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En el mundo, algunas personas logran ser todo lo que quieren ser, muchos de ellos suelen esforzarse y otros buscan caminos que los conducen a lo que soñaron, pero no siempre de la mejor manera. ¿Qué tan difícil es estudiar y ejercer una profesión? ¿Inimaginable pensar si fueran muchas las carreras elegidas? Y si la decisión fuera no optar por ninguna, entonces, ¿sería un mérito estafar a todas y cada una de las personas que nos permitirían alcanzar lo deseado? Ferdinand Waldo Demara pensó que sí.
Nacido en 1921, el joven Demara creció bajo la influencia de la fantasía en una familia acomodada, en Lawrence (Massachusetts). Su padre trabajaba como operador de cine, en algunos de los teatros de su hermano en un barrio de clase alta, pero el comienzo de la crisis de la Gran Depresión llevaría a su familia a declararse en bancarrota, perder hasta sus ahorros y mudarse a uno de los barrios más pobres de la ciudad.
Y es aquí cuando su historia comienza. Siendo un adolescente, Demara empieza a transitar su propio camino al escapar de su casa con tan sólo 16 años. Se une a unos monjes en Rhode Island para llevar una vida austera y se convierte en el hermano Marie-Jerome.
Pero aquello no era realmente lo que quería, al quinto año de estar allí se cansa y decide unirse al ejército de Estados Unidos en 1941. La mayoría de edad parece ser el factor determinante para que Demara comience a adoptar diferentes identidades.
Las aventuras de un “gran Simulador”
Ese año y luego de enrolarse en el ejército, el hombre comienza sus “aventuras”, quizás por miedo a ser enviado al frente de batalla o para conseguir algunos permisos, toma la identidad de su compañero Anthony Ignolia, pero sus planes no prosperan y decide desertar.
Con una nueva identidad vuelve con los monjes pero definitivamente no quería ese tipo de vida. Al término de la guerra se une a la Marina de Estados Unidos, siempre utilizando el nombre de su ex -compañero Ignolia, para conseguir - de todas formas- un puesto de alto mando, pero aquello no pudo ser y crea una nueva bomba de humo para desaparecer: simula su suicidio por ahogo (dejando algunas de sus ropas en el muelle) y de inmediato adopta una nueva identidad.
Demara se convierte en, nada más y nada menos, que un oficial y psicólogo -que estuvo con él en la Marina- llamado Robert Linton French. Con su nuevo rol impartió clases de psicología en el colegio Gannon (Pensilvania) y, cuando fue descubierto, años más tarde declaró en la prestigiosa revista LIFE: “Me limitaba a mantenerme un paso adelante de la clase, la mejor manera de aprender algo es enseñarlo”
Pero aquello no resultó ser tan divertido y volvió a cambiar de identidad y profesión.
Trabajó como celador en un hospital de Los Ángeles y luego volvió a dar clases en el colegio St. Martín de Washington. Es ahí donde por primera vez lo arresta el FBI pero no por usurpación de identidad sino por haber desertado de la Marina. Lo condenan a 6 años de cárcel pero luego de cumplir 18 meses sale en libertad provisional.
Fuera de la cárcel, Demara se presenta en Maine como el doctor Cecil Hamman experto biólogo e investigador del cáncer. A la vez, lo contratan como administrador en la escuela de Notre Dame, pero su vida seguía en movimiento: estudió un año de derecho en Boston aunque al parecer no le gustó y volvió a sentir la llamada de la religión, esta vez ingresó a una sociedad católica canadiense como el hermano John Payne. No sería el final.
“La psiquiatría no tiene mucho misterio”
Al conocer al médico Joseph Cyr de Harvard, quien solicita la ayuda de Demara, el “simulador” tiene acceso a su documentación, títulos y diplomas que -como era de prever- usó sin problemas a su favor. Demara se presentó en la Marina canadiense, suplantando su identidad con la de Cyr, donde fue inmediatamente admitido en un hospital. Se hizo cargo de pacientes psiquiátricos durante el lapso de dos meses: “La psiquiatría no tiene mucho misterio, cualquiera con sentido común puede practicarla” fueron sus palabras cuando años más tarde le preguntaron por esta etapa.
Pero no todo salió como él pretendía, fue encomendado al destructor HMCS Cayuga con destino a la guerra de Corea, en el año 1951. En un principio sólo tuvo que extraer 3 dientes al capitán James Plomer, luego la historia lo pondría a prueba.
16 soldados coreanos que necesitaban de manera urgente una intervención fueron evacuados una noche al Cayuga. Mientras iban preparando a cada paciente, Demara se encerraba a solas y con un libro de medicina memorizaba los métodos que debía emplear en cada caso. Uno de ellos fue realmente difícil, tuvo que extraer una bala cerca del corazón y así lo hizo.
Luego de las 16 intervenciones el doctor Cyr se convirtió en un héroe de guerra, y su imagen ocupó las tapas de los periódicos de Canadá. Una desgracia para él.
La fama es puro cuento
El problema para Demara fue que la madre del verdadero Cyr leyó la noticia e hizo la denuncia. Inmediatamente las autoridades canadienses tomaron partido y deportaron al falso Cyr a los Estados Unidos aunque para no quedar en ridículo no presentaron cargos contra él.
De vuelta en los Estados Unidos en su anterior “traje” de hermano John Payne regresó a la instrucción cristiana. Pretendía ser nombrado rector pero al no lograrlo, quizás por su adicción a la bebida, y enojado con sus superiores decidió abandonar nuevamente la orden.
En 1952 necesitado de dinero vendió su historia a la revista LIFE donde llegó a ser tapa. A partir de ahí comenzó a hacerse famoso, el escritor Robert Crichton escribió su vida en un libro que salió en 1959: “El gran impostor” y luego, en 1961, filmaron una película que tuvo a Tony Curtis en el papel protagónico.
Pero la fama le fue, otra vez, contraproducente, ahora debía buscar ocupaciones donde no llamase la atención y en 1955 trabajó como asistente del director de la prisión de Huntsville en Texas bajo el nombre de Benjamín Jones hasta que un preso lo reconoció y fue llevado preso, pero curiosamente el estado de Texas retiró los cargos.
Su próxima ocupación fue en Nueva York. Allí trabajó en una escuela para enfermos mentales bajo la identidad de Frank Kingston, pero este tampoco sería su destino final. En 1956 se enteró que una escuela que estaba por cerrar necesitaba un maestro y bajo el nombre de Martín Godgart obtuvo el trabajo, convirtiéndose en uno de los pilares de la comunidad pero el pasado lo persiguió hasta allí, donde fue detenido y luego expulsado del estado en 1957.
Tomó conciencia de que su rostro ya era muy conocido y buscó horizontes de perfil bajo trabajó como capellán en un albergue en Los Ángeles y luego se trasladó a un hospital de Anaheim California con el mismo puesto pero, esta vez, con su verdadero nombre.
Misión imposible: vivir sin simular
Años después su pasado volvió a encontrarlo y estuvo a punto de ser expulsado pero su amistad con el director le permitió continuar trabajando.
En 1980 tuvo que abandonar su trabajo debido a una diabetes por el consumo excesivo de alcohol y debieron amputarle las dos piernas. En junio de 1982 muere de un ataque cardíaco.
Quizás tener que vivir los últimos 20 años con su verdadero nombre haya sido un castigo ya que la fama y la celebridad le jugaron una mala pasada y le imposibilitaron vivir con la actitud que él quería mantener porque, como respondía cada vez que le preguntaban por qué lo hacía, él simplemente decía: “Por picardía, es solo picardía”
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