24 años sin Lady Di: el infame último adiós a la princesa, entre paparazzis y embalsamadores
La mano derecha de la princesa de Gales reveló detalles desconocidos sobre la fatídica noche de su muerte; el descuido de los médicos, el extraño tratamiento del cuerpo y el dolor de una vigilia inesperada
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La madrugada del 31 de agosto de 1997 tomó por sorpresa al mundo entero. Durante algunas horas hubo un ápice de esperanza: la princesa Diana de Gales, de 36 años, estaba siendo operada de urgencia en el Hospital Pitié-Salpêtrière de París, pero a las cuatro de la mañana los médicos dieron por finalizados todos los intentos por salvarle la vida. Hasta el momento se sabía muy poco de las 15 horas que transcurrieron desde que ingresó al centro médico francés hasta que fue repatriada al Reino Unido. A 24 años de su muerte, se difundieron nuevos detalles sobre los devastadores eventos que desencadenó el accidente.
Diana Frances Spencer viajaba en la parte trasera de una limusina Mercedes Benz negra, junto a su novio, el multimillonario Dodi Al Fayed, y otras dos personas: Henri Paul, el conductor el vehículo, y Trevor Rees-Jones, en el asiento del acompañante, quien se desempeñaba como guardaespaldas de la princesa en esa oportunidad y resultó ser el único sobreviviente del viaje fatal.
La exesposa del príncipe Carlos murió a causa de las heridas que sufrió tras el impacto del vehículo, que chocó contra una de las columnas del túnel que pasa por debajo del Pont de L’Alma (Puente del alma, en el octavo distrito parisino). Por esas paradojas del destino, el nombre del lugar no tiene ninguna relación con las tres almas que perdieron la vida a raíz del accidente, ya que en realidad conmemora la batalla del río Almá, ocurrida durante la guerra de Crimea en 1854.
El contexto de aquella tragedia conmocionó especialmente a los ingleses: no solo porque se trataba de “la princesa del pueblo”, sino porque había firmado su divorcio con el heredero al trono apenas un año atrás, aunque, para ese momento, la llamada “boda del siglo XX” era un mero recuerdo de la felicidad que no pudo ser. En los hechos, la pareja ya llevaba media década de distancia. Finalmente, acordaron su ruptura legal en agosto de 1996: el príncipe de Gales estaba en pareja con Camilla Parker Bowles y Diana había encontrado el amor en los brazos del magnate egipcio.
Para el momento del accidente, hacía tan solo un mes que había salido a la luz su romance con Al Fayed. Los paparazzi acechaban a la pareja permanentemente, desde sus vacaciones en el Mediterráneo hasta su estadía en el Ritz de París. Después de una estrategia fallida de despiste, salieron juntos del hotel y, cinco minutos más tarde, la limusina se estrelló, mientras los periodistas y fotógrafos aún los perseguían. Fueron los primeros en llegar a la desgarradora escena y contar la primicia al mundo.
En una edición especial, el periódico Daily Mail recopiló los testimonios de los cuatro hombres que fueron cruciales en las horas posteriores al fallecimiento de Lady Di: Richard Kay, confidente de la princesa -y la última persona que habló por teléfono con ella-; Paul Burrell, quien había sido su mayordomo personal; Colin Tebbutt, que se desempeñaba como chofer y guardaespaldas; y Michael Gibbins, su secretario privado.
La peor noticia
A las seis de la mañana del fatídico 31 de agosto, le tocaron la puerta a Tebbutt en su departamento de Nothing Hill para informarle la peor noticia que podía recibir: su jefa y amiga había perdido la vida hacía dos horas en un hospital de París. Todavía ningún miembro de la realeza británica se encontraba en Francia y le habían asignado la tarea más difícil: organizar un funeral en tiempo récord para alguien que hacía un año ya no formaba parte de la corona.
Tras divorciarse, Diana había renunciado a la protección real por temor a que “la espiaran” y había contratado a Tebbutt como su guardaespaldas, ya que era el hombre en quien más confiaba. De hecho, Colin había recibido un llamado de Lady Di el día anterior a su muerte, donde le informó que no volvería a Londres en la fecha pactada porque el asedio de la prensa estaba en su peor momento y prefería descansar unos días más en la capital francesa.
Su regreso a Inglaterra jamás sucedió, y fue él quien tuvo que viajar de urgencia en un vuelo comercial para encontrarse con el cuerpo sin vida de la princesa. En diálogo con el medio británico, Tebbutt reveló el gran impacto que sintió cuando entró a la habitación del hospital: “Los funcionarios franceses entraban y salían para presentar sus respetos, y ahí estaba mi jefa, en una cama normal, luciendo como si estuviera dormida”.
