Las cholas también suben al ring: sin lugar para las débiles
En El Alto, Bolivia, un show de fuerza y destreza que es también muestra de carácter: “Aprendimos a defendernos”, afirman
EL ALTO
Corre una cortina y se presenta. La cortina tiene dos partes: por detrás está hecha con una lluvia de tiras de plástico como las que hay en algunas casas de zonas tropicales; por delante es una tela brillosa con los colores azul y del oro. Aparece como quien posee el lugar. Abre sus brazos en la altura, antes para mostrar su grandeza que para recibir el aplauso. El escenario está pintado con todos los colores posibles. Tiene relieves de caras y garabatos diseñados en algún programa de diseño de los noventa. Está la cara de un doctor y al lado dice Médico Loco, Napoleón Rimonini Vasquez. No sé si es una publicidad o algún peleador mítico. A la pequeña escalera la sigue una pasarela corta que termina en el ring. Ella hace girar su chalina y sonríe, da la impresión de que está en su casa, yendo de la mesa del cuarto a la mesa del living. A la izquierda, una colonia de turistas arenga. La mezcla de idiomas, el inglés, el francés, el hebreo, se conjugan en un ohhhh. O en un ehhhhh. O en un grrrrrr. Puños en alto, euforia, algunos se ponen de pie, se ríen. Pagaron (pagamos), cincuenta bolivianos cada uno. Algo así como 125 pesos que incluyen derecho al espectáculo, un snack (coca y pochoclo), un suvenir (un juego de postales o una birome con un muñequito de una chola en la punta), y dos pases al baño (y con cada pase, su correspondiente retazo de papel). El negocio de los baños públicos en Bolivia debe ser equiparable al de las garrapiñadas en Buenos Aires, o mayor, al de los choripanes.
Alrededor del gimnasio hay casas bajas. En todo El Alto (la ciudad en la altura que rodea a La Paz), las construcciones son de entre uno y tres pisos. Las más bajas deben ser construidas sobre el cuerpo de un animal. No es extraño encontrar a la venta en los mercados de la zona fetos de llama que se venden para usar como ofrenda a la Pachamama antes de construir una casa. En los edificios de más de tres pisos, dicen, no alcanza el cuerpo de un animal. El servicio lo ofrecen las mismas constructoras: buscan un borracho o un indigente, lo invitan a comer, le dan alcohol hasta dormirlo y lo tiran en los cimientos de lo que luego será la casa. Los habitantes de La Paz conocen y cuentan esta tradición, y aseguran que el Banco Central está construido sobre el cuerpo de tres personas desconocidas. Era el edificio más grande de La Paz hasta que Evo Morales inició las obras de El Palacio del pueblo, un mamotreto altísimo y horrible que sale disparado hacia arriba desde atrás de la plaza Murillo.
No sé qué dice la tradición respecto de la construcción de gimnasios. Con suerte, no estemos parados sobre el cuerpo de nadie. A un lado del ring hay unas gradas de cemento donde se ubica el público local. Más cerca, unas sillas de plástico donde se sientan los turistas. Ellos son los que más arengan y a quienes las luchadoras más buscan con la mirada. Silvina La Poderosa comienza a bajar la escalera. Se mueve despacio, girando el cuerpo de un lado a otro para mostrar anverso y reverso de su vestido. Un hombre sube a la pasarela y la acompaña bailando. Ella entra al cuadrilátero. El público estalla. “La Po-derosa. La Po-derosa”, cantan dos mujeres desde la tribuna local.
Al costado del escenario, un hombre vestido de negro tiene un micrófono en la mano. Tiene gesto triste, o de sueño, aunque sean las seis de la tarde. Pelo largo graso con raya al medio, entrecano, look Marcelo Tinelli a fines de los noventa. De su boca, una boca viva en un cuerpo muerto, sale una voz entusiasmada. “Ella es la única, la mejor, la más experimentada de las luchadoras. Aquí está: La Simpática Ángela”. Detrás de la cortina aparece La Simpática Ángela (o Leonor Córdoba Torres, su verdadero nombre). Una vez que el árbitro les da las normas de rigor, las dos mujeres comienzan a recorrer el ring midiéndose. Cuando se acercan, lo hacen decididas. Una gira el cuerpo hacia un lado, la otra se agacha y lo gira hacia el otro. En un segundo, la más liviana de las dos, la Simpática, está girando por sobre su cabeza en los brazos de la Poderosa y cae de espaldas al piso. La platea de turistas se pone de pie, tiran sus suvenires a un costado y levantan las manos. Parecen creer que la maniobra es más verdadera que falsa. Vuelven a escucharse los ohhh, ehhhh, grrrr. El presentador inmóvil dice “qué golpazo se dio la Simpática”. La luchadora va en busca de su venganza. Las cholitas han comenzado a pelear y una mujer desde el público grita: “¡Dale, mátala!”.
Desde afuera llega el sonido de una bocina. Es Bolivia y muchas bocinas suenan a la vez, como en un juego insoportable donde todo lo que comienza en coreografía se convierte en lucha. Un nuevo bus de turistas empieza a descargar gente que entra y compra máscaras y se sorprende como en un circo.
