Voy a publicar un libro con mi nombre", anuncia con letras de placa de TV Rodolfo Compte en su muro de Facebook el 28 de diciembre de 2017. "JAJAJA, FELIZ DÍA DE LOS INOCENTES".
En el mundo literario los fantasmas existen. Existen, claro, los de mentirita, esos que Hollywood a lo largo de los años cristalizó a pura sábana blanca y que más que espanto siempre generaron ternura. Y existen también, siempre huidizos, los de carne y hueso: escritores fantasmas, más conocidos como ghostwriters. Gente ducha en el manejo de las palabras –narradores, cronistas, periodistas, estudiantes de Letras– que, a cambio de dinero, escribe libros que otros, con el pecho inflado como un pochoclo, firmarán como propios. Escritores a la carta. O más acorde con estos tiempos, delivery de escritores. Llame ya.
No son un fenómeno de estos tiempos, los ghosts. Son más viejos que la humedad. Unos 300 años antes de Cristo, Ptolomeo II ya los utilizaba: contrató 72 para traducir al hebreo las Sagradas Escrituras. Más acá en el tiempo, Victor Hugo –el francés, no el uruguayo– tenía una troupe completa de plumas que le daban letra. La lista se puede ampliar, el verdadero autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, oh sorpresa, no es como se cree Alejandro Dumas, sino Auguste Maquet, uno de sus tantos escribas ocultos. Imagine lo institucionalizada que estaba la cosa que, en una oportunidad, Dumas le preguntó a su hijo si había leído su última novela. El muchachito, sin ponerse colorado, le contestó: "No, ¿y tú?
Ahora bien, lo que sí es un fenómeno de estos tiempos, de a ratos, es que algunos ghosts modernos se sacan la capucha y se dejan ver: ofrecen sus servicios en páginas de internet, brindan charlas para iniciar a nuevos fantasmas y hasta aceptan, por suerte para nosotros, entrevistas con la prensa. Para esta nota pudimos dar con tres.
"Los escritores fantasmas existimos porque no hay nada que supere el prestigio que tiene el libro. La palabra autor deviene de autoridad", dice Compte, o Casper, como lo llaman todos sus colegas, sentado en un bar de la avenida Emilio Castro casi arriba de la General Paz. Que te digan así en el mundo ghost es como que en el del tenis te llamen Roger. "Un día me llegó un cliente del mundo de las inversiones; en eso, el hombre la tenía clarísima, compraba, vendía, en cinco minutos facturaba miles y miles de dólares, pero hablaba y la arruinaba. Sin duda, la mejor carta de presentación que una persona pueda tener es un libro".
Ghost no se nace, ghost se hace. En 2001 a Casper, en ese momento aún Compte, se le ocurrió publicar Vive y trabaja en California, su debut literario, una especie de guía para que la gente que llegara a esa gran ciudad tuviera las herramientas básicas para moverse. Todos los años miles de turistas visitan California, así que la idea era muy piola. El asunto es que mientras el libro estaba en imprenta, Bin Laden volteó las Torres Gemelas. El proyecto pareció también venirse abajo. Sin la posibilidad de venderlos en Estados Unidos, con los ejemplares en el living de su casa, a Compte no le quedó otra que comenzar a repartirlos entre conocidos y conocidos de conocidos que viajaban para allá. Producto de esa circulación, impensada, chiquita, sucedió lo inesperado. "Mi cuñado busca un escritor fantasma –lo llamó una tarde un amigo–; quiere que le escribas un libro". Ni lerdo ni perezoso, Compte se fue a la Facultad de Filosofía –había estudiado ahí– a consultar los pasos para editar un libro. "Tirada, derechos de autor, cuánto cobrar. Tuve que aprender todo sobre la marcha", recuerda Compte. "Era para un empresario muy importante. Me alquilaron un piso en la calle Arroyo, estuve un año y medio trabajando en la biografía de un poliladron. Se nombraba tanta gente poderosa participando de orgías y cosas raras –algunos, hoy ministros y senadores– que no se llegó a publicar". Vaya si aprendió, luego escribió 17 libros más como fantasma.
Como decíamos, la publicación de un libro mejora la imagen que tiene la sociedad del autor: le da brillo, consistencia, profundidad. Pero también, aunque suene una locura, trastoca la imagen que tiene el autor –oficial, claro– de sí mismo. Para el que firma, el libro funciona como un espejo deformante: se ve tan parecido a Borges. "Una vez, después de hacer todo el trabajo, escribir, diseñar, decidir tipografía, papel, tapa, cuando le entregué el primer ejemplar al cliente, ¿sabés lo que hizo, sabés lo que hizo", alza la voz con eco Compte y en el bar todos paran las antenas: "Me lo dedicóoo".
En el nombre de otro
A muchos escritores les da pudor reconocer que hacen de ghost. Prefieren mantenerlo en silencio y si uno les pregunta del tema, huyen como si los que hubieran visto un fantasma fueran ellos. Otros lo asumen como un lado B de la profesión que eligieron: Bancate la pelusa, si te gusta el durazno. "En Argentina son contados con los dedos de una mano los que pueden vivir de lo que publican a su nombre", dice Ariel Pichersky –recibido en Letras, formado como escritor en diversos talleres–, gaseosa en mano, en un bar de Colegiales. "Ser ghost es una vía y no me parece que esté mal. En principio, porque yo lo hago (risas). No lo siento denigrante, para nada; eso sí, lo intercalo con trabajos de corrección y traducción porque si no me termina quemando la cabeza". Su debut como fantasma fue internacional. Desde Colombia lo contrataron para escribir una serie de biografías de jugadores de fútbol. "Después, a través de vínculos personales, me llegaron cosas más interesantes para hacer. Los trabajos con presupuesto son los mejores: te podés dar el lujo de investigar".
El submundo de los escritores fantasmas no se parece a ninguno. Ni siquiera al de los sicarios, tan devotos del anonimato. Una cosa es moverse en las sombras, estar obligado a no dejar huellas y otra, muy diferente, que la labor de uno lleve el autógrafo de otro. Dentro de este marco, la relación entre el ghost y el producto de su trabajo necesariamente es particular. De la boca para afuera todos dicen lo mismo: una vez entregado el texto, si te he visto no me acuerdo. "Para mí, escribir es un trabajo como cualquier otro, como el de esta chica es traer una Coca a la mesa", dice Compte mientras señala a la moza. "Yo lo cobro, si después no se publica, no es mi problema". Sin embargo, aunque no lo reconozcan, un hilo sentimental –finito o bien grueso– los ata a su obra. Los fantasmas, como uno con alguna expareja, la espían, quieren saber cómo le va, siguen el ranking de ventas, leen las críticas. "Siempre en algún lugar pongo una frase que me puede identificar. Llegado el caso, puedo demostrar que ese libro lo escribí yo", reconoce Pichersky. No más pruebas, juez.
"Empecé de casualidad. Un periodista muy conocido había firmado un contrato en marzo para entregar un libro en diciembre, pero no hizo nada hasta último momento y, para colmo, se peleó con su escritor fantasma. En noviembre, su representante salió a buscar reemplazo contrarreloj", recuerda el escritor –hombre de la carrera de Filosofía, del ISER y unos de los editores de la revista Paco.com– Sebastián Robles. "Le ofrecieron el trabajo a Facundo García Valverde, con quien ya habíamos trabajado. Como los tiempos era muy cortos, decimos hacerlo juntos. Lo entrevistamos unas 30 horas y en menos de tres semanas terminamos el libro". Publicó tres libros a su nombre y seis como ghost.
Casper, un caso aparte. Más allá de que es corresponsal extranjero, documentalista, guionista de TV, autor de obras de teatro y de que tenga un par de libros publicados con su nombre, es un fantasma con todas las letras. La capucha no le provoca urticaria. Al contrario, su tarjeta personal dice bien grande ghostwriter. "A los fantasmas profesionales no nos interesa publicar con nuestros nombres. A todos, como a mí, solo nos importa la plata", confiesa Compte sin pelos en la lengua. Posiblemente sea el más caro de Argentina –difícil asegurarlo en este mundo donde hasta los más grandes juegan a las escondidas–; lo que no hay duda, es el más completo. Ofrece un combo que incluye desde el desarrollo de la idea hasta la impresión del libro. Sus clientes no reciben un Word, reciben las pilas de ejemplares que encargaron. "Estoy en todos los detalles. Tengo en cuenta hasta el peso que va a tener. Este, por ejemplo –toma un libro de la mesa–, pesa 480 gramos; con el sobre, 490, está calculado para que en el envío por correo pague la tarifa mínima". Un crack.
