La vida y brutal muerte de Locusta, “la primera asesina serial” de la historia
Fue una esclava romana al servicio de Nerón; se la acusó de matar a 400 personas y sufrió un final escalofriante
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La vida en el Imperio Romano estuvo marcada por grandes avances intelectuales y culturales, pero también por brutalidad, traiciones y magnicidios. Muchos emperadores y figuras relevantes encontraron un trágico final a manos de astutos y crueles homicidas, pero un nombre en particular sobresale entre la bruma de la historia: Locusta, considerada por varios historiadores “la primera asesina serial de la historia”.
Para reconstruir su historia, es necesario introducir a un importante personaje: Agripina “la Menor”. Fue bisnieta del emperador Augusto y hermana de su sucesor en el trono, Calígula. Los historiadores la describen como una mujer malvada y manipuladora que se convirtió en una figura muy poderosa de Roma luego de casarse con su tío Claudio, quien reemplazó a Calígula tras su muerte. Así se convirtió en Emperatriz en el año 54 y, años más tarde, dio a luz al heredero al trono, Nerón.
Su ambición tenía un único objetivo: coronar a su hijo como emperador. Pero para eso tenía que sortear dos obstáculos: Claudio y su hijo Británico, fruto del matrimonio anterior del emperador con la bella Valeria Messalina.
Un plan perverso
El historiador Tácito dedicó varias páginas a Locusta -cuyo nombre en latín significa “langosta”-. Según detalló en sus Anales, en esos años era una esclava al servicio de Agripina que fue contratada por sus conocimientos en la preparación de venenos.
Según las versiones que llegan hasta nuestros días, Agripina, que tenía entonces 63 años, puso en manos de Locusta sus sombríos planes. Su primera víctima fue el emperador Claudio. La esclava le entregó a la emperatriz unos polvos que Agripina dispuso en el plato del máximo mandatario del Imperio Romano. Fue un éxito. Sufrió vómitos y diarrea, y murió el 13 de octubre del año 54 tras una larga agonía.
Con su asesinato, Nerón ascendió al trono y reemplazó a su padrastro como emperador. Sin embargo, aún quedaba un cabo suelto: Británico, que podría reclamar su derecho como heredero.
Agripina y Nerón, ahora confabulados, volvieron a requerir de los servicios Locusta. De acuerdo con Tácito, esta vez, la estrategia fue distinta a la utilizada con el antiguo emperador para evitar las sospechas. Cuatro meses después del asesinato de Claudio, la envenenadora le proporcionó una preparación letal que fue vertida en la bebida de Británico durante una fiesta multitudinaria.
En esta ocasión, los efectos del preciso veneno simularon un ataque de epilepsia. Nerón reaccionó al instante, aseguró que su hermanastro estaba sufriendo una convulsión y ordenó que lo retiraran a sus aposentos para que los médicos lo pudieran tratar. Los especialistas jamás acudieron y falleció víctima del envenenamiento, detalló el historiador.
Tras estos dos crímenes, Nerón acogió y protegió a Locusta, que se afianzó como una de las armas más letales del imperio. Pero luego de casi 15 años, el mandato del césar empezó a peligrar por las numerosas ejecuciones públicas y la persecución sistemática a los cristianos -hay quienes afirman que muchas de las sentencias de muerte fueron concretadas por la envenenadora-.
Violento final
Esta política extrema se vio agravada por el gran incendio de Roma del 64, que duró cinco días y, según relató Tácito, destruyó casi la mitad de la ciudad. La situación económica empeoró notablemente hasta que, a principios de año 68, el militar y gobernador de la Galia Lugdunense -actual Francia-, Cayo Julio Vindex, se rebeló contra la política fiscal de Nerón.
Vindex creó una alianza con el senado romano y el gobernador de Hispania Tarraconense, Servio Sulpicio Galba, para llevar a cabo un golpe de Estado. Finalmente, la presión política y militar hizo implosionar el reinado de Nerón que, antes de ser juzgado y condenado por sus crímenes, huyó de Roma para suicidarse y dejó a Locusta sin protección.
Su sucesor fue Galba, no dudó en investigar y condenarla.
El juicio fue corto y Locusta no tuvo defensa alguna. Según describió Tácito, el gobierno la acusó de haber matado a 400 personas, muchas por órdenes de Agripina y Nerón, pero otras por puro placer. Sin embargo, sostuvo que jamás se conocieron las víctimas reales, aunque aseguró que parte de estos asesinatos fueron políticos opositores, altos mandos del ejército romano y, en su mayoría, cristianos perseguidos por Nerón.
El epílogo de su vida también es confuso, pero varios historiadores coinciden en un tétrico desenlace. Según los escritos, fue condenada “a ser encadenada y paseada por Roma, para luego ser violada por una jirafa entrenada para tales fines”. Una vez consumado este acto, Tácito, narró: “El público, sediento de muerte, solicitó al emperador arrojarla a las bestias para que la despedazaran y así lo hizo”.
Haya sido esta u otra la manera en la que la envenenadora encontró su final, algo queda claro: Galba pudo terminar con la vida de Locusta, pero no pudo erradicar su escalofriante leyenda.
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