"¿Podrías venir a mi oficina ahora, por favor?", le preguntó Beatrix Miller, la editora de la versión británica de la revista Vogue. Roberto Devorik, su amigo y referente en el mundo de la moda, le contestó que no. Lo había llamado en un momento crucial, debía ir a firmar un contrato con Gianni Versace, pero enviaría a su secretaria. "Tu secretaria es divina, Roberto, pero si la quisiera a ella te lo habría dicho".
El argentino caminó las cuatro cuadras que lo separaban de Beatrix, ingresó al edificio Vogue y se dirigió a su oficina, que, como siempre, se hallaba abierta. "¿Qué pasó? ¿Qué es tan urgente como para que tenga que alterar mis planes?", lanzó él con confianza, ignorando a la joven de piernas infinitas que acompañaba a la editora. "Roberto, te presento a Lady Diana Spencer, futura princesa de Gales y reina consorte de Inglaterra".
"Diana me miraba de arriba abajo, con su cara roja como un tomate, la vi alta, muy alta, y estaba vestida con una pollera escocesa que la hacía parecer una colegiala", recuerda hoy Roberto en una entrevista para LA NACIÓN. "Sinceramente, pensé que era un chiste, que se trataba de una modelo para la revista o algo así. ¡Beatrix me solía hacer muchas bromas! Lo único que me salió decir fue: `te felicito´. En ese encuentro mi amiga editora me propuso que diseñara las blusas para Diana, que resultaron ser aquellas tan icónicas enlazadas al cuello, cuya inspiración tomé del Museo Victoria y Alberto de Londres, de los cuadros victorianos. A partir de ese momento, en el año 1981 y a mis 30, comencé a trabajar como su asesor personal en una relación que duró quince años y que nos transformó en íntimos amigos".
En aquel día inolvidable a Roberto le temblaron las piernas, faltaban seis meses para que se anunciara la boda real, un secreto que él supo guardar bajo siete llaves.
El ascenso meteórico hacia las celebridades, Lady Di y la imperfección civilizada
Muchos años antes de que Lady Diana ingresara a su existencia, Roberto era un joven con grandes aspiraciones, que anhelaba volar de una Argentina que sentía que opacaba sus sueños. Nacido en Recoleta e impregnado de un estilo de vida que fomentaba el aprecio a la educación y el cultivo del espíritu a través del teatro, la música y el cine – una de sus grandes pasiones -, decidió estudiar costos y finanzas, aunque su mirada estaba puesta en la centenaria Maison Saint-Félix, perteneciente a su abuela y a su madre, y donde se habían vestido Regina Pacini de Alvear, Irma Córdoba y Eva Perón, entre otras personalidades.
"En Argentina tuve una vida agradable", reconoce. "Pero jamás olvidaré la primera vez que vi Europa, me impactó su prolijidad y quedé fascinado con Londres, un lugar en el mundo que para mí representa la imperfección civilizada".
Roberto partió de la Argentina a los 21 para emprender una aventura colmada de éxitos inesperados en Inglaterra. Al poco tiempo de su llegada, comenzó a trabajar en dos firmas reconocidas por sus prendas de cashmere: Bremer y Pringle: "En un par de meses vendí más suéteres que la tienda Harrods en un año", rememora. "Al ser empresas muy importantes e irme tan bien, pronto comencé a viajar a Italia y ahí conocí a los grandes diseñadores como Versace o Missoni".
En una escalada meteórica, el argentino empezó a diseñar para el teatro de Londres, inauguró sus tiendas distribuidas entre Bond Streeet y Knightsbridge, y fue convocado para vestir celebridades, lo que lo llevó a entablar una estrecha amistad con Beatrix Miller, quien, el día menos pensado, lo presentó con Lady Di.
Un vestido de novia odiado, las causas humanitarias y la verdad a la que no hay que temer
"¡Estoy disfrazada de merengue! ¡Ojalá hubieran aparecido unas tijeras para achicar ese volumen, esos hombros!", solía decirle Diana a Roberto a carcajadas, cuando se juntaban a mirar la filmación de su boda real, tan solo para divertirse.
"Odió su vestido de novia. No le gustó para nada, ¡aclaro que no participé en su confección!", asegura el argentino, quien actualmente vive sus días entre Europa y Buenos Aires."Diana tenía un sentido del humor increíble y nos reíamos mucho de ese tipo de cosas. A ella realmente le hubiera gustado otro diseño, sin embargo, no pudo elegir, así como, a veces, no podía elegir a qué eventos asistir y otras cuestiones protocolares. A ella lo que la conmovía con el corazón eran las causas humanitarias, los lugares en donde podía aportar algo más que una simple presencia, como el caso de la lucha contra el sida, que tomó con absoluta seriedad y la llevó a viajar por muchos países".