La biblia y el calefón
Para ser ghost hay que ser culto o, al menos, algo parecerlo. Y versátil como el cortaplumas de MacGyver. No cualquiera salta de temas y de géneros con tanta cancha como esta gente. Del poder curativo del ajo al asesinato de Kennedy, de la neurociencia aplicada a los negocios, a las ventajas de la pesca con mosca, de lo que se imagine a lo que se imagine. Mayormente, los buscan para escribir autobiografías, biografías, manuales de autoayuda, libros de astrología y de historia. A nivel mundial, pocos hacen ficción. Compte es uno. "Yo no espero a que los clientes me llamen. Cuando escucho una historia ya estoy pensando a quién se la puedo vender, quién me la puede comprar", reconoce Casper.
Me volví experto en hurgar expedientes. Observo todo con criterio de fantasma.
El trabajo está bien hecho cuando el escritor fantasma en el papel se hizo humo. "Es un buen training, te tenés que meter en distintos personajes, en los zapatos del tipo que te paga, descubrir muletillas, formas de expresarse, temas recurrentes", cuenta Pichersky. "A veces, uno se transforma en una especie de psicoanalista, tiene que ayudar a que el autor –oficial– arme el relato. En esos casos, el trabajo suele llevar meses", agrega Robles. "Ahora bien, si el personaje tuvo alguna experiencia en la prensa gráfica o en la escritura en general, todo es más fácil. Una vez, un conocido conductor de TV apenas prendí el grabador me contó su libro, desde el prólogo en adelante, como si lo estuviera leyendo en voz alta".
Para estar del otro lado del mostrador, los requisitos se reducen a uno: tener plata. En Argentina, contratar un ghost puede costar –según el currículum del fantasma, la billetera del cliente, la extensión, el género y la mar en coche– entre $75.000 y US$25.000. En países con más tradición ghost o donde son más reconocidos, los valores están tarifados. La Asociación de Escritores de Canadá exige un mínimo de US$32.000 para una autobiografía escrita por fantasmas. A nivel internacional, un ghost top top, como Andrew Crofts –el que inspiró la película Ghostwriter, de Román Polanski–, no agarra la lapicera, el teclado mejor dicho, por menos de US$300.000. "Es bastante trabajo, pero se paga bien. Como negocio directo seguro que conviene ser ghost. Se cobra un adelanto, un refuerzo a la mitad si es un proyecto largo y lo que resta cuando se termina. Siempre es lindo que el libro se venda, pero como uno no cobra un porcentaje de cada transacción, si no sucede no hay problema", dice Pichersky, que lleva escritos una decena de libros como fantasma. "Ahora bien, publicar con nombre propio, abre otra economía, no por la venta directa del libro, sino por su circulación en un espacio literario, que a su vez posibilita otros trabajos. Es una inversión a más largo plazo".
En Argentina, contratar un ghost puede costar –según el currículum del fantasma, la billetera del cliente, la extensión y el género– entre $75.000 y US$25.000. En países con más tradición, los valores están tarifados. La Asociación de Escritores de Canadá exige un mínimo de US$32.000 para una autobiografía. Un ghost top top, como Andrew Crofts –el que inspiró la película Ghostwriter, de Román Polanski–, no agarra la lapicera, el teclado mejor dicho, por menos de US$300.000.
Para las editoriales, los escritores fantasmas no existen. En los papeles, claro, porque en la práctica cada día que pasa utilizan más sus servicios. Tanto que en algunos nichos del mercado alcanzan a llevarse la mitad de la torta. Según la revista Forbes, el 50% de los 11.000 libros de negocios que se publican por año en Estados Unidos es obra de fantasmas. La mitad de los best sellers, aseguran en la red internacional de ghostwriters de la que participa Casper, la escriben ellos. Imagine la plata que mueven. "Casi ninguna casa editorial habla de fantasmas. Ni siquiera en radiopasillo se puede obtener información. A lo sumo, aceptarán que alguna vez han contratado a alguien que pulió un poco aquí y un poco allá", dice Marcelo Caballero, editor responsable de Pluma y Papel. "En el mercado tradicional, el porcentaje de escritores fantasmas se ha mantenido; es cierto que hay más cantidad, pero se debe tener en cuenta que se imprimen más títulos que antes. Sí, el actual fenómeno de la autoedición ha creado servicios de "Escribo tu libro" que de la mano de profesionales de las letras han aumentado el mercado editorial y, por ende, la cantidad de escritores fantasmas".
La industria editorial, como cualquier otra, se prende al éxito como una garrapata. De ahí que de un libro puedan desprenderse series de TV, películas, cómics, spin off, spin off de spin off. Y, por supuesto, toneladas de libros. Los fantasmas aplauden con las orejas. Llegan a escribir novelas que las firman hasta muertos o personajes de ficción. En nuestro país, en 2016 Reservoir Books publicó una a nombre de Daniel Mantovani, el protagonista de El ciudadano ilustre que interpretó Oscar Martínez. Castle, el escritor detective de AXN, ya vendió en Estados Unidos más de 20 millones de ejemplares.
Vale ser prejuiciosos por un párrafo. Que un futbolista, un médico o una vedette contraten a alguien para que les lleve al papel lo que quieren contar no nos sorprende. Parece hasta lógico, la escritura no es su métier, son exitosos en otros rubros. Ahora bien, ¿necesita hacerlo un periodista, un intelectual o un escritor? "Sí, definitivamente, más aún los que están inmersos en la cuestión mediática; es difícil enfrentar la frustración de la página en blanco, escribir un libro requiere mucho tiempo y esfuerzo", responde Pichersky y se toma unos segundos para tomar impulso: "Además, hay periodistas que en Twitter no articulan sujeto y predicado o no colocan bien una coma. Qué van a escribir un libro". Y refuerza: "El fenómeno de los fantasmas es interesante porque cuestiona la categoría de autor, esa idea del tipo iluminado al que de golpe le baja la inspiración. Y no: la escritura es un laburo. Quizá quien tiene las ideas o el prestigio no es capaz de hacerlo… además, quién escribe de un tirón, ¿sabemos si todas las ideas son de él? Todo el tiempo estamos reproduciendo a otros. El fantasma rompe la figura de autor como género".
En el mismo sentido, la tecnología pretende ir más allá: quiere, además de romperla, tirar sus pedacitos al piso y pasarles con una aplanadora por encima. Está desarrollando softwares, cuyos algoritmos son capaces de procesar la información más solicitada de internet y sobre la base de parámetros prefijados de trama, estructura, narrativa y demás yerbas, crear una novela. Una especie de fantasmas digitales. Increíble.
Para finalizar, si esperaba ansioso, frotándose las manos, la lista de famosos que en los últimos tiempos contrataron escritores fantasmas, esperemos no se decepcione: no hay manera de acceder a esos nombres. Ni un ghost pasado de resfrío los largaría. Son secretos encadenados a estrictos contratos de confidencialidad. Una pena. O no. Pensándolo bien, que alguien mande al frente para quién escribió sería como que un mago revelara en qué pliegue de la galera esconde la paloma. Se rompería el hechizo. Mejor imaginarlo.
Consejos para ser invisible
Por José Esses, periodista, escritor y ghostwriter
Más que asustar o cobrarse alguna venganza, como los fantasmas del cine y la literatura, el ghostwriter lo primero que debe hacer es ejercitar la escucha. El desafío por el que se nos paga es ser el otro por escrito. Para eso, hay que conocer las muletillas, las vergüenzas, la gloria de nuestro fantasmeado. Cuanto más tiempo pasemos con él, mejor. Cuando no estemos a su lado, buscaremos su voz, sus anécdotas, en el archivo. Queremos saber todo sobre el protagonista porque cuanto mejor conozcamos su mundo, su lenguaje, más verosímil será nuestra escritura. Después llegará el momento de engordar la historia, de sumar caracteres, que es otra parte fundamental de nuestro trabajo. Antes que eso, el desafío será hacernos pasar por el otro. Un gran ejercicio para ello es ver entrevistas y adivinar cuál será la respuesta. Así nos vamos metiendo en la cabeza del fantasmeado.
La historia que tenemos que contar no nos llegará en orden. El ghostwriter se va a encargar de eso, como también de inventar una estructura que facilite la lectura y despierte interés. Nuestra mano invisible ampliará las ideas del protagonista, pulirá sus sensaciones, generará tensiones en el relato y, cuando haga falta, inventará algo. Debemos ser pacientes y solícitos con ellos. La posibilidad de entrevistarlos varias veces nos permitirá pedirles detalles, vivencias, confesiones que hasta ahora guardaron. De nosotros dependerá que el lector crea que el otro estuvo detrás del teclado.
Fernando Bersi
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