La Poderosa tiene 32 años y es la más experimentada del equipo. Comenzó a entrenar a los 13 y su primera pelea fue a los 15. Viajó como luchadora a España, Argentina, Brasil. Entrena tres veces por semana, hace exhibiciones cada tanto y habla poco. El nombre lo eligió porque le gustó, porque en Bolivia pareciera que la belleza y la alegría se expresan sólo con aquello que ostenta belleza y alegría. Como en las fachadas de las casas de el Alto, donde a mayor dinero, mayor pompa. Alguna gente llega a pintar los frentes con sus caras, para que sepan quién vive ahí. Los arquitectos, cuenta Álex Ayala Ugarte en una crónica, suelen recibir mensajes de sus clientes con una foto de algo que les gustó y un texto que dice: Quiero algo como estito, pero mejor. La pelea de la Poderosa y la Simpática sigue su curso. De pronto bajan del ring o caen fuera, y empiezan a darse (actuarse) golpes más cerca de la gente. Pienso en 100% Lucha, en Titanes en el Ring, en Hulk Hogan y la WWF. Es algo como esito, pero mejor.
Gorgeous Ladies of Wrestling (mujeres magníficas de la lucha) se estrenó EE.UU. en 1986. Creada por David McLane, era una suerte de Titanes en el Ring, pero con mujeres. Cada participante tenía un personaje y había subtramas entre ellas. Hace poco, Netflix estrenó GLOW, una serie basada en ese programa. La productora es Jenji Kohan, la misma de Orange is the New Black, la exitosa serie sobre mujeres en la cárcel. Esta vez el escenario es otro, está ambientada en los ochenta, pero las protagonistas vuelven a ser mujeres fuertes. O mujeres débiles que se convierten en fuertes en medio de un mundo de hombres.
En el capítulo cinco, Sam Sylvia (la representación de McLane) va a ver a un ejecutivo de una cadena de televisión, para venderle el show. Es un hombre de pensamientos medios que ve en la propuesta un espectáculo liviano. Sylvia trata de explicarle que tiene su profundidad. “Van a luchar contra los estereotipos de la mujer de manera metafórica. ¿Entendés? Eso va a resonar en la audiencia femenina. Y los hombres… Bueno, seamos honestos: los hombres van a verlo porque ver mujeres luchando te pone caliente… Te pone caliente, pero es para toda la familia. Pornografía que podés ver con tus hijos… ¡Por fin!”. El tipo compra.
Si uno pone mujer latinoamericana en Google aparece entre las primeras opciones una nota de El País titulada: Mujer latinoamericana, la más poderosa y la más maltratada. Si uno busca imágenes, aparecen, entre las primeras, varias fotos de una chola. Es, de algún modo, la quintaesencia del look sudamericano. Lo que la define es su vestimenta. La manera correcta de nombrarlas es mujeres de pollera. En La Paz, por la altura y el frío, las polleras que usan las cholas son largas, mientras que en las zonas más cálidas de Bolivia las usan cortas. El origen, contra toda aspiración bolivariana de patria grande, es europeo. Las cholas comenzaron a vestirse así en la época de la colonia. Para parecerse más a las mujeres españolas para las que trabajaban (probablemente por exigencia de esas mujeres), empezaron a usar polleras cada vez más arregladas. A eso luego le sumaron pañuelos, joyas y zapatos. La colonia terminó, pero el estilo quedó. En el siglo XIX llegaron los sombreros tipo bombín, el Borsalino. Según una versión, los trajo el ejército de Bolivia desde Italia para entregárselos a sus soldados, pero estos no los quisieron y se los dieron a sus mujeres diciéndoles que era bueno para la fertilidad. Ellas lo creyeron (o tan sólo les gustaron los sombreros) y comenzaron a usarlos. Otras versiones dicen que los trajo un comerciante, aunque el proceso posterior habría sido el mismo. Hoy por hoy, vestirse como una verdadera chola paceña, con zapatos, pollera, joyas y sombrero italiano, sale cerca de 10 mil bolivianos, algo así como 25 mil pesos argentinos.
Juanita la Cariñosa es una de las creadoras y organizadoras de Las Cholitas Wrestling. Lesionada de un hombro, nos recibe en el gimnasio y promete intentar que las luchadoras nos den una entrevista. De manera elegante, explica que, en general, no lo hacen, que el precio de la entrada es por ver el show, no por charlar con ellas, pero que va a ver qué puede hacer si nosotros vemos qué podemos hacer. Conversamos un número modesto, algo que colabore con la causa, y se encarga de darnos acceso total. El acceso total es en realidad la posibilidad de pasar a una pequeña tienda levantada con dos caños y una tela donde las luchadoras se preparan. Mientras las esperamos, la Cariñosa nos cuenta los orígenes del espectáculo. “Esto empieza porque la lucha libre de varones estaba en decadencia. Nosotros entrenábamos ya por ese entonces, pero de mallas, porque no nos permitían vestirnos de cholitas. No había mucha oportunidad para las mujeres por el machismo. Pero como ya casi nadie iba a ver el espectáculo, pudimos empezar a subir nosotras. La gente al principio no aceptaba. Decían, ¿por qué una cholita va a estar en el cuadrilátero? Pero cuando fuimos entrenando más y más empezamos a vestirnos como cholas y ahí ya a la gente le gustó y nos quedamos. Era un poco difícil al principio pelear con las enaguas y las polleras y todo, pero nos fuimos acostumbrando. Al principio venía sólo gente paceña y los de El Alto. Pero un día lo descubrieron las agencias de turismo y empezaron a mandarnos gente. Ahora ya ha salido de Bolivia, vamos a competencias, salimos del país a hacer exhibiciones, hemos crecido mucho”.