"La acompañé en varios de sus viajes como asesor y como amigo, algo que reforzó nuestro vínculo y en donde pude admirar su capacidad para distinguir a aquella persona oculta, al margen, tímida y menos poderosa, que no sobresalía entre los grupos que la venían a saludar, entre los dirigentes e influyentes que se encontraban siempre al frente. Diana solía avanzar hacia aquel individuo escondido para hablarle con esa sonrisa tan suya, la más linda que vi en mi vida. Tal vez, se trataba de un sirviente de algún tipo o alguien normalmente relegado. Ella los veía", continúa pensativo. "Y fue después de algún viaje que le dije que tenía una deuda conmigo y que quería que conozca mi país, Argentina. Fue una visita no protocolar fuera de cualquier agenda política, que organicé junto al embajador británico en Argentina, sir Peter Hall, algo que quiero recalcar porque luego el presidente Menem se la quiso apropiar. Fue un evento totalmente apolítico, como lo soy yo, aunque sí buscamos que pueda participar en una causa benéfica, lo que finalmente se llevó a cabo junto a ALPI. Asimismo, Diana se focalizó en visitar hospitales".
"La noche anterior a que viajáramos a Buenos Aires, Diana participó de una gala en la Mansion House. Ese mismo día se había transmitido el tan recordado reportaje a la princesa en la BBC, donde ella lanzó palabras durísimas acerca de su matrimonio, entre otras cuestiones reales. En la cena me encontraba sentada al lado de Diana, cuando la periodista Suzy Menkes, del International Herald Tribune, se acercó y me pidió permiso para conversar con ella. Le preguntó si no tenía miedo por haber hablado como lo hizo, a lo que Lady Di respondió: `Cuando uno dice la verdad no tiene por qué temer´".
"Los periodistas también creyeron que Diana viajaba a la Argentina para huir del escándalo de su separación y sus repercusiones, pero nada más lejos de la realidad. El viaje lo organicé varios meses antes, en mayo. A Buenos Aires llegamos aquel noviembre".
Buenos Aires azul, el deseo de gente joven y el "no" a los ricos y famosos
Roberto y Diana aterrizaron en Ezeiza preparados para la horda de fotógrafos inevitable. El argentino sentía cierto temor, sabía de manipulaciones políticas y temía que quisieran torcer los planes. Lady Di, ante todo, quería ver de qué manera podía ayudar en diversas causas humanitarias en el país de su amigo.
"Recuerdo cómo le impactó el cielo de Buenos Aires. Me dijo que jamás había visto uno tan azul, tan especial, tan hermoso. Tal vez en Australia, pero el nuestro la conmovió de otro modo", revela.
"El primer día teníamos organizada una cena privada. Lady Di se alojaba en la embajada británica y allí se realizó la comida. Diana había pedido específicamente que no asistieran ricos y famosos, no le interesaba. Ella quería conocer gente joven argentina emprendedora, con proyectos. Y así fue. De los países deseaba escuchar cómo se perfilaba el futuro, no cómo se comportaba el status quo de los poderosos. Por ello, a modo de ejemplo, personas ricas y de cierta edad como Amalita Lacroze de Fortabat (que pidió varias veces ser invitada), se les dijo que no".
Un himno nacional conmovedor, un secreto con Lady Di, y los momentos felices
A pesar de que Lady Diana no tenía ninguna obligación protocolar en su viaje a la Argentina, surgieron invitaciones de las que no pudieron escapar: "Robert, no comprendo por qué viajé en ese tren. No le encontré el sentido, ¡mi visita al hospital Garrahan tiene sentido!", le manifestó Diana, luego de que la invitaran a conocer el nuevo y flamante Tren de la Costa.
"Aquel día habíamos programado visitar la estancia `La Biznaga´, que muy amablemente nos había facilitado Nelly Arrieta de Blaquier. Diana deseaba conocer el campo argentino, pero tuvimos que cancelar porque había sido una invitación presidencial. Esto la desilusionó mucho. La llevaron a recorrer el tramo Maipú-Tigre, orgullosos de su reciente inauguración en 1995", cuenta Roberto. "Si bien quedó impactada por el contraste de las mansiones de lujo en algunos tramos, en contraposición con las casitas precarias en otros, nunca entendió para qué había viajado en ese tren".
"Y la gala benéfica que se realizó en el Correo Central tuvo sus momentos extraños, pero también uno de los más extraordinarios en la Argentina. La Orquesta Filarmónica de Ciegos interpretó el Himno Nacional, pero ella no sabía que eran no videntes, cuando se enteró se largó a llorar, estaba impactada y pidió un rato con ellos. Me solicitó que se los presentara uno a uno, y que les dijera lo conmovida que estaba y que deseaba llevarlos a Inglaterra al año siguiente, algo que luego planificamos, pero que nunca se llegó a concretar debido a su muerte".
