Las batallas de rap, palabras que pegan
El parque Rivadavia es el escenario de un concurso under que se transformó en fenómeno. Verborragia, ingenio y el hip hop como espacio de contención social
Parque Rivadavia un domingo. En el centro, un monumento enorme en homenaje a Simón Bolívar. Debajo, un parlante reproduce canciones de rock de los sesenta. Cerca de diez parejas de adultos mayores bailan en medio de la plaza. A la derecha del monumento, por una de las callejuelas zigzagueantes del parque, un hombre canta baladas del Paz Martínez y Sandro. Sobre el atril tiene apoyado un CD en sobre de plástico, con la foto de su cara, a la venta. En el banco más cercano lo escuchan atentas tres señoras, que lo disfrutan y sonríen. Se venden aguas y algodón de azúcar. En el pasto hay decenas de parejas tomando mate, jugando a la pelota o durmiendo la siesta entre los múltiples sonidos del domingo.
Y ahí, atravesando todas las escenas como túneles de un hormiguero que conduce a un sólo centro, cientos de chicos, miles de chicos caminando excitados y diciéndose cosas, recordando pasajes en rima, empujándose a la manera en que los amigos se empujan para despertarse. Los otros habitantes, los del rock, los de la balada, los de la siesta, parecen no saber lo que sucede ahí. Cualquiera que tenga hijos entre 10 y 25 años probablemente sí lo sepa. Un domingo cada dos, el parque se ve invadido por El Quinto Escalón, un concurso under de batallas de rap. Los chicos se inscriben, pasan rondas clasificatorias y se van entrenando para el día en que lleguen a las instancias decisivas. Las reglas son sencillas: un minuto para cada uno y el jurado (y el público) deciden quién pegó mejor. En caso de estar parejo, el jurado cruza los brazos y van a una réplica de un minuto más cada uno. El que mejor pega es el que mejor ataca a su oponente con palabras y con rimas. Una pelea de box hecha de insultos y de ingenio que termina siempre en felicitaciones mutuas y abrazos entre dos personas que bien pueden haberse dicho las peores cosas posibles.
Estableciendo este rap y matando al bocón/ compongo contenidos potentes, contundentes/ compongo rap de nuevo, con el rap sobresaliente/ Esto es así, sabés que vengo y ya doblega/ vine a sacarte el diente que te queda/ Ey, ¿qué pasa?/ Mi rap acá estamos en las plazas/ No me digas eso que vos me confundís/ Este solamente va a hablar de mi nariz/ Yo estoy feliz como soy, vos sos un feo infeliz/ Esa es la diferencia de cómo rapear/ No gritar, demostrar la presencia/ Soy un superstar, su pesar/ Estando volando como un superman en tu conciencia/ Hey, uno dos dos, uno dos vos/ nos junamos y te tengo de hijo a vos/ Ya lo sabés, esa es la m… que sos/ Te partí en el escenario y ahora te parto en betbox.
Underdann contra MKS
12 de junio de 2016
Los chicos comienzan a gritar. En círculo, como pidiendo sangre, un centenar de voces arenga. Hay adolescentes colgados de los árboles, en los postes de luz, parados sobre los tachos de basura. Y en el centro, a merced, los MC: Underdann vs. MKS, dos glorias con trayectoria. Y un pibe que dice: aplausos, ruido, quilombo…
El director, un tal Alejo, lleva la batuta. No quiere hablar sobre lo que hace, nadie de la organización quiere hablar con la prensa. Él avisa cuándo se grita, cuándo callarse, cuándo recoger la basura del parque y cuándo empezar la cuenta regresiva. Es uno de los encuentros de rap más grandes del país. Sin embargo, aunque la plaza esté colmada cada fecha, el escenario no es del todo representativo del fenómeno: en internet, el público se multiplica por cientos de miles. El canal de YouTube de El Quinto Escalón tiene al cierre de esta nota 1065 videos subidos, 634.514 suscriptos, y uno de sus videos (la batalla más vista del país, Klan y Replik vs. Underdann y Trueno) tiene más de siete millones de reproducciones. Lo que se puede ver, lo que se puede escuchar, cambia cada día, a merced del ingenio de los contrincantes, que improvisan cada palabra. De eso se trata: batallas de freestyle.
