirtió en el barco más lujoso de todos los tiempos.
Tenía capacidad para 35 pasajeros, 18 camarotes, una pileta de mosaicos y hasta cuadros de Miró y Renoir. Por su cubierta deambularon las personalidades más destacadas del mundo, desde Winston Churchill, Raniero de Mónaco y Grace Kelly hasta Frank Sinatra, Marilyn Monroe, Liza Minelli y Greta Garbo, participando de largas fiestas en tránsito entre uno y otro puerto del mar Mediterráneo.
Los años sesenta son para Onassis la consagración absoluta: ya no necesita tocar el cielo con las manos porque el paraíso está a sus pies. El jet set mundial se rindió ante su opulencia pero él todavía quería más.
Le faltaba su mayor conquista, tal vez su último trofeo: la viuda más famosa del mundo, Jacqueline Lee Bouvier, mejor conocida como Jackie Kennedy.
Skorpios, una isla con Casa Rosada incluida
Onassis compró la isla Skorpios en 1963 por unos veinticinco mil euros. Era una roca en medio del mar jónico, pero rápidamente la convirtió en un paraíso: plantó miles de árboles, diseñó pequeñas playas privadas con arena importada, colocó un helipuerto en el punto más alto y construyó tres mansiones: a una la llamó “Casa Rosada” como un homenaje a la Casa de Gobierno argentina.
Un viaje en el crucero Christina y una estadía en la isla Skorpios podían encandilar a cualquiera, y la viuda del presidente John F. Kennedy asesinado en 1963 no fue la excepción.
Aristóteles y Jackie se conocieron por intermedio de María Callas, quien había dejado a su marido por amor al magnate griego, luego quedó embarazada de él y tuvo un bebé, pero murió al poco tiempo.
“Él no me amaba a mí sino a lo que representaba”, dijo ella, con profunda tristeza, cuando Onassis la dejó por la ex primera dama estadounidense.
“Mi padre adora los apellidos y Jackie adora el dinero”, dicen que dijo su hijo Alexander Onassis luego de la boda, celebrada en 1968, entre el magnate y la viuda de Kennedy en una pequeña y reservada capilla en la isla Skorpios.
Jackie Kennedy Onassis en la revista porno Hustler
Pero cuando todo parecía un cuento de película, la siguiente década fue para la familia Onassis la contracara del idilio. La tragedia los golpeó una y otra vez, sin descanso, hasta el final.
En 1971, un escándalo mundial sacudió al matrimonio: Jackie apareció completamente desnuda en la portada de la revista pornográfica Hustler, luego de que un paparazzo la sorprendiera tomando sol sin ropa en la playa privada de Skorpios.
¿Cómo un simple fotógrafo había podido vulnerar la seguridad del hombre más rico del mundo? Una hipótesis surgida décadas después echó luz sobre el tema, y sostiene que fue el mismo Aristóteles Onassis quien hizo correr la voz de que su mujer tomaba sol desnuda entre los periodistas y alivianó la seguridad de la isla para que los fotógrafos pudieran capturar las imágenes de Jackie tomando sol desnuda.
De acuerdo con el libro The Good Son: JFK Jr. and the Mother He Loved, del periodista Christopher Andersen, el magnate quería humillar a Jackeline Kennedy Onassis; ya no toleraba sus mañas de diva ni sus gastos onerosos, y pretendía escarmentarla, avergonzándola frente al mundo.
No fue un matrimonio feliz, coinciden las fuentes. A los pocos meses de casados, él solía referirse a ella como “la viuda”.
La tragedia golpea a la familia Onassis
Ese fue el comienzo de una década fatal para Aristóteles. En 1973 murió su hijo Alexander en un accidente de avión. El episodio sumió al patriarca en una gran depresión de la que ya no pudo salir.
En 1974, su ex mujer Athina, quien se había vuelto a casar con un competidor de Aristóteles, se suicidó con una sobredosis de drogas. Su hija Christina no aportaba serenidad a la familia, más bien al contrario, y la relación con el padre pasaba por su peor momento.
El magnate griego murió en 1975 en París, víctima de una neumonía. Sus años de fumador compulsivo le jugaron en contra pero todavía más la tristeza de haber perdido a su único hijo varón, que solo tenía 24 años.
María Callas también murió en París, dos años después. Dicen que amó a Aristóteles hasta su último suspiro.
Jaqueline Lee Bouvier Kennedy Onassis se convirtió en la viuda más famosa de todos los tiempos, tras haber estado casada con dos de los hombres más importantes de su época. Ella peleó por seguir manteniendo el apellido Onassis así como lo había hecho con el de Kennedy, y por recibir parte de su fortuna, tras un fugaz acuerdo.
La única hija de Aristóteles, Christina Onassis, la mujer que le había dado nombre al palacio flotante amarrado en Skorpios, se casaría cuatro veces, y cuatro se divorciaría. Tuvo una única hija, a la que bautizó Athina, como su madre.
Christina continuó con la saga trágica y murió en Buenos Aires. La encontraron muerta en la bañera de una casa en el Tortugas Country Club, el 19 de noviembre de 1988. Tenía ciudadanía griega y argentina, y solo 37 años. Se dijo que se había suicidado pero la autopsia no halló otra causa de muerte más que la de un edema pulmonar.
Athina, la nieta del magnate Aristóteles que entonces tenía tres años, quedó como la única heredera del imperio, y su fortuna fue administrada por un grupo de albaceas hasta su mayoría de edad.
El yate fue donado por Christina Onassis al Estado griego para ser usado como barco presidencial pero, luego de dos décadas de decadencia por los altos costos de mantenimiento, el gobierno lo vendió al empresario griego Yannis Papanicolaou, que pagó 50 millones de dólares para comprarlo y dejarlo operativo de nuevo.
Lo rebautizaron “Christina O.” y actualmente se encuentra amarrado en Mónaco para ser alquilado por 90 mil euros por día.
La isla Skorpios tuvo una suerte similar. Después de la muerte de Aristóteles, el promontorio de 83 hectáreas que había recibido a lo más fascinante del jet set internacional quedó abandonado hasta 2013, cuando el multimillonario ruso Dimitry Rybolovlev compró la isla por 138 millones de dólares para regalársela a su hija, Ekaterina Rybolovlev.
La leyenda dice que Aristóteles Onassis soñaba con que esa isla permaneciera siempre como propiedad de la familia, pero en este caso la suerte le fue esquiva.
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