El cirujano MoSef Dahman, uno de los doctores que estaba de guardia aquella noche, explicó que Diana murió debido a una “pequeña herida en el peor lugar”. De hecho, no había sufrido más que algunas fracturas y el personal médico coincidía en que, a simple vista, no tenía heridas graves: luego de una radiografía descubrieron que sufría una hemorragia interna en su pecho, producto de un desgarro en su pericardio, la membrana que protege el corazón.
La operaron dos veces en tres horas los mejores cirujanos de Francia, la primera en la sala de emergencias y la segunda en el quirófano, pero la herida sobre la vena pulmonar superior izquierda fue mortal y dejó de respirar tras un segundo paro cardíaco. Aunque Tebbutt no estuvo presente en los últimos instantes de la princesa, al verla en aquella habitación comprendió que la batalla se había perdido.
Una habitación sin cortinas y una insólita vigilia
Tebbutt relató que, a pesar de estar completamente en shock, intentó sobreponerse a la situación para resguardar la intimidad de Diana. “Les dije a los franceses que no me parecía bien que entraran y salieran a verla, ya que no era acorde a ninguna tradición británica”, aseguró, y les rogó que llevaran a la princesa a algún lugar más privado del edificio, porque la habitación no tenía cortinas y a través de las ventanas alguien podría intentar tomar fotos si descubría en qué cuarto estaban.
“Miré hacia afuera y pude ver gente en los techos cercanos, fue desesperante. Inmediatamente pedí mantas y las colocamos en las ventanas”, recordó, indignado por la falta de cuidado del personal médico y de las autoridades. Antes de que Tebbutt llegara a París, el padre Yves-Marie Clochard-Bossuet había realizado una vigilia durante toda la madrugada: el religioso se encontraba de casualidad en el hospital y se asombró cuando le pidieron que fuese a rezar por el descanso eterno de una mujer rubia, que era nada más y nada menos que Lady Di.
Como si el panorama no fuese suficientemente desgarrador, había otro problema: nadie podía mover a la princesa hasta que llegara el equipo de Leverton & Sons, la funeraria de la familia real. Por este motivo, la trasladaron al subsuelo, a salvo de las miradas más perversas, donde Tebbutt la acompañó las siguientes 10 horas.
Aunque la princesa de Gales ya no formaba parte de la realeza, Isabel II decidió que el funeral de su exnuera fuese organizado por la corona. Según los medios ingleses esa no fue su primera idea, pero en definitiva era la madre de sus dos nietos: William, de 15, y Harry, de 12, quienes se encontraban en los castillos de Balmoral, Escocia, cuando recibieron la terrible noticia. Hubiera sido muy mal visto por la opinión pública que la monarca no ofreciera el Palacio de Saint James para la despedida privada y la Abadía de Westminster para el masivo evento público.
El fiel guardián vivió otro traumático momento cuando pidió que trajeran un equipo de aire acondicionado portátil debido al calor que hacía en el ambiente: “Lo enchufé y solo por un segundo, un destello de tiempo, parecía que ella estuviera viva; su cabello se movía y sus párpados también, pero tan solo era la brisa del ventilador”. Tebbutt definió ese instante como “el peor de toda su vida” por la enorme tristeza que sintió al comprender que nunca más la volvería a ver abrir los ojos.
Poco después llegó el presidente francés de aquel entonces, Jacques Chirac, acompañado de su esposa Bernadette. El mandatario y la primera dama se quedaron durante una hora para rezar por el alma de la difunta junto a Tebbutt y Gibbins, el secretario privado de Diana, que para ese momento ya se había sumado a la penosa espera.
El regreso a Inglaterra
Al mediodía se confirmó que el príncipe Carlos estaba camino al hospital, junto a las hermanas de Diana, Sarah y Jane Spencer, y se otorgó el permiso desde el palacio de Buckingham para que dos empleados de una funeraria francesa realizaran algunos de los procesos de conservación del cuerpo. En este sentido, Tebbutt afirmó que, aunque en un principio se había acordado un “cambio de imagen cosmético” para que la familia pudiera entrar a verla, se sorprendió al saber que los franceses habían optado por el embalsamamiento.
Aquella decisión despertaría durante varios años una serie de teorías conspirativas sobre un posible atentado contra la princesa de Gales: desde rumores de un inminente anuncio de compromiso de bodas que enardecía a la corona, hasta la escandalosa hipótesis que deslizó Mohamed Al Fayed, el padre de Dodi, sobre un embarazo de Diana que la realeza quería ocultar.
Se realizaron dos investigaciones oficiales sobre las causas del accidente y ambas apuntaron contra la negligencia del conductor del vehículo, Henri Paul: el hombre tenía un nivel de alcohol en sangre tres veces más de lo permitido en Francia, combinado con fármacos antidepresivos. También hubo una pena moral para los paparazzi que perseguían el auto, ya que su acoso sistemático pudo ser el motivo de la alta velocidad de 110 kilómetros por hora que alcanzó el chofer para escaparse de las motos y vehículos.
Tebbutt prefirió no referirse a esas versiones y describió así los minutos previos al viaje de regreso a Londres: “Le pusieron un vestido largo negro diseñado por Catherine Walker, una de sus diseñadoras insignia, colocaron en sus manos una foto de sus dos hijos [la misma que llevaba en el bolso que fue recuperado del accidente], y un rosario que le dio la Madre Teresa de Calcuta”. Como dato peculiar, el guardaespaldas recordó que la líder religiosa murió cinco días después que Lady Di.
A las dos de la tarde, una guardia de honor compuesta por doce hombres esperaba en la puerta del hospital para escoltar el traslado hacia un aeródromo militar que luego abordaría el Royal Flight. A las seis y media de ese 31 de agosto, Tebbutt concluía su larga y dolorosa tarea, mientras una audiencia televisiva de 32 millones de personas observaba pasmada el momento del aterrizaje del avión en suelo británico.
Casi una semana después, el 6 de septiembre, se realizó el funeral en la Abadía de Westminster. Allí tuvo lugar la polémica caminata de los hijos de Lady Di junto a su padre y su tío, Charles Spencer, al frente de la multitudinaria peregrinación de los admiradores de la princesa. El hecho de que dos menores de edad que no habían podido procesar la pérdida materna tuvieran que ir en primera fila sin derramar ni una sola lágrima fue muy criticado por la prensa. Esos mismos niños habían colocado una conmovedora etiqueta en uno de los ramos de flores que adornaba el ataúd de Diana: “Mummy”.
La carta premonitoria de Lady Di
Los estremecedores detalles que brindó Tebbutt, quien tenía 57 años cuando murió la princesa de Gales, no son los únicos que salieron a la luz recientemente. Diana escribió una llamativa carta dos años antes del accidente, en 1995, donde aseguró que tenía miedo a morir y señalaba a su exmarido como el autor intelectual de un posible atentado.
“Esta fase particular de mi vida es la más peligrosa. Mi esposo está planeando un accidente en mi automóvil. Una falla en los frenos y una lesión grave en la cabeza le dejaría el camino despejado para casarse con Tiggy. Camilla no es más que un señuelo; nos está utilizando en todos los sentidos de la palabra”, escribió Lady Di en la misiva que entregó a su mayordomo, Paul Burrell.
El Daily Mail habló con John Stevens, exjefe de la Policía Metropolitana de Londres, quien confirmó la existencia de la nota manuscrita, donde Diana hacía referencia a Alexandra Shan “Tiggy” Legge-Bourke, una niñera que cuidó a los príncipes William y Harry y luego se convirtió en la asistente personal de su marido. A su vez, aseguró que un experto en caligrafía demostró que la escandalosa carta fue, en efecto, escrita por la princesa.
Stevens reveló también que interrogó a Carlos en una investigación en 2005, donde le preguntó por las palabras que escribió su exesposa. El heredero al trono sostuvo que no tenía idea de dónde había surgido esa “paranoia”. Luego firmó una declaración jurada y colaboró durante todo el proceso, pero el documento fue declarado como “altamente sensible” y archivado, ya que el extracto completo no puede hacerse público hasta 2038.
Hoy se cumplen 24 años de la trágica muerte de la mujer que Elton John llamó “la rosa de Inglaterra” en la reversión de la canción “Candle in the Wind”. Aclamada por muchos y criticada por otros, la plebeya que trajo al mundo a los únicos dos hijos del futuro rey del Reino Unido sigue despertando interés. En julio último los príncipes Harry y William dejaron a un lado sus roces y diferencias para rendirle homenaje a su madre en los jardines de Kensington. Allí, frente al mundo, inauguraron una estatua y compartieron su dolor por la eternamente joven “princesa del pueblo”.
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