Las alas de Brenda Angiel
Directora y coreógrafa, Brenda Angiel conduce su propia compañía por los senderos de la danza contemporánea. La diferencia radical con el resto de los elencos es que sus coreografías se realizan con los bailarines suspendidos en el aire
Calle José León Pagano. Un pasillo ancho y florido que desemboca en un gran patio lleno de plantas. Las ventanas y balcones hacen de circunferencia y le otorgan al lugar miradores hacia el verdor.
El sol corta el aire con rayos transversales. No se escucha ni el vuelo de una mosca. Apenas una música tenue a lo lejos. La puerta se abre y aparece la cara de Ana. A dos palmos del suelo y prendida con fuerza de los dedos índice de su madre, sonríe y pone cara de vértigo por el esforzado intento de equilibrio.
Su mamá, Brenda, que es tan rubia y tan blanca como su hija, también sonríe. Ana tiene un año. Es un sol. Y ése es el motivo de tanta algarabía.
Brenda Angiel tiene, en cambio, 35 años. Y es una de las luchadoras de ese universo postergado que es la danza contemporánea independiente de este país. Bendito país.
Con su compañía lleva años representando a este mismo sagrado país por el mundo. Y lo hace con un lenguaje en el que viene investigando desde hace tiempo, la danza aérea.
Pero antes de eso, estudió con los mejores: Itelman, Schottelius, Bellini, Deustch, en el American Dance Festival, en la Escuela Cunningham... Recibió cuantiosos premios, subsidios y becas, siempre en el exterior, y hoy es uno de los referentes coreográficos argentinos de la nueva generación.
Inicialmente, sólo soñaba con ser bailarina, girar y girar, avanzar y avanzar, por el mero placer del movimiento.
No sabe si hubo una razón en especial.
"Fue la típica situación en la que una mamá lleva a su hija a clases de danza del barrio. Y yo no veía la hora de llegar a la clase. Mucho más tarde descubrí la danza moderna. Yo estaba decidida, cuando terminé el secundario, a hacer danza. Ya conocía la danza contemporánea y quería dedicarme a eso." Pero su familia pensaba que la gente decente, las mujeres decentes, hacen danza como hobby, para mantener precioso el cuerpo y ofrendarlo al marido. ¡Qué es eso de ser bailarina!
"Mi familia, que es una típica familia de clase media, pretendía que fuera a la Universidad. Así que las cosas no estaban muy bien con mi decisión. Entonces hice un esfuerzo y entré en la Facultad. Duré dos meses y no aguanté más. Ahí terminé de largarme completamente a hacer lo que me gustaba."
-Para colmo, elegiste la contemporánea. ¿No te atraía el tutú como para ofrecerles a tus padres una posible bailarina del Colón?
-No. No me atraía mucho el tutú, lo que me atraía era bailar. Pero, claro, al principio quise ser bailarina clásica. Cuando me entusiasmé con el clásico, mi mamá me llevó al estudio de Olga Ferri. Pero yo nunca tuve el tipo ideal para una bailarina clásica. Así que deseché esa idea por imposible.
Bailan suspendidos en el aire, colgados de arneses. Los pies rara vez tocan el suelo, a veces nunca. Y, sin embargo, esos cuerpos entrenados parecen haber estado así siempre.
Ella, Brenda, dice -mientras la pequeña Ana llama la atención con sus vocalizaciones- que nunca fue algo preconcebido. Una cosa la llevó a la otra y a la otra y así terminaron volando durante horas.
"Apareció de manera fortuita, hace casi seis años. Tenía una imagen de tres bailarinas colgadas, con unas polleras voluminosas, para una obra que iba a hacer. A partir de ahí empecé a investigar y a buscarle vueltas al asunto. Curiosamente, yo ya había visto cosas con gente colgada, en danza y en teatro, y nunca me había interesado particularmente. Pero se abrió otro mundo para mí. Un nuevo lenguaje sobre el cual crear.
"Los bailarines en suspensión generan de por sí un lenguaje que, si bien contiene en cada obra una propuesta diferente, unifica mis últimos trabajos y permite que conformen un mismo espectáculo."
-¿Cuánto de preconcepción y cuánto de improvisación tiene tu trabajo?
-Hay como impulsos dados por algunas imágenes. Pero el resto es investigación. Me paso todo el tiempo improvisando sobre algo hasta encontrarle la esencia a un movimiento y que se construya una coreografía. Si no fuera así, apenas sería un muestreo de lo que se puede hacer. Se improvisa mucho para encontrar todos los elementos disponibles y después poder construir algo. Algo así sería el proceso de trabajo.
-A los bailarines que no tienen experiencia en el aire, ¿les sirve su entrenamiento anterior?
-Claro que sirve. Aunque para hacer danza aérea hay todo otro entrenamiento vinculado con el simple hecho de que tus pies están en el aire, por ejemplo. Hay que acostumbrarse a mover el cuerpo en otro elemento, que no es el piso. De todas formas, cualquier entrenamiento previo que se tenga se ve reflejado.
-¿Cómo se hace para mantener una compañía de danza en la Argentina?
-Es muy difícil. No hay ningún apoyo en este país para mantener una compañía, cuando en cualquier lugar del mundo están subsidiadadas. Lo que haría falta, entonces, son subsidios. Lo que hay son rebusques: un pequeño subsidio extranjero por acá, una invitación a un festival internacional por allá, mucho trabajo gratis, mucho dinero propio invertido en esto; en fin, es muy difícil. En este momento nos están llamando mucho de Estados Unidos. Si no hubiese todos estos festivales con buenos cachets, sería mucho peor. Si me ocupara de subsistir únicamente con las oportunidades que da la Argentina, nos moriríamos de hambre. A la danza no se le dan los espacios escénicos para que se desarrolle. Nosotros nunca bailamos en el San Martín ni en el Alvear; es decir, hay muy pocos lugares a los que puedan acceder las compañías independientes. Muchas funcionan en espacios chicos, también independientes, pero lo que yo hago, por ejemplo, no entra en una sala chica.
A lo que están condenadas las compañías independientes, en el mejor de los casos, es a hacer una obra con no más de dos bailarines -porque a más no se les puede pagar-, en salas periféricas y con pocas funciones. Y eso inevitablemente limita las posibilidades creativas. Pero en fin, es una cuestión de decisiones políticas.
Ana juega. Ana grita. Ana intenta caminar. Está ajena a cualquier problemática. Su mamá la mira, fascinada. Y en un rincón del corazón, pese a todo, desea que ella también llegue a ser bailarina.
Porque lo que a Brenda le resulta más difícil de todo no es la subsistencia. Es renunciar a volar.