Yo me re banco mis dientes, mis dientes son lo mejor y siempre voy a pleno/ Mostrándole a la gente como vos que no recorre mi terreno/ Yo me banco mis dientes, me banco la vida, porque de arte estoy lleno/ Por eso para estos dientes y mi boca jamás decidí ponerle un freno/ Que te quede claro, lo hacemos cuando caminamos/ ¿no sabés dónde estás? Bueno, Underdann, hoy te ignoramos/ Tenés que entender que aunque hoy en día te escuche la audiencia entera/ Underdann, las modas son modas y las modas son pasajeras”.
MKS contra Underdann
12 de junio de 2016
A comienzos de los noventa, David Foster Wallace escribió junto a Mark Costello un libro para tratar de entender el fenómeno del rap. Traducido al español, Ilustres raperos –editado este año por Malpaso– no responde al fenómeno del hip hop en la Argentina, pero es probable que las causas que conmovieron a la sociedad norteamericana no sean muy distintas de las nuestras. En el comienzo está la carencia de recursos, la marginalidad y la búsqueda desesperada por encontrar una salida a un mundo demasiado oscuro.
Ritmo y poesía. Eso es RAP (rhythm and poetry). Ritmo adaptado a la poesía, poesía adaptada al ritmo. Es una rama dentro de una corriente más amplia, el hip hop. Para aquellos interesados en la historia de la cultura pueden ver Hip-Hop Evolution, una serie documental de Netflix con entrevistas a los principales referentes de la historia del género.
“Hay cuatro ramas en el hip hop –cuenta Sony, uno de los últimos ganadores de El Quinto–: está el MC (maestro de ceremonias), que a su vez puede ser host, MC de letras, o el que improvisa, el freestyler. Después está el B-Boy, donde se abren un montón de ramas y estilos distintos, que son todas formas de baile, el famoso break dance. También está el grafiti y por último los DJ, que sin ellos prácticamente no hubiera existido nada de todo esto porque fueron los primeros que probaron rayar los discos, scratchearlos…”.
Otro referente del género en el país es Cristian Javier Sosa. Conocido como Tata, tiene 28 años, ganó infinidad de batallas, grabó canciones y se dedica de lleno a la música. “El hip hop nace de la falta de recursos: con muy poco podés hacer mucho –dice–. Creo que ese es uno de los motivos por lo que se desparramó en el país. Y además, la posibilidad de ver a otros y pensar si ellos lo hacen, por qué yo no hizo que muchos se metieran en el mundo para ser parte.”
Sube tu level, por favor
La oscuridad se interpreta como el odio/ pero igual no me interesa, es un elogio/ entre tanta oscuridad encontré mi brillo propio.
Sony contra Wos
19 de febrero de 2017
Gonzalo Rodríguez llega a la estación de ómnibus de Rosario. Baja, mochila en mano, y mira a su alrededor. Cuando se aleja de la multitud, se le acercan unos pibes –él los recordará como “unos pibes”– y le roban todo. Hasta las zapatillas. Gonzalo queda en medio de Rosario parado sobre sus propios pies sin zapatillas. No sabe qué hacer y se pone a caminar. Quiere llorar, insultar, volver a su casa en Pontevedra, Merlo, desaparecer de Rosario, olvidarse del mundo. Pero camina y camina. Finalmente, llega a una plaza. En el medio, otros pibes, no los mismos de antes, de ninguna manera los mismos de antes. Con su impotencia a cuestas, con todo el descreimiento del mundo, se acerca al grupo y se pone a mirar. Están rapeando. Una serie de movimientos corporales extraños y un impulso de pronto lo depositan a él en el centro de esa ronda. Y en medio de la bronca, en medio de la procesión, sin zapatillas, sin teléfono, sin un peso, Gonzalo se pone a rapear lo que le pasó. Lo cuenta todo, en rima, con flow, riéndose y puteando, riéndose y callándose, y toda la angustia desaparece. Los pibes, estos pibes, lo adoptan. Se hace amigo de uno y termina durmiendo en su casa, usando sus zapatillas, comiendo con su familia después, muchos años después, contando esta anécdota para explicar lo que este mundo es para él.
