Lo conoció por poco tiempo en un trabajo, lo encontró años después y vivieron un romance en el que ella dejó que sus miedos ganaran, pero diez años más tarde lo reencontró en un Año Nuevo: ¿acaso estaban destinados?
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Se conocieron hace muchos años, cuando Vanesa entró a trabajar en la misma sucursal de una reconocida marca de indumentaria. Por aquellos días, la joven estaba casada, aunque atravesaba tiempos tumultuosos, acompañados por terapia en pareja para salvar su matrimonio.
Sebastián, por su lado, se había separado hacía un año y mantenía un perfil bajo, aún dolido por un duelo complejo, cargado por la desilusión de no haber logrado ese matrimonio inquebrantable, como el de sus padres.
“Ambos estábamos en nuestro propio mundo, si bien ahí fue cuando nos conocimos, apenas sí intercambiamos palabras”, cuenta Vanesa. “Él no me llamó la atención y creo que yo tampoco. Creo que cuando las personas estamos metidas para adentro se nota. No se emana energía de seducción y, en consecuencia, pasamos desapercibidos”.
“Tenés que salir, despejarte, reírte un poco más”
Fue poco después de que se cumpliera un año en el local de trabajo, que Vanesa decidió renunciar para trasladarse a otro empleo mejor pago, dentro del mismo rubro. Se despidió de Sebastián y el resto del equipo sin demasiadas sonrisas, había cambiado de trabajo por necesidad, tras la separación definitiva del padre de sus hijos, decidida a hacer todo lo que estuviera a su alcance para salir adelante.
Dos años más transcurrieron. Vanesa seguía abocada a trabajar, volver a casa y regresar al trabajo, siempre dispuesta a cubrir horas extras. “Tenés que salir, despejarte, reírte un poco más”, le dijo cierto día su mejor amiga.
“La verdad es que no pensaba en eso”, cuenta. “Pero me pedí dos días de vacaciones y acepté salir a una fiesta `de solteros´ que se organizaba cerca de casa, todas ideas de mi amiga, por supuesto”, continúa entre risas.
Y fue ahí, en casi su única salida en los últimos tiempos de su vida, que lo vio a él, Sebastián, alto, delgado, con el semblante luminoso y una sonrisa diferente a la que recordaba: “Me impactó”, confiesa Vanesa. “Me atraía, no podía dejar de mirarlo y no quería que la noche se termine”.
No charlaron demasiado ese viernes, pero ella le preguntó si había conocido a alguien y Sebastián le contestó que el amor no era para él, que no tenía planes de volver a enamorarse.
Al viernes del mes siguiente se volvieron a ver en el mismo evento. Vanesa llegó nerviosa, se sintió una adolescente al darse cuenta de las ganas que tenía de verlo. Los nervios, sin embargo, se esfumaron apenas lo vio. La noche fue maravillosa, rieron, bailaron y se besaron: “Pero al volver a casa me di cuenta de que la que no estaba lista para volver a amar era yo”, continúa Vanesa. “Después de 12 años de matrimonio y dos hijos, no me sentía preparada para afrontar todo lo que implica en esa instancia incorporar a un hombre en mi vida y la de mis hijos. Decidí no verlo más”.
Sebastián, que había conseguido el número de Vanesa, sintió todo lo contrario. El hombre que no estaba listo para el amor, ahora sí quería vivir aquel romance. Le envió mensajes y la esperó en la puerta de su trabajo. Ese día se abrazaron con fuerza y, por fin, vivieron un amor inolvidable. Pero los temores de ella fueron más fuertes y, tras un año y medio, la relación llegó a su fin: “Mis miedos ganaban”
Diez años después: “Nos dimos otra oportunidad”
Durante los siguientes cinco años, Vanesa no se olvidó de Sebastián, pero aún creía que su destino era estar ella sola con sus hijos. Pasado el quinto año, con sus hijos más grandes, sintió un deseo leve pero claro de volver a formar pareja: “Pero nada funcionaba, no dejaba entