Las cholitas van por el Everest
Fue allí, en el frío helado, en la cumbre alta cargada del ruido del silencio y los vientos bravos. Fue allí, adonde ellas, cansadas, llegaron. Eran cinco y llegaron dos, a las cinco de la mañana, en una madrugada veraniega, a la cumbre de la montaña más alta del Cono Sur. Cinco mujeres, bolivianas, cholitas, avanzaban en la nieve pesada y sólida bajo la luna.
Lidia Huayllas, Dora Mangueño, Ana Lía (Lita) Gonzales, Cecilia Llusco Alaña y Elena Quispe subieron el Aconcagua y la noticia, a comienzos de este año, recorrió los diarios del mundo. Para ellas, es un orgullo, pero no suficiente: quieren más.
Son las tres de la tarde y Lita está por rendir su tesis de la carrera de Turismo. Tiene 34 años y es la primera de su familia en asistir a la universidad, en salir de los confines del pueblo y vivir en la urbe. Ella es del Valle de Zongo, una pequeña comunidad a 83 km de La Paz, en los contrafuertes orientales de la Cordillera de los Andes. La zona, llena de vegetación y montañas, era el lugar donde observaba los cerros desde la ventana, todas las mañanas.
"Mi abuela me decía: 'Tienes que estudiar porque nosotros no hemos tenido esa oportunidad, antes solo los hombres podían ir a la escuela o estudiar una carrera, tienes que demostrar que las mujeres podemos'. Mi abuela y mi mamá son mujeres muy fuertes", cuenta Lita a LA NACION revista. Hay una connotación negativa en Bolivia sobre las mujeres con pollera. Una connotación que contrasta con los tiempos que corren.
"En Bolivia discriminan mucho a la mujer de pollera. Algunos compañeros de colegio les decían a sus mamás cuando los iban a recoger al colegio que esas no eran sus mamás. Te decían: '¿qué hace esta chola acá? Deberían estar cocinando'. Por eso cuando muchas íbamos a la ciudad, teníamos que ponernos pantalón, porque si no, te discriminaban. Las polleras se usan en lugares más alejados de la ciudad, en la zona del altiplano. Hay mucha historia de eso, vestir pollera significaba que vienes del campo, que sólo puedes ser empleada doméstica; era feo lo que decían. Por eso mi abuela me decía que me ponga pantalón y fuera a la ciudad. A la montaña siempre voy con pollera, siento que me da fuerza y me identifico con mi abuela, que ella siempre quiso que yo consiga lo que deseaba".
Lita conoció a las demás cholitas en la montaña: todas ellas trabajan cocinando para los turistas que escalan los distintos cerros de la zona. También hacían de porteadoras, llevando los pesados bolsos de los turistas hasta el refugio. Su madre, Dora, cocinaba para los turistas hasta que los guías aprendieron a cocinar. Tanto ella como Lidia, su hermana, admiraban la montaña y trataban de aprender las técnicas de entrenamiento para acondicionar su físico y poder hacer cumbre. En 2015 se conocieron 11 cholitas y su primer objetivo fue el Huayna Potosí, de 6088 msnm. Para el Huayna habían entrenado durante semanas. Lidia tiene 53 años y salía a correr con las otras cholitas por Zongo. Lita combinaba los entrenamientos con horas de estudio.
La primera vez que Lita subió a una montaña fue en su cumpleaños. Tenía que elegir entre pasar el día con sus amigos o poder explorar la cumbre de la montaña que, ya en su infancia, miraba desde la ventana.
"Me emocioné mucho cuando llegué, ver el paisaje es bien bonito, se ve la cordillera hacia el oeste. También se veían las nubes por debajo y se sentía un viento bien fuerte que me quería llevar contra mi pollera. Me he sentido bien feliz".
Subieron seis montañas antes de emprender la travesía al Aconcagua. Todas eran montañas de Bolivia y cumplían con su requisito: tener más de 6000 msnm. Pero antes del viaje a Mendoza, las cholitas fueron invitadas a Polonia, a un encuentro de escaladores de montaña. Allí, cuenta Lita, se sintieron intimidadas: estaban los mejores escaladores del mundo dando conferencia de sus experiencias en las alturas, comparando equipos y técnicas. Sin embargo, la recibida fue calurosa. Los escaladores veían con atención a ese grupo de mujeres que vestían sombreros redondos, ponchos atados y polleras multicolor. Ellas detallaban cómo y por qué habían comenzado a escalar y también cómo se preparaban para sobrevivir al frío de alta montaña.
Jaime Murciego es un director español de documentales. En 2016 se enteró, a través de los medios, de esta historia de las cholitas y las contactó. Viajó a Bolivia, alquiló un tráiler y comenzó a seguirlas mientras ellas subían las montañas. Luego, la productora española Arenas informó que apoyaría la filmación de un documental sobre las cholitas y ayudó a financiar el viaje al Aconcagua. "La historia era increíble –cuenta el cineasta–. Sobre todo por lo que significaba para ellas subir las montañas y todo el sacrificio que hacían. Yo además no tenía experiencia escalando montañas, entonces me costó bastante seguirles el ritmo. Fue muy emocionante para ellas alcanzar la cumbre, a pesar de las dificultades que hubo; estar ahí y ver cómo lo vivían".