"Pero las rarezas no tardaron en surgir", continúa. "Le sorprendió ver que todas las mesas fueran redondas, pero que a ella la habían ubicado entre el canciller Guido Di Tella y la presidente de ALPI, Susana Durañona, en una disposición similar a la última cena: debía sentarse en el medio, mirando al vacío. Después imaginó que vería un espectáculo de tango o folklore, algo que ansiaba, pero el coro de Peter Macfarlane interpretó My Fair Lady.¡Uno no va a otro país a ver algo que ya conoce, más bien quiere descubrir la otra cultura!".
"Con Diana teníamos un secreto", confiesa Roberto entre risas. "Habíamos acordado que, si ella no se sentía cómoda, se rascaría la nariz y sería el aviso para irnos. Y, aunque Di Tella fue bueno con su conversación, ella no estaba a gusto mirando al vacío. Fue entonces que me hizo el gesto, saludó cortésmente y volvimos a la embajada para nadar y charlar".
"Fue tal el revuelo generado por su visita, que uno de los días decidimos salir a pasear de encubierto para que pudiera ver Buenos Aires. ¡Usó una peluca y anteojos!", agrega el empresario argentino. "Logramos poner todos los frenos políticos posibles, tuvo el almuerzo presidencial correspondiente, pero, cuando se notó que realmente a ella no le interesaba perder el tiempo en recepciones, se organizó de emergencia una visita extra (aparte de los hospitales), al centro de la rehabilitación de drogas en Tigre. Aun así, ese día ella esperaba un picnic o algo similar en la zona, sin embargo, le ofrecieron un almuerzo faraónico".
"Pero sin dudas, y a pesar de ciertos lugares incómodos, en Argentina Diana vivió momentos felices y de grandes impresiones, como el avistaje de ballenas, un té con galeses donde se divirtió mucho (aunque no probó ninguna torta, porque no le gustaba la torta galesa), y la maravillaron los médicos de nuestros hospitales y, sobre todo, y como mencioné, nuestro cielo y su experiencia con la Orquesta Filarmónica de ciegos".
El legado a un hombre que anhela un mundo con más personas como Lady Diana
Hoy, al recordar a su Diana, Roberto Devorik se emociona. A sus 71 años comprende más que nunca el privilegio que tuvo al poder conocer no solo la fachada, sino el corazón de una mujer que le dejó grandes enseñanzas.
"A veces pienso que el mundo sería un lugar increíblemente mejor si existieran más personas como Diana", reflexiona. "Ella era una mujer dadora por naturaleza, de una generosidad increíble, sin importar el rango. Y ¡ojo!, quiero aclarar que ella no estaba en contra de la corona y sé de primera mano que la reina hizo lo posible por salvar ese matrimonio, pero no se podía. Carlos no era malo, pero sí muy egoísta, algo que nubla a cualquier persona. Y Diana lo que quería era una corona más humana, más cercana, más real".
"Para ella el ser humano no tenía fronteras, siempre veía la esencia en las personas", continúa emocionado. "Enterarme de su muerte fue devastador. Me llamó su mayordomo y lo supe, junto a pocos familiares, una hora antes que todos. Me pidieron que se lo comunicara a su madrina política y a un puñado de amigos. Fue terrible. Esa noche les escribí una carta a Harry y William y la hice llegar al palacio. En la capilla entré primero y caí inevitablemente al suelo cuando vi el cajón y me di cuenta de que realmente estaba allí. Le dejé una corona blanca y lamenté que el pueblo no pudiera ingresar. Ella amaba al pueblo, era de ellos, merecían despedirla".
"En mis años con Diana aprendí a valorar a la gente por lo que es y no por lo que tiene. A ser más abierto, menos rígido en mis pensamientos sin caer en populismos, ¡algo que ella tampoco hacía! Con su legado aprendí a valorar el tiempo, elegir con sabiduría en qué lugar quiero estar, a vivir el presente, algo que siempre es muy difícil", sonríe. "Con ella también aprendí algo que solía decirme: que la fe va más allá de los títulos, del dios que elijas y de las religiones; que uno es el templo y que, aunque suene cursi, la religión más importante es el amor".
"¡Cómo extraño su risa, tan contagiosa, de una belleza única! Pero, sobre todo, su generosidad tan humana. Se fue demasiado joven, pero, en fin, dicen que todo lo bueno viene en frasco chico... tal vez Lady Diana fue un extracto del mejor perfume".
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