LAS GRANDES DELANTERAS DE LA NACION
Nuestro diario tuvo -y tiene- equipos fabulosos de humoristas. Además, publicó la primera tira, en 1920
El 18 de octubre de 1920 no fue un día cualquiera en La Nación . En la página 22, de las 24 que tenía el diario por entonces, apareció algo desusado: una historieta cómica, que para colmo de males tomaba el pelo a la institución familiar, sobre la que -como todos sabemos- crecen las ramas del árbol de la sociedad.
La tira era Pequeñas delicias de la vida conyugal, de George McManus, y cuando los lectores comprobaron que debajo de los paraguazos que Sisebuta le pegaba a Trifón había amor y ternura legítimos, además de gracia, olvidaron su estupor inicial y adoptaron de todo corazón a ese matrimonio compuesto por un pícaro y una sargentona.
No sólo eso: pronto pidieron más, y comprobaron que un diario no pierde seriedad cuando le abre sus páginas al humor, sino más bien todo lo contrario. El 1º de agosto de 1926, comenzó a salir otra tira cómica norteamericana que pronto sería un gran suceso: Betty, de Charles Voigt.
¿Y los artistas locales? La Nación siempre estuvo habitada por prodigiosos ilustradores, de los cuales tal vez el más notable sea Alejandro Sirio. No sólo recordamos a Sirio por su elegancia, sino también por su gracia.
El 1º de diciembre de 1941 hubo otra novedad humorística de peso. Aparecieron por primera vez los Grafodramas, de Luis J. Medrano, que serían marca de fábrica del diario hasta la muerte de ese gran artista, ocurrida 33 años después.
Medrano era sutil de toda sutileza. Sus chistes silenciosos tenían una palabrita como título, y a veces había que mirarlos mucho y pensar. Cuando se entendía la idea, llegaba la carcajada retrasada.
El primer grafodrama mostraba a un nenito durmiendo plácidamente en su cama, a la derecha del cuadro. En la mitad, había una cómoda, y lejos, a la izquierda, un papá que venía en puntas de pie y con un destornillador en la mano. Eso era todo. El título decía simplemente: Alcancía.
Otros dos grandes dibujantes humorísticos que ya murieron y que hicieron historia aquí fueron Alberto Bróccoli y Viuti. Los dos publicaban sus páginas también en la Revista, donde Bróccoli hacía su célebre pareja de Juan y el Preguntón, diálogos entre un monito calvo y desenfadado y un oficinista rutinario, pero que muchas veces se quedaba con la última palabra.
Viuti, por lo general, no hacía hablar a sus hombrecitos de línea despojada, y cultivaba un humor fino que dejaba muchas veces regusto amargo.
Sin que lo que sigue pretenda ser una lista completa, estuvieron en el diario Carlos Garaycochea, Aranda, Lembó, Liotta, Matt, Sócrates y Eduardo Meléndez, de quien reproducimos a la derecha un chiste propio del inspector Clouseau.
La historieta Perro Mundo, de José Miguel Heredia, representó un cambio de estilo, por su línea más actual y por el discurso de la galería de personajes caninos que la poblaban.
Hoy, el gran goleador de la delantera es, por supuesto, Nik, de quien como todos los domingos presentamos una página llena de malévola gracia en la Revista. También hay una importante adquisición reciente, Maitena, una de las pocas dibujantes de humor, y de una efectividad muy pero muy alta.
Trudy, de Jerry Marcus, es un caso especial. Cuando, como a todo el mundo, le llegó la hora de la jubilación, fueron tantos los reclamos para que siguiera en actividad que siguió apareciendo, semanalmente, en el suplemento En Casa.
Además, en el diario están Almeida, Carlos Basurto -que brilló, junto a Landrú, en la gloriosa Tía Vicenta- y Sergio Ibáñez, al que conocimos como consecuencia de un concurso de humoristas hecho hace pocos años. Y en la Revista, como todo lector aplicado sabe, publica Mordillo, el dibujante argentino más famoso del mundo.
Sus libros, rompecabezas y almanaques se venden tanto en Nueva York como en París o Berlín, y sus personajes animados están en los mejores canales de televisión de Europa.
También tenemos a dos jóvenes de impredecible futuro: Leo Arias, el papá de Apu -una vez que no salió por razones de último momento recibimos una avalancha de llamados pidiendo explicaciones-, y Tute, el hijo de Caloi que heredó su trazo, pero tiene una colección de excelentes ideas de propia cosecha. En el renglón de los ilustradores, está el maestro Nine, y Marchese y Huadi. Y, claro, Napoleón, que tuvo que sacar el león de su apellido cuando fue a trabajar a Francia, porque allá hay cosas con las que todavía no se juega. Napo, otrora feroz, es hoy una suerte de poeta del cartoon.
Pero el humor en La Nación no ha sido sólo dibujado. En los textos, estuvo desde los primeros tiempos del diario. Lo cultivó, con actualidad que sorprende, el hijo mayor del general Mitre, Bartolomé Mitre y Vedia. Así escribía Bartolito: "De chico, dicen que era como los borriquillos, mejorando los presentes.
"Es decir, muy bonito. ¿Y ahora? Ni rastros del arcángel aquel: 1,73 de elevación por 1,16 de circunferencia en lo más abultado del centro. Lo cual da -recuerdo mis matemáticas- 58,2 de diámetro y 95 kilos, antes de comer y sin un peso en los bolsillos".