Ady Huanca tiene 26 años. Pelea hace siete y su personaje se llama Reina Torres. “Reina, reina, me dicen en la calle. Yo me siento una estrella. Me gusta mucho ser así de famosa. Cuando voy al mercado a trabajar, en un puesto en el que vendo ropa, me cargo a mi niña Blanca en el aguayo y camino por El Alto. Es lindo que la gente te reconozca. Por eso entreno mucho. Además, El Alto es un sitio peligroso, entonces también me sirve para defenderme. Puedo combatir con uno o hasta dos hombres. Aquí hay veces que te atacan de a muchos. Hace poco yo iba caminando y aparecieron tres que me sacaron la cartera. Los perseguí y la recuperé. Se la arrebaté al que me la había sacado y me puse como loca a tirarles golpes. Tuve suerte porque me vieron tan enojada que se fueron y me dejaron tranquila con mi cartera, pero hay veces que aparecen más y es muy peligroso”. Reina está vestida de blanco y azul. A diferencia de los hombres luchadores, las cholitas no usan protectores. Cuando caen, lo hacen sobre su cuerpo. Cree que hoy en Bolivia hay menos machismo. “Hace quince años no nos permitían luchar a las mujeres y ahora sí. La chola se ha involucrado más en varios trabajos, en la política incluso. En la casa yo creo que las decisiones las toman las cholas, que son las que están mandando. Además, estamos de moda. Los hombres gustan mucho de las cholas”, dice.
Para Mikiki (el nombre es de fantasía, también), la caída del machismo no es tal. Es antropóloga y trabajó un tiempo con las Cholitas Wrestling, pero ya no. “En la cultura aymara la mujer siempre tiene que estar por detrás del varón –dice–. Por más fuerte que la veas, siempre depende de lo que el marido les da. La mujer de pollera se dedica a todo: trabaja, atiende la casa, atiende a los hijos, al marido. Con la llegada de Evo se les ha dado muchas más oportunidades a las cholas. Porque antes no eran respetadas y hoy sí tienen un lugar considerable en la sociedad, pero eso no significa que los hombres hayan cambiado su manera de pensar. En estos años, por ejemplo, ha habido muchos femicidios. Yo conozco el movimiento Ni Una Menos, pero no ha llegado con demasiada fuerza porque aquí no hay tanto acceso a la información. Como te digo, la mujer de pollera aunque sea fuerte se considera siempre menos que el hombre. Sigue estando esa mentalidad de que porque es mi marido, me puede celar, me puede pegar, lo que quiera él. Incluso si la plata de la casa la gana la mujer, la maneja el marido. Y si el marido llega borracho y te pega, te callas. Al menos así es entre las mujeres de pollera.”
En el cuarto capítulo de GLOW, el padre de la Giant Machu Picchu (como se llama un personaje), se presenta en el gimnasio. Ella (Britney Young) está en el ring entrenando cuando el padre (un famoso peleador) le pega un grito y le dice que se baje de ahí. Ella le retruca que a sus hermanos sí los dejó pelear. “Es diferente”, dice el padre, y sigue: “Quiero que vos encuentres a un buen hombre, tengas una familia, encuentres un trabajo donde la gente te trate con respeto”. Giant Macchu Picchu le dice que la gente la trata con respeto ahí. El padre responde: “Nadie respeta a una mujer luchadora, son como los enanos: una diversión”.
Las mujeres de GLOW buscan sus personajes, aquel álter ego desde el cual pelear frente a cámara, el disfraz que las mostrará de pie frente al mundo. Y debajo, en el gris del valle, en las afueras del éxito de Los Ángeles, tratan de parecerse a eso que van a representar. Como la Cariñosa, la Simpática o Reina Torres. Dicen que cada vez que el presentador las nombra, ellas se sienten felices. Son las mujeres más famosas de El Alto. Desde la tribuna, Gonzalo las mira hipnotizado. Es un hombre de la zona que asiste todos los domingos. “Me gusta ver pelear a las cholitas”, dice con voz tímida. Le pregunto si le gusta verlas pelear o le gustan ellas, las cholitas. No, dice, verlas pelear. Del otro lado del gimnasio los gringos gritan. Con una toma acrobática, Reina Torres deja en el piso a su contrincante. El árbitro la nombra vencedora. Ella se sube a las cuerdas y levanta sus brazos. De ambas tribunas llegan aplausos. Desde las gradas locales, se oye un creciente rumor con forma de canción: “Rei-na, Rei-na, Rei-na”.
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