:: "Me llamo Edward Joseph Snowden. Antes trabajaba para el Gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo". Así comienza Vigilancia permanente, el libro que escribió el ingeniero, exagente de la CIA y actual activista por los derechos humanos, que vive en Rusia, perseguido por Estados Unidos tras revelar un sistema planetario de espionaje contra sus ciudadanos y el resto del mundo en 2013. En 445 páginas en primera persona, bien escritas y pensadas, el informático se toma el tiempo de repasar su historia, pero también de reflexionar más allá de su experiencia para hablar del sistema de control permanente sobre nuestros datos y sus consecuencias.
Está claro: Snowden cuenta hasta donde puede contar. Con un asilo de Putin que debe renovarse en 2020 y una presión de Estados Unidos que –más allá de su renovación presidencial del próximo año– seguirá sobre él, se nota que por momentos escribe más suelto, sobre todo cuando habla de cuestiones generacionales, de la influencia de su novia Lindsay y de su pasado, pero cuida sus palabras respecto de su apego por los valores republicanos de su país y su futuro. La contradicción se siente durante todo el libro y quienes seguimos su historia queremos pedirle más.
¿De verdad, más de lo que hizo? Sí: Snowden se apega a su patriotismo porque todos en el fondo, por más valientes que seamos, tenemos miedo de dejar todo atrás. A algo tenemos que aferrarnos, volver. Él vuelve a su patria, a su casa de maderitas pintadas de blanco y a su bandera adornada de estrellas. Y a Lindsay Mills, su amor.
Pero Snowden no solo fue valiente en su momento, sino que hoy es inteligente cuando habla y escribe. Primero, porque entiende que la privacidad no significa lo mismo para todos. Y señala que quien le hizo entender esto fue justamente Mills: "Se había pasado años infundiéndome con mucha paciencia la lección de que mis intereses y preocupaciones no siempre eran los de ella (y desde luego no eran siempre los del resto del mundo). No todo el mundo que se oponía a las invasiones de la privacidad iba a estar dispuesto a adoptar niveles de encriptación de 256 bits o a abandonar por completo internet". Según el informático, fue gracias a ella que pudo abrir su mundo y entender que si quería lograr un cambio en la percepción de otras personas tenía que unirse a otros, diversos, que tal vez no pensaran igual.
Que hoy en 2019, a seis años de la revolución que provocó al revelar el dispositivo de espionaje público-privado de Estados Unidos (en cooperación con Google, Facebook y otras compañías), Snowden advierta esto es fundamental. Porque señala una idea de que los datos también tienen que ser de la gente, una big data para la gente. Abre el nicho técnico a todos. Y ese es el paso que todavía se necesita para entender que los derechos digitales son derechos humanos, puros y duros. Y los gobiernos deben tomarlos como tales.
"Nosotros, el pueblo, nunca habíamos tenido voto para expresar nuestra opinión en este proceso. El sistema de vigilancia universal se había establecido no solo sin nuestro consentimiento, sino también de un modo que ocultaba deliberadamente nuestro conocimiento de todos los aspectos de sus programas", dice Snowden, que en el resto del libro se encarga de explicar cómo se construyó ese entramado. El cambio empezó cuando el espionaje pasó de ser selectivo, como en los 50 y en los 60, hacia la vigilancia masiva de poblaciones enteras, señala el informático, que reconoce su responsabilidad en haber ayudado a construir, desde la tecnología, ese sistema que lo quería conocer todo. Pero cuando ese monstruo creció, él decidió actuar.
En ese punto, cuando toma la decisión de hacer públicos los datos, está una de las partes más interesantes del libro: ¿Dónde publicarlos? ¿En qué medio y periodistas iba a confiar? Snowden confiesa que casi ninguno le daba confianza y que, en su mayoría, no entendían cómo funcionan las relaciones entre política y tecnología (o, agrega esta periodista: no las quieren entender, o les pagan para no hacerlo, o para eso falta trabajar más). "¿Acaso el periodismo no consistía en seguir las miguitas de pan y unir los puntos? ¿A qué otra cosa se dedican los periodistas todo el día, aparte de tuitear?", se pregunta con ironía en un pasaje del libro, cuestionando la poca independencia de un "periodismo" que busca la primicia, pero parece tener un techo cuando se trata de tocar al verdadero poder.
Tal vez, una de las tantas lecciones de Vigilancia permanente sea que un periodismo político que no entienda la tecnología como tal estará rengo en su comprensión del mundo en los próximos años. Y ya lo está hoy.
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