Cuando el rap te cambia la vida, también te cambia el nombre. Gonzalo Rodríguez es conocido –bien conocido– como Sony. Su carrera pasó por picos mainstream y underground. En la tele estuvo en el programa La voz argentina y a principios de este año con Guido Kaczka improvisando sobre todos los temas que le tiraban al momento (además de la audiencia de El Trece, el video se vio más de dos millones de veces en YouTube). Además de cantar y hacer rap, él maneja a la perfección la técnica del beatbox, es decir, hace con la boca sonidos que bien podrían salir de la consola de un DJ. Sonaba como un parlante, como un equipo de música, como un Sony. Por eso el apodo que le pusieron sus amigos. Hoy, con 23 años, varios campeonatos ganados y una reputación en la colonia del hip hop, su nombre tiene peso propio.
“Mi primera batalla fue para defenderme. Había un pibe que se llamaba Churrasco y siempre que yo pasaba por adelante de él me bardeaba rapeando. Yo no entendía por qué, me preguntaba qué onda este pibe. Pensaba que de alguna manera me tenía que defender, pero no sabía cómo. Yo veía las batallas y no me interesaba participar, no me gustaba. Pero un día se me cruzó de vuelta este Churrasco y era una época jodida para mí y dije: ¿Sabés qué? Le voy a competir. Fui, le dije un par de rimas, le di un par de cachetazos así rapeando y ahí empecé. Era adrenalina pura. A partir de ahí empecé a practicar todo el día. Imaginaba qué rimaba con cada cosa: veía una silla y pensaba: canilla, rodilla, ladilla… Y después pensaba cómo darle un sentido. Así todo el tiempo, mientras lavaba los platos, mientras caminaba, cuando me iba a dormir. Absolutamente todo el tiempo”.
Desde entonces, Sony viajó a competir en España, ganó la Batalla de los Gallos en el 2014 (una de las competencias más grandes, auspiciada por Red Bull, que se realiza alrededor del mundo entero), y ahora volvió a coronarse en el parque. Su gran momento fue el pasado 19 de febrero: la semifinal contra Wos. La cosa sucede en pocos segundos: el pibe le está diciendo gordo, le está diciendo te pego en la pera/ no sabía que Mercedes Sosa se hizo rapera. Los chicos alrededor estallan. Ya es de noche en Caballito, pero la multitud no afloja. “Tenés que tener concentración, temple y retención mental. Tres cosas claves para las batallas”, dirá después, explicando qué es lo fundamental para ser buen batallador. Pero en ese momento tiene que responder. Si no lo hace con puntería, es probable que pierda. Y entonces ve por dónde ir. Lanza unos pequeños grititos típicos de comienzo de round y dice: Sí, yo soy Mercedes Sosa, yo soy un gordo cantor/ soy Mercedes Sosa/ la gente lo goza.../ suuuuube tu level por favor. Fin de fiesta. La batalla se ve interrumpida por la desesperación del público, que entra en éxtasis, y Sony sale vencedor.
Como cada una de estas pequeñas guerras, su respuesta pasará a boca de todos las semanas siguientes. “El rap a los pibes los saca de la famosa esquina, del juntarse a bardear o a vaguear sin hacer nada en la calle, ¿entendés? Viene a decirles que la palabra de ellos tiene un valor, tiene un poder. Viene a darles una forma de expresión. Que además no es superficial, como otros géneros. Los hits son música vacía. El hip hop es un medio de expresión que nació para ir en contra de todo lo que te oprime: libertad de expresión en su máxima expresión”, dice unos días después, conversando para esta nota en un bar Villa del Parque. Ahí, mientras toma una Coca y come un sándwich, lo reconocen dos personas. No son adolescentes (en el camino ya cuatro chicos le pidieron fotos), estos son adultos. Le hablan de su batalla con Papo, a quien venció en la final de 2014. Le preguntan si esas cosas están arregladas. Él dice que no, que cómo se va a arreglar una batalla. Lo felicitan. Él agradece. Vuelve sobre una pregunta que quedó colgada, sobre la violencia, y responde: “La agresividad es deportiva. Hay gente que no sabe verlo así, que se lo toma muy a pecho. Pero es como los boxeadores: se matan a golpes y después de ahí se saludan, se dan un abrazo, y se terminó la pelea. Eso sí: antes de empezar la batalla, al rival lo veo como si ese tipo hubiera secuestrado a mi vieja. No pienso dejar que me pase por encima”.
La respuesta de los siete millones
En su momento, en la plaza, habrán sido 100 chicos los que entendieron lo qué pasó. Estaban en plena batalla: de un lado Underdann y Trueno, del otro Klan y Replik. Venían palo y palo, a ojos de un observador objetivo diríase que Underdann y Trueno merecían el premio. Pero entonces algo sucedió: Klan respondió un acote poniendo la voz finita y gastando a su rival que copia a Kódigo (una especie de prócer en esto de las batallas en el país), y el parque Rivadavia se paralizó. Imposible saber cuántos entendieron la respuesta y cuántos se contagiaron con los gritos, pero hubo tal reacción que la respuesta ganó como la mejor de 2016 y el video en el que puede finalmente entenderse lo que se dice tiene más de siete millones de vistas.
¿Qué festejaban? ¿La burla? ¿El ingenio? ¿La velocidad? ¿El carácter con el que Klan dice las cosas? ¿La sorpresa de que revivieran dos que todos ya creían caídos? Probablemente, todo eso junto. Y además, el nacimiento de una rivalidad. (Sin ir más lejos, el último 1° de abril se realizó en escenarios la revancha de esa pelea).
Underdann, la víctima de esa respuesta, es uno de los batalladores más míticos de El Quinto Escalón. Se llama Daniel Alejandro del Toro, tiene 22 años y no sólo improvisa, sino que también escribe canciones (Tiempo, uno de sus hits junto a Rabeat, tiene más de un millón de vistas en YouTube). En el freestyle estoy desde 2008 más o menos. En esa época iba al Abasto, donde se reunían todos antes. Iba a mirar nomás, hasta que en un momento Darío Misionero, un rapero, me preguntó a qué iba. Le dije que de observador y me dijo que no, que si iba ahí tenía que formar parte y tenía que aprender a rapear. Y lo hice”, cuenta. Aunque en el ambiente todos recuerdan la gran burla que supuso la respuesta aquella, a su manera de verlo no hay semejanza entre lo que sucede en las batallas y el bullying. “Eso no tiene nada que ver con una competencia de freestyle –dice–. El bullying es muchas personas o una sola causándole un daño con burlas y agresiones a un chico; y las batallas de freestyle son dos personas que saben lo que están haciendo, ejerciendo un show de entretenimiento. Es una competencia en la que el que entra lo hace a conciencia.”
Pensamientos rápidos al respecto: chicos que se exponen a que los insulten, chicos que se preparan para la vida, chicos que ponen al servicio del público sus defectos y salen mejor parados de lo que llegan, chicos que construyen para sí una épica sobre la cual fundarse. Y que además, lo cuenta el mismo Underdann, reciben de regreso algo parecido a la vocación, a la armonía: “Hay muchas personas que no encontraban salida y agarraron una hoja y se liberaron. Suena raro, pero es así. Y a mí me pasó que he tenido una vida muy complicada y al encontrar el hip hop me cambió por completo, porque encontré a mis verdaderos amigos y a la cultura que me identifica, que es ser rapero. Empecé a cambiar y todo encajó a la perfección, entendí lo que quería hacer, fue como si todo se aclarara. El rap me da mucha tranquilidad”.