Grapón, cuerda, piolet, botas, casco. Hojas de coca y mate con coca. Ese era el equipo. Pero además llevaban chaleco de plumas, calzas térmicas, pantalón de montaña y, por supuesto, las polleras. El viaje a Mendoza significaba la expansión del mundo de Lita, llegando a un territorio desconocido. Las recibieron y las llevaron al campamento base Plaza de Mulas para comenzar la preparación, junto con dos guías que las acompañarían en el recorrido. En aquellos días, una delegación de la comunidad boliviana de Mendoza quiso conocerlas. Las fueron a buscar al campamento y las llevaron a una comida que prepararon con los platos típicos de su país. "Una Bolivia pequeñita", describió Lidia Huayllas. El guiso y los picantes como motor antes del frío extremo y los vientos terribles del Aconcagua.
Cuando quisieron comenzar el ascenso, una de las guías se negó. "Nos dijo que el tiempo aún no era el mejor para subir, pero hacía muchos días que estábamos esperando y ya no queríamos esperar más. Así que subimos las cinco, de a poco, tratando de hacerlo con paciencia", cuenta Lita.
Una cuerda rodeaba las cinturas de las cinco, que subían en fila. Llevaban cascos amarillos y los estampados vistosos de las polleras, con flores, rayas, colores fuertes. En sus espaldas cargaban con lo mínimo, materiales que iban a necesitar y alimentos básicos fuertes en calorías para sobrellevar el frío. En uno de los videos de la subida se las ve jugando al fútbol antes del ascenso, con el equipo de producción, con las polleras ondeando al viento.
En el cerro Aconcagua se registran –20°C por la noche y la temperatura común en la cima es de –30°C. También, a veces, se forma una nube con forma de hongo donde las temperaturas descienden aún más y en esos momentos está prohibido subir. En aquel frío, Elena y Lita, dos de las cinco cholitas, comenzaron a caminar en la noche oscura. Atrás habían quedado sus compañeras, luego de que una de las guías les advirtiera que si seguían avanzando, las de mayor edad se verían sumamente afectadas y podrían tener una embolia pulmonar. Lita se despidió de su mamá y de su tía y avanzó con un sabor amargo. Cumplir su objetivo significaba dejar a su familia atrás. No había pensado antes en esa posible soledad. También se asustó cuando uno de los hombres que las acompañaban perdió el conocimiento.
"Estábamos con Elena y queríamos llegar, pero no podía dejar de pensar en mi mamá. No podía creer que ella no estuviera ahí conmigo. Fue muy difícil la subida, nos costó muchísimo y tuvimos que sacar energías de no sé dónde para poder seguir".
Avanzaban lentamente por la nieve. Dicen que es mejor subir de noche, ya que la nieve no se derrite y está más compacta. Se ayudaban con el piolet, clavándolo en las entrañas montañosas y respirando de forma agitada. Alcanzaron, por fin, la cumbre. Estaba por salir el sol y en la cima todo era nubes, nubes y, finalmente, cielo. Solo se escuchaba el fino sonido del viento y Lita lloró de emoción abrazada a Elena.
"Por fin había llegado. Para esto había luchado tanto y me acordé cuando muchos nos decían: '¿Pero cómo van a subir con pollera? ¡No van a poder!'. Me acordé de mi mamá y de mi abuela, que habían dado todo para que yo estuviera ahí en ese momento. Ahora quiero más, quiero seguir subiendo más y más alto".
Las cholitas financian sus viajes con lo que ganan vendiendo comida y porteando bolsos de turistas a las montañas. Cada expedición, cada viaje, es el resultado de meses de trabajo. También, el acondicionamiento físico es necesario. Varias están casadas con guías de montaña que conocen los ejercicios necesarios y los equipos para llevar a la cumbre.
Lita ahora tiene en mente otra montaña. Quiere ir a los Alpes, a las puntas blancas de las montañas europeas. Quien dice, más adelante, irán por el Everest. Ya no se concentra en las limitaciones, sino que trata de encontrar la forma de llegar, como lo hicieron con las ocho cimas anteriores que alcanzaron. Lo que más les importa a las cholitas es dar el ejemplo a las mujeres bolivianas. "Lo hicimos por todas las mujeres que son discriminadas. A nosotras nos decían que no íbamos a poder. Nos costó mucho llegar, mucho. Pero queremos seguir, ¡nos faltan tantas montañas!", dice Lita, riéndose del otro lado del teléfono. Cada tanto sube a la primera montaña que subió, junto con sus compañeras, y avanzan lentamente en la oscuridad de la noche.
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