Susana y Violeta son hijas de Massimiliano Bencich, inmigrante triestino que llegó a Buenos Aires en 1910 y, con su hermano Miguel, levantó una veintena de obras con valor patrimonial en diferentes barrios porteños
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Si la estadounidense Julia Louis-Dreyfus, autora del podcast con mujeres sabias de más de 70, viniera a la Argentina, seguramente no dejaría de entrevistar a las hermanas Bencich. En Wiser than me, Más sabia que yo, busca visibilizar a ese grupo tan poco escuchado. Por eso, su primera invitada fue la actriz Jane Fonda. En nuestro país, Susana y Violeta Bencich, de 92 y 90 años, no son famosas, sin embargo tienen mucho para contar; se mantienen activas trabajando desde muy chicas. Heredaron de su padre un imperio de la construcción y aún administran esos emblemáticos inmuebles levantados por inmigrantes italianos a principios de siglo, habiendo sido testigos de la época dorada de un país pujante.
Desde la oficina que comparten en una de las cúpulas gemelas del Bencich más famoso, el de Florida y Diagonal Norte, las hermanas realizan reuniones, revisan contratos, planifican y controlan gastos de las oficinas que dentro del edificio ofrecen en alquiler. Junto a su hermano, Enrique, o Chichín, son las encargadas de custodiar el legado de los hermanos Massimiliano, el padre, y Miguel, el tío. Según el investigador Alejandro Machado, levantaron casi una veintena de obras con valor patrimonial en diferentes barrios porteños. Hoy son un lujo, están hechas con materiales íntegramente traídos de Europa; mármoles, bronces y boiserie que sobrevivieron el paso del tiempo. Nacieron como edificios de renta, pero con el tiempo se les dieron también otros usos.
“Fijáte vos que vengo de Japón y me arrepiento de no haberme comprado allá un quimono”, dice Susana, o Susy, tal como la llama su hermana. La mayor es conversadora, inquieta y curiosa, le encanta viajar. “Y bueno, te lo podés comprar acá, por Internet. No hay problema”, le responde Violeta, sin dudar, muy segura de sí misma. Sonríen al mismo tiempo, son compinches desde muy pequeñas, cuando compartían el mismo dormitorio en un petit hotel llamado Palacio Bencich, a metros de Plaza San Martín, sobre la calle Maipú. Hoy pertenece a la Embajada de Corea.
“Nosotras trajimos la modernidad”
A simple vista la oficina parece un museo familiar cuya historia se remonta a Trieste, localidad italiana que formaba parte del Imperio austrohúngaro y de donde en 1910 llegaron los fundadores de la constructora, una de las más importantes de Buenos Aires en su época. En la sala conservan el escritorio original, antiguos radiadores y hasta la caja fuerte de 1927, año en el que se fundó el edificio. Antes la utilizaban para resguardar el dinero de los alquileres, pero ahora contiene biblioratos, contratos y escrituras.
“Nosotras trajimos la modernidad cuando adquirimos estas pinturas”, asegura Susana mientras señala las obras colgadas en las paredes. “Junto a nuestro hermano menor nunca dejamos de trabajar, ni de ocuparnos de este edificio ni de otros pertenecientes a la familia “, agrega Violeta. Antes, quien se sentaba todos los días en este lugar, con su camisa de puños blancos perfectamente planchados, era Massimiliano. Tenía un ritual; primero le pasaba una franela al escritorio para no ensuciar la tela blanca, impoluta. En tanto Miguel estaba afuera, recorriendo las calles ya que era el encargado de traer nuevas ideas. Esa parte de la historia está atesorada en documentos con la firma de los hermanos Bencich. A su vez, los internos de las oficinas y los números de los inquilinos figuran en una antigua libreta de teléfono escrita a mano. Esa agenda continúa en uso, aunque cada una de las mujeres se maneja en forma independiente, con su propio celular.
“Abrigáte, Baby, que hace frío”, le dice Susana Bencich de Cabezas a su hermana, antes de salir a recorrer la gran terraza que une las dos cúpulas. Están rodeadas de otros remates icónicos que, especialmente durante el atardecer, son la postal favorita de Buenos Aires. En ese lugar se han hecho desde publicidades hasta lanzamientos de campañas políticas.
“No me importa Susy si hay viento, salgamos igual”, le responde Violeta y se pone el sombrero que la caracteriza. Caminan a cielo abierto, de una punta a otra, señalando los detalles de las molduras y la vista privilegiada desde el piso 10 de Roque Sáenz Peña 615. El edificio las vio crecer, desde muy chicas llegaban hasta la cúpula a visitar a su padre, gracias a un ascensor a manivela manejado por un ascensorista. A Violeta le causó vértigo al subir hasta ahí la primera vez, tenía apenas unos doce años, recuerda.
El inmueble donde trabajan se llama simplemente Bencich y se levantó con planos del francés Eduardo Le Monnier en 1927. No hay que confundirlo con el que está justo enfrente, y cruzando Diagonal Norte, que es el denominado Miguel Bencich, explican distinguiendo ese remate afrancesado del resto de las torres del Microcentro.
Susana: ¿No es fantástico esto? Sobre Diagonal Norte la altura máxima permitida eran 10 pisos. Como los edificios se usaban para renta, querían que fueran lo más alto posible para aprovechar el espacio. Le Monnier, les dijo: Quieren más oficinas? Entonces les voy a diseñar inmuebles con el agregado de torres de hasta cinco pisos.
-¿Cómo se llevaban los hermanos fuera del trabajo?
