Las herramientas que usamos nos transforman
El uso sofisticado de herramientas es quizás la característica más importante que nos separa de las demás especies animales: teóricamente los cocodrilos deberían hacer carteras de piel de humanos, no al revés. Un humano desarmado, sin herramienta alguna, no tiene manera de enfrentar a casi ninguna criatura salvaje. Pero contando apenas con una manta roja, unos estoques y bastante crueldad, un torero puede doblegar a un toro.
El uso de aditamentos genera un efecto cerebral notable: gracias a la enorme capacidad de nuestra mente de modificar su estructura mediante la plasticidad neuronal, las herramientas que usamos nos transforman. Cuando, por ejemplo, aprendemos a tocar el violín o a jugar al tenis, al principio es muy difícil manejar nuestras manos para controlar el instrumento o la raqueta. Igual que cuando empezamos a manejar, tenemos que estar atentos a cada detalle de lo que debemos hacer para tocar una melodía o dirigir la pelota cerca del fleje. Pero después de un poco de práctica gran parte de esa necesidad de pensar para controlar nuestro cuerpo desaparece. El movimiento se naturaliza. Eso sucede porque nuestro cerebro, igual que una computadora, admite que le conectemos periféricos. Lo que la repetición genera es un cambio físico en nuestra mente. Ciertas áreas crecen, nuevas conexiones se establecen. Y el resultado es construir una representación mental del objeto que lo convierte casi en una parte más de nuestro cuerpo.
La mayoría de las herramientas que usamos hasta ahora apuntaron a aumentar nuestras capacidades: golpear más duro, movernos más rápido, incluso volar. Ese proceso permitió una extensión de nuestro self físico. Pero el próximo paso es, de la mano de los dispositivos digitales, la extensión de nuestro self mental. Los tecnólogos y filósofos Andy Clark y David Chalmers postularon la teoría de la mente extendida: consideran que nuestros aparatos son ya una extensión abstracta de nuestros cuerpos y nuestras mentes. En algún sentido, tener acceso a un smartphone y a toda la información disponible en internet en tiempo real los vuelve parte del arsenal disponible para nuestra capacidad cognitiva. Es como si, de repente, tuviéramos una cantidad abrumadora de datos extra en nuestra memoria. Y, si prospera la iniciativa del brillante y excéntrico Elon Musk, esta idea puede volverse más literal de lo que creemos. Su compañía Neuralink anunció recientemente que realizó grandes avances para implantar microcables más delgados que un cabello en el cerebro humano y así crear una interfaz que permita conectar directamente nuestra mente a la red, y a otros cerebros. La meta final sería borronear la frontera entre la inteligencia humana y la artificial.
Pero volvamos al presente… ¿Cuáles son los efectos que las herramientas digitales actuales están teniendo sobre nosotros? ¿Qué consecuencias genera el tener a los celulares tan omnipresentes en nuestra vida que casi se vuelven parte de nosotros? ¿Cómo se modifica este proceso si se inicia en el primer año de vida, cuando la mente es aún mucho más plástica? La respuesta es que todavía no lo sabemos del todo: no existen aún estudios científicos longitudinales que permitan sacar conclusiones basadas en evidencia. Pronto la realidad se ocupará de mostrarnos los resultados de este experimento masivo que todos estamos llevando a cabo.
El autor es emprendedor y tecnólogo, autor de Guía para sobrevivir al presente