“Las bestias”: el thriller psicológico que explora lo más primitivo del ser humano
El cineasta Rodrigo Sorogoyen se refirió su flamante película, que se basa en un retrato rural de un conflicto entre vecinos
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¿Son más brutales los hombres que las mujeres? ¿Puede haber diálogo en medio de una confrontación que va hacia un desenlace trágico? ¿Qué motivaciones tiene una persona para odiar a muerte a otra? Rodrigo Sorogoyen y su coguionista habitual, Isabel Peña, se tomaban un café mientras estas y otro montón de preguntas les rondaban la cabeza. Acababan de leer una noticia en el periódico: un nuevo caso de violencia e intolerancia se vivía en la región de Galicia, donde un francés había sido asesinado por sus propios vecinos.
“Había una historia por contar, que debía responder, escarbar en las emociones y hasta plantear un amor de pareja que trasciende la muerte”, recordó Sorogoyen, uno de los directores españoles más brillantes.
Rodrigo Sorogoyen tiene 41 años, es madrileño y su carrera es breve pero sustanciosa: Que Dios nos perdone y Stockholm fueron las primeras muestras de su capacidad para evidenciar con sutileza lo peor del ser humano; El reino —ganadora de siete premios Goya— se convirtió en su firma revelando un mundo de corrupción política e hipocresía, y su cortometraje Madre —nominado al Óscar en el 2019— ratificó su estilo realista y profundo.
“La fama es algo que sí ha pasado, pero no noto que haya sido desde la nominación al Óscar, si ayudó, pero también el éxito en taquillas de El reino y de Madre e influyó, no es un trabajo que se hizo en el tiempo, sino más bien de película en película — dice el cineasta —. De repente me llaman para ser jurado en el Festival de Venecia (estuvo en la competencia oficial junto a Julianne Moore), lo que me sorprende gratamente, me hace feliz y me da vergüenza incluso. Siento un ascenso, pero no de manera meteórica, sino pausada”.
Su más reciente película, Las bestias, llegó a Colombia como parte de la programación del Bogotá International Film Festival (Biff) y pronto podría estar en los cines si encuentra distribución local. La historia sigue a una pareja de franceses que se instala en una zona rural de Galicia, para vivir de las cosechas; sin embargo, debido a una pelea con sus vecinos, una familia que nació y creció en la zona, tomará decisiones inesperadas y violentas.
—Me impresiona los diálogos en medio de una afrenta tan fuerte como la que plantea la película…
Fue uno de los momentos cruciales de la historia que Isabel Peña y yo nos tardamos en encontrar. No estamos planteando que en España exista la posibilidad de que alguien le saque la tripa al otro sin mediar palabra, lo que pasa es que para el guion y la trama nos gustaba ese momento de darles voz a los antagonistas, a quienes los hemos presentado como gente bruta, por decirlo de alguna manera, bastante violenta, pero si los ponemos a explicar durante diez minutos de escena, creemos que el público no se vaya a poner de su lado, pero de repente llegue a un sitio muy incómodo en el que pueda entender el dolor, la molestia de esta gente…
No justifica llegar al asesinato, ni siquiera orinar en las sillas justifica, pero era un sitio incómodo para el espectador, que nos gusta, porque cuando tenemos un conflicto entendemos la parte que más nos conviene, aunque lo correcto es intentar no ponerse de parte de ningún lado, y aunque la violencia no está justificada desde ningún punto, Isabel y yo hemos intentado entender, no justificar, los comportamientos violentos. Yo me sigo fascinando de manera negativa de cómo el ser humano sigue matando y torturando a otras personas.
—Hay otro momento en el que la mujer busca a la mamá de los asesinos de su esposo. Las dos mujeres son víctimas…
Esa escena le da sentido a la película, a la premisa que nos planteamos y es que los hombres suelen resolver los conflictos de manera violenta y las mujeres, en su mayoría, son víctimas e intentan casi siempre resolver las cosas de manera más civilizada, conversada.
—¿Cómo es el trabajo con Isabel Peña?
Es muy divertido, largo y a veces frustrante. Dialogamos mucho, sobre todo en la primera parte: cinco días a las semana, y vamos apuntando en una agenda o pizarras, es como una lluvia de ideas: las personalidades de los personajes o un posible inicio de película. Terminamos teniendo un mundo gigantesco y entendiendo la película, el contexto político y social actual, lo que haría o no un personaje.
Después ya empezamos a estructurar el guion, la duración de la película, dónde empieza, por dónde pasa; es un proceso más técnico, de oficio, A veces nos frustramos, nos tenemos que separar, quién convence a quién, no corre sangre al río, eso sí. Cuando tenemos la película en la cabeza, nos separamos y cada uno escribe una mitad, es por lo menos tres o cuatro semanas. Luego las intercambiamos, nos corregimos y agregamos notas, pero a mí no me suele sorprender lo que ella escribe, nos conocemos tanto que lo que nos corregimos casi siempre nos parece correcto, es una especie de yo te mejoro a ti y vos a mí, hasta que llegamos a un acuerdo.
—¿Fueron difíciles las condiciones del rodaje?
Fue duro, pero no me quejo, el que se queje no ha trabajado en la mina o en cosas así, pero es verdad que no es lo mismo rodar en Madrid o en un apartamento que en una montaña, tiene un clima más extremo, te cansas más, un rodaje de por sí es extenuante. Yo diría que fue un rodaje cansado, no duro. Ahora, cuando me sentía frustrado, miraba esas montañas, fuese verano o invierno, preciosas y salvajes.
—¿Qué es lo que quiere que la gente se lleve de Las bestias?
Siempre deseo que el espectador se emocione, con la tensión y el suspenso, pero lo que más me gustaría que recuerden es la historia de amor de esa pareja, la lucha de esa mujer, me encantaría que se emocionen con ella.
*Por Sofía Gómez
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