Violeta: Nos dieron el ejemplo de lo que significaba la unidad en la familia. Pocas veces discutían y cuando lo hacían hablaban en eslavo para que nosotras no entendiéramos. A veces incluso iban a la Plaza San Martín para estar a solas y tratar de llegar a un acuerdo cuando cada uno pensaba algo diferente. Estaban casados con dos hermanas. Antonia Celestina Colmegna de Bencich era nuestra tía. Mamá se llamaba Luisa Rosa Colmegna de Bencich y vivíamos ambas familias juntas en la casa de Retiro.
Miguel era un gran jugador de póker, pero al mismo tiempo era muy culto, leía libros acerca de Winston Churchill, y nunca dejó de buscar cultivarse. A Massimiliano, en cambio, le gustaba la ópera, iba frecuentemente al Colón con su mujer y la familia aún conserva un palco en ese teatro.
“Cuando oyeron hablar de Argentina, se vinieron”
Cuentan que los hermanos llegaron en 1910 en barco al puerto de Rosario y luego se trasladaron a Buenos Aires donde trabajaron en un principio picando piedras, luego fabricaron cloacas, hasta que crecieron y lograron crear una empresa propia dedicada por completo a la construcción.
Susana: ¿Te acordás, Baby, las fiestas que hacíamos en la casa de Maipú? La boiserie que tenía, las salas, todo era de lujo. Estoy haciendo un libro de todo esto, se tiene que conocer. No hay que olvidar lo que eran estos hermanos y lo que era el país en ese momento. Tenían la avidez por progresar de aquellos que conocieron la pobreza, donde todo era limitado. Eso no les gustaba. Por eso, cuando en Europa oyeron hablar de Argentina, se vinieron. ¡Creo que después de Cristóbal Colón hay que hablar de los italianos como los Bencich!
Violeta: Me acuerdo que contrataban obreros maravillosos, todos inmigrantes. Una vez presencié cuando tomaron a un carpintero solamente porque el hombre, que estaba haciendo fila para ser entrevistado, llevaba una valija de herramientas de madera fabricada a la perfección por él mismo. “Está empleado”, le dijeron enseguida. Así se hizo Argentina. ¿Te das cuenta?
-¿Cómo fue que empezaron ustedes a trabajar en la empresa familiar?
Violeta: “Papá, necesito plata para comprarme ropa”, le decía, yo. “¿Me das 10 pesos?”. “Con 5 le basta, tome”, respondía él. No le gustaba darnos dinero porque sí. Me acuerdo que en casa teníamos una planchadora. Le propuse una vez plancharle una camisa a papá. “En todo caso, a tu hermano”, me dijo ella. Estuve dos horas haciendo ese trabajo, y cuando lo vi a papá le dije “mirá esta camisa. Es de Chichin, yo se la planché”. Me dio 25 centavos como pago.
Susana: Pero mirá que ese cuento yo nunca lo escuche (ríe).
Violeta: Fue así. Después trabajé como secretaria de mi tío en la oficina que teníamos en casa y empecé a ganar mi propia plata. Gracias a haber estudiado en la Academia Pitman yo le escribía sus cartas, cosa que él no hacía demasiado bien. Habré tenido 19, o 20.
-Y el hermano varón, Enrique, qué función cumplía en la constructora?
Violeta: Un día le pregunté si le gustaba estudiar. Respondió que no, entonces fui a verlo a papá y le dije: “Chichín tiene que trabajar con vos”. Y así fue como empezó en la empresa, recorriendo terrenos en las afueras de Buenos Aires cuando tuvo lugar el congelamiento de alquileres. Le informaba a papá donde comprar lotes. También en una época nuestro padre adquirió campos, decía que había que poblar el país. Yo le respondía que con solo tres hijos sería difícil, que al menos deberíamos ser siete hermanos (ríe).
Siempre activas, física y mentalmente
-En esa época, ¿las mujeres de la familia trabajaban?
Violeta: Mamá era profesora de piano y le pidió a una mujer que nos enseñara a tocar, pero después de la primera clase le dijo “las chicas no están para el piano”. Y nos mandó a las academias Pitman. ¡Todos los días en el verano teníamos que escribir a máquina para practicar! Susy, además, en Mar del Plata era su contadora. ¡Nunca le coincidía lo de la cartera con lo gastado! Era muy desprolija mamá (ríe).
-¿Cómo es su rutina? ¿Cuál es su secreto para mantenerse?
Violeta. Nos turnamos para venir a la oficina ya que en la empresa trabajan, además de nosotros, los tres hermanos, mis sobrinos. Cuando llego a casa me pongo la ropa de gimnasia y entreno subiendo las escaleras de la Facultad de Derecho. Un día, no hace tanto, cuando caminaba cerca de mi casa por la Avenida Figueroa Alcorta, miré hacia la Facultad y le dije al profesor que quería subir hasta arriba. Me respondió: “¿Te animás?”. “Claro”, le dije. Subí, descansé a lo alto, bajé y subí otra vez. Pero además hago gimnasia postural para estar derecha que me parece muy importante. Salgo lunes, martes y miércoles con el personal trainer.
Susana: Yo también entreno tres veces por semana, con estiramientos, antes de venir a la oficina.
-¿Cómo se imaginan dentro de unos años?
Susana:. A veces le tenemos un poco de miedo al futuro, no se sabe bien que puede pasar. De todos modos pensamos seguir trabajando, contribuyendo al país como lo hicimos siempre.
Violeta: Tenemos el ejemplo de papá, cuando llega a Buenos Aires para el Centenario, después de que había estado de visita la Infanta Isabel. Él se emociona al ver la ciudad iluminada, elige este lugar.
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