Las enseñanzas de la naturaleza y de los animales que no se enferman
En la salud y en la enfermedad. Basta la salud. Más vale burro sano que sabio enfermo. Está claro que si algo nos importa de la ciencia es que nos ayude a estar sanos, felices, peludos. El problema es cómo estudiar enfermedades y curas, ensayar terapias, encontrar las bases de la longevidad y la calidad de vida. Es común hablar de modelos animales de enfermedades, y allí están las ratas, ratones, conejos y monos gracias a los cuales estamos cada día mejor en cuanto a la medicina (¡y es un gracias muy grande!). Pero es menos común hablar de modelos animales de salud: entender por qué hay bichos que no se enferman nos puede ayudar a aplicar sus mismos principios en los humanos. Y hay unos cuantos en este zoológico médico.
Por ejemplo, allí están los murciélagos (algunas especies, al menos), que pueden ser portadores y transmisores de un montón de virus que nos dejarían patitiesos pero ellos… vivitos y volando. Nada de infectarse con ébola o síndromes respiratorios. Nada de nada. Resulta que su sistema inmune se banca infecciones virales como el mejor; en particular, una de las líneas químicas de defensa, representada por el interferon, está particularmente adaptada para resistir a los virus.
Otros de los modelos se refieren al cáncer y allí están, por ejemplo, los elefantes, que tienen cien veces más células que nosotros, pero la incidencia de tumores es mucho más baja. Todo un misterio, que fue resuelto hace poco. Resulta que, frente a un daño en su ADN, las células elefantinas se suicidan (o, en términos técnicos, sufren apoptosis) en una proporción mucho mayor que las humanas. Es más, como se sabe qué genes son los responsables de este suicidio en masa, quizá eso ayude a futuras terapias para tratar tumores en la gente.
Y los elefantes no están solos en la sala de oncología. Hay un roedor –que no se caracteriza justamente por su belleza– llamado rata topo desnuda (busquen fotos y sabrán a qué nos referimos, parece una salchicha con dientes) que vive muchísimo tiempo –hasta 30 años en cautiverio– y que nunca, o al menos casi nunca, es blanco del cáncer. Resulta que hay un gen en la base de esta resistencia que, por si fuera poco, tiene que ver también con su piel y su aspecto general –incluyendo su tremenda elasticidad que les facilita meterse por pequeños túneles subterráneos. Este gen y sus variantes ayudan que las células de este monstruito tengan una especie de jaula de azúcares que les impide crecer fuera de control como ocurre en muchos tumores.
Pero hay de todo en el fascinante mundo de la zoología, incluyendo animales fantásticos que pueden regenerar sus tejidos, como algunos gusanos y, quizá las más interesantes, las estrellas de mar. Sí: esos personajes de todo cuento marino que se precie pueden regenerar sus brazos perdidos en el fragor de la lucha. Resulta que estos bichejos tienen un particular tipo de "células madre" que son capaces de convencerse de que son casi cualquier tipo celular y pueden, por ejemplo, convertirse en células de brazo de estrella de mar. El asunto es cómo convencerlas y lo cierto es que, por ahora, no sabemos qué señales reciben estas madres para ir transformándose en las células adecuadas en el tiempo y el espacio correctos. Algo está claro: cuando esto se entienda quizá logremos convencer a nuestras propias células madres de reemplazar a otros tejidos que anden medio baqueteados, y esta es una de las promesas más interesantes de la biología.
En resumen, hay mucho que aprender de la naturaleza. No solo de gatitos lindos de YouTube vive la zoología, sino también de diversos modelos que, quién sabe, sean la clave para vivir mejor y más sanitos.