El genial Atahualpa Yupanqui vivió en la estación del pequeño Agustín Roca, a 15 minutos de Junín, entre los 4 y los 13 años; allí funciona un centro cultural que abunda en anécdotas de su infancia
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AGUSTIN ROCA.- “De Atahualpa ya está todo dicho mundialmente, pero acá era un chico más, era el hijo del jefe de la estación”, cuenta Leonor Palma, guía del Centro Cultural Atahualpa Yupanqui, en la antigua sala de espera de la Estación del Ferrocarril de Agustín Roca.
A 15 minutos de Junín, Roca es un pueblito rural de doce manzanas y poco más de 1000 habitantes donde el gran cantautor, guitarrista, poeta y escritor Atahualpa Yupanqui transcurrió su infancia, de asombro en asombro, de revelación en revelación, entre los 4 y 13 años.
Héctor Roberto Chavero, tal como figura su nombre en el documento, nació el 31 de enero de 1908 en Pergamino, y cuando cumplió 4 años, se mudó junto a su familia a este pueblito, más precisamente, a la estación del ferrocarril donde su padre, Demetrio Chavero, había sido enviado como segundo jefe, y allí vivió hasta los 13 años, cuando su padre falleció y su familia se mudó a la ciudad de Junín.
Tras las huellas del gran artista, que tras la temprana muerte de su padre se convirtió prematuramente en jefe de familia, una visita a la estación permite reconstruir algunas de sus anécdotas de la infancia, muchas de las cuales fueron relatadas en sus memorias, y otras tantas rescatadas por la guía a través de transmisión de los relatos orales de los mismos vecinos.
“Atahualpa tenía muchos amigos acá, como la familia Salamendi, la familia Crosetti o las hermanas Galván. Y todo lo que cuenta en sus memorias lo hace poéticamente, lo expresa de una manera que uno siente que lo está viviendo”, dice Leonor, sin disimular su admiración por el gran Atahualpa, seguramente el músico más importante de la historia del folklore argentino.
En El canto del Viento, el libro de recuerdos de infancia y juventud, Atahualpa evoca personajes y músicos, historias y relatos de aquel entonces: “Roca era una aldea en aquel tiempo, tenía como tantos poblados de la llanura un par de comercios, una escuela, una capilla, una cancha de pelota, cuyo bar era también sala de conciertos; un curandero y una vieja estación ferroviaria. Luego un vasto rancherío, cinturón de paja y adobe con sus pequeños corrales. Allí residían los peones, los gauchos, los jornaleros, los hombres de curtidos rostros, de fuertes manos encallecidas, hombres de mucha pampa galopada. Allí se desvelaban las guitarras, en las abiertas noches estrelladas cantaban las Galván. Adornaban su pobreza con los mejores lujos de una vidalita o alguna otra nostálgica canción de las llanuras. Y en el silencio de la aldea, todo parecía más bello, cuando las Galván sumaban al misterio de la noche coplas del tiempo aquel”.
Fue justamente en Agustín Roca donde Atahualpa descubrió su encanto por el canto de la llanura y el misterio de la guitarra, cuando las chatas llegaban hasta la estación con el cereal o la hacienda para mandar en ferrocarril a Buenos Aires. Entonces al caer la noche, los que eran de cerca se volvían a sus casas, y los que eran de más lejos formaban un fogón, sacaban las guitarras y empezaban a cantar.
Las paredes del Centro Cultural Atahualpa Yupanqui, ubicado en la misma estación donde el poeta vivió gran parte de su infancia, están tapizadas de recuerdos, recortes, fotografía, libros, música, historias y anécdotas del genial artista cuando aún era un niño
Dice Atahualpa: “Eran estilos de serenos compases, de un claro y nostálgico discurso, en el que cabían todas las palabras que inspiraba la llanura; su trebolar, su monte, el solitario ombú, y el galope de los potros, las cosas del amor ausente. Eran milongas pausadas en el tono de Do Mayor y Mi Menor, modos utilizados por los paisanos para decir las cosas, para narrar con tono lírico los sucesos de las pampas, el canto era la única voz en la llanura. Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de las llanuras, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros, ellos y luego multitud de paisanos que la vida me fue arrimando con el tiempo. Cada cual tenía su estilo, cada cual expresaba tocando o cantando los asuntos que la pampa le dictaba (…) “Sin yo saberlo, en ese instante hechizado de la recuperación del canto, se estaba delineando en mí corazón el rumbo cabal de mi destino”.
Cuna artística de Atahualpa
No es casual que, en el camino de ingreso al pueblo, haya un cartel justo al lado de la virgen, que dice: “Usted ha llegado a la cuna artística de Atahualpa Yupanqui”.
Las paredes del Centro Cultural Atahualpa Yupanqui, ubicado en la misma estación donde el poeta vivió gran parte de su infancia, están tapizadas de recuerdos, recortes, fotografía, libros, música, historias y anécdotas del genial artista cuando aún era un niño, entre las que se destacan una foto tomada en la misma Escuela de Agustín Roca donde asistió hasta cuarto grado o la fotografía de su primera comunión en la Iglesia de la Virgen de Nuestra Señora del Pilar.
“En una entrevista que le hizo Antonio Carrizo, Atahualpa contaba muchas cosas de su infancia en Roca. Cuando la madre lo mandaba a hacer mandados, a comprar una bolsa de galletas, y él se guardaba las moneditas, los vueltitos, y con eso que ahorraba pudo comprarse su primera guitarra. También contaba que su padre no quería que tocara la guitarra, entonces la escondió en un maizal”, asegura Leonor, como quien revela uno de sus secretos mejores guardados.
“En esa misma entrevista, Carrizo le preguntó si recordaba quién le había cambiado por primera vez las cuerdas de su guitarra. Y él, con mucho sentimiento, le respondió que no se acordaba. Al otro día salí a hacer mandados, y acá en Roca toda la gente sabía que había sido Emilio Careac, un peluquero de del pueblo que tocaba la guitarra. Cuando murió Atahualpa me puse muy mal por no haber podido contárselo. Este señor le cambió las cuerdas, y también le enseñó algo. Después, siguió estudiando en Junín con el profesor Bautista Almirón. Atahualpa le cuidaba los rosales para pagar un poco las clases”, sigue Leonor, antes de avanzar en otra de las historias sobre su infancia en Agustín Roca, cuando iba a visitar a los Toldos al cacique Venancio, amigo de la familia.
“[Venancio] vivía a diez leguas de Roca, entre Los Toldos y Junín, provincia de Buenos Aires, donde mi padre desempeñaba tareas ferroviarias y los dos se estimaban y respetaban como buenos amigos. Algún que otro fin de semana, galopábamos como si fuéramos a despertar al sol, hacia la toldería, ranchos amontonados del cacique Venancio. Cuando la mañana abría la luz, ya habíamos pasado las chacras de los campos de Olegui, y la pampa nos ofrecía angostos callejones entre los cardales”, escribió Yupanqui es sus memorias.
Monte callado
Poco a poco, la guía va desgranando las distintas historias que pudo reconstruir sobre la infancia de Atahualpa en Agustín Roca, como sus andanzas cuando era mensajero y galopaba a las estancias con las noticias que llegaban a la estación. “Acá tenían telégrafo y cuando llegaba el mensaje “Mande Vaca”, significaba que había que traer el ganado a la estación, entonces Atahualpa y su hermano ya estaban preparados para subir a los caballos y partir enseguida con el aviso. Llegaban a la hora del almuerzo, y como en las estancias siempre había asado, se llenaban la panza y les daban unas moneditas por el mandado. Así que volvían con la panza llena y unas moneditas en el bolsillo. En un concierto que hizo en Puerto Rico, Atahualpa presentó una canción que se llama Monte Callado, una canción que rememora ese monte silencioso que cruzaban con su hermano rumbo a las estancias, el silbido del viento, el olor de la fruta caída y la marcha de su caballo. No lo nombra, pero atando cabos, llegamos a la conclusión de que es el monte de frutales de Mosato”, sostiene Leonor.
Antes de partir, es ritual obligado despedirse del viejo ombú ubicado a la altura del paso a nivel en la entrada del pueblo, bajo cuya sombra Atahualpa ensayó sus primeros acordes en la guitarra y dedicó sus primeros versos a la llanura.
Hace poco, una tormenta lo derribó, y los vecinos temieron lo peor, pero nunca sucedió. Nuevos brotes ya empezaron a asomar, como un homenaje indeleble al gran Atahaulpa Yupanqui y su obra extraordinaria.
Datos útiles
Cómo llegar. En auto: desde Buenos Aires son 260 kilómetros por Acceso Oeste / RN 7. Hoy la autopista está finalizada y operativa hasta Carmen de Areco y luego de Chacabuco a Junín está finalizado también y están trabajando en el tramo Carmen-Chacabuco). Desde el centro de Junín hasta Agustín Roca son 15 kilómetros por la RP 188.
Dónde dormir. Posada del Sol: Camino Costero (Parque Natural Laguna de Gómez). La posada para cuatro personas por día cuesta 14 mil pesos; para 6 personas, 17 mil pesos. Contatco +54 9 236 426 8877 (posada). Más información: posadadelsoljunin.com.ar.
Hotel Casa Viva (Cabrera 221) Precio para dos personas es de 12 mil pesos la noche (con desayuno). Informes: (236) 15 4410122.
Alojamiento temporario: Soya Departamentos, 25 de Mayo 392 (236) 4624615; Departamentos Luxury, Alberdi 70; Paraguay 206 y Lavalle126 (236) 4597029.
Dónde comer. La casona del fiambre. Frente a la estación del ferrocarril Agustín Roca (Agustín Roca). En Junín: El Boliche de los Pobres (25 de mayo 77); Restaurante Tercer Tiempo (Roque Sáenz Peña 440); Restaurante Andi (Remedios de Escalada de San Martín 13); Restaurante El Pueblo (Urquiza y Colectora Favaloro); Hard Bard (Parque Nacional Laguna de Gómez). Chacra La Granja (chacralagranja.com.ar).
Centro de información Turística. Mitre 16 (236) 4631622 y (236) 4225250) turismo@junin.gob.ar. Abierto de lunes a domingo de 8 a 18.
Centro de Información Turística en Parque Nacional Laguna de Gómez (PNLG). Sábado y domingo, de 9.30 a 16. Informes: ( 236) 4516948.
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