Las mil y una caras de Frida, un ícono de la diversidad
Una urna de barro protege sus cenizas. Y sobre la cama donde murió, hace más de seis décadas, descansa la máscara creada con su rostro sin vida. Se siente aún su presencia en la Casa Azul, su lugar en el mundo, donde vivió con sus padres y con Diego Rivera. Pero nada es sombrío en el universo de Frida Kahlo: los muebles están pintados de colores vibrantes y el jardín de plantas autóctonas atrae mariposas y pájaros que cantan.
Más de dos mil personas llegan cada día hasta el antiguo barrio de Coyoacán, en Ciudad de México, aunque no tengan dinero para pagar la entrada. "La veneran como a una santa, como si fuera la Virgen de Guadalupe", dice Ximena Jordán Poblete, responsable de relaciones institucionales de la casa devenida museo, mientras explica de qué manera se fueron anexando los terrenos vecinos a la residencia original. El jardín, explica, fue donado por Charles Chaplin cuando Frida y Diego alojaron a León Trotski y a su esposa a fines de la década de 1930.
El escándalo es conocido: Frida y Trotski fueron amantes, un par de años después de que Frida se divorciara de Diego porque había descubierto que la engañaba hasta con su propia hermana. Volvieron a casarse en 1940, tras hacer un trato: dormirían en camas separadas y, según la guía, "no se exigirían más de lo que pudieran dar".
Secretos similares pueden descubrirse en Caras de Frida, la primera retrospectiva online dedicada por Google a un artista del siglo XX. Gracias a la tecnología más avanzada es posible acceder en forma gratuita a los lugares donde vivió, explorar sus obras en detalle o leer las páginas de su diario íntimo. Las mismas donde escribió una de sus frases más populares en 1953, un año antes de morir y tras la amputación de su pierna derecha, cuando ya se había sometido a decenas de operaciones y había abortado espontáneamente tres veces los hijos que soñaba tener con Rivera: "Pies para qué los quiero, si tengo alas pa’ volar".
"Kahlo, pata de palo", le decían sus compañeros de colegio. Tenía una pierna más corta que la otra, como consecuencia de la poliomielitis que había sufrido a los seis años. La situación se agravó en la adolescencia, cuando el camión en el que viajaba chocó contra un tranvía y se rompió la columna vertebral, el cuello, las costillas, la pelvis. Un pasamanos se clavó en la espalda y le atravesó la vagina. El hombro izquierdo quedó dislocado para siempre.
Sin poder moverse de la cama, ella transformó su dolor en arte. Pintaba recostada, mirándose en un espejo que sus padres instalaron sobre su cama. No solo su propio rostro sino también cuerpos abiertos, sangre, calaveras, símbolos de la fertilidad: flores, frutas, animales. En su casa se exhiben obras realizadas en sus últimos años, como la que muestra sandías con la frase "viva la vida", multiplicada en el abundante merchandising.
Una silla de ruedas con manchas de humedad enfrenta todavía un atril en el estudio funcionalista diseñado por Juan O’Gorman en 1946. Allí pintaba también Frida, junto a la colección de piezas de arte prehispánico de Diego. La pareja sorprendía a los invitados extranjeros con las artesanías de su país que decoraban el comedor y con decenas de Judas de cartón, figuras típicas de la celebración de Semana Santa, distribuidos por toda la casa. "Ellos aprovecharon su fama para catapultar el arte del pueblo y de los indígenas de México, algo que no era usual en la época", explica Jordán Poblete.
Hija de padre alemán y de madre oaxaqueña, Frida defendió con pasión sus raíces. "Ella estaba orgullosa de lo que era, no se identificaba con lo que le pasaba", agrega la guía al señalar un dibujo que muestra el cuerpo torturado de la artista debajo de su vestido. Las apariencias engañan fue el título elegido por esta mujer devenida modelo de diversidad cultural, étnica y sexual, y un ícono del feminismo elegido ahora para inspirar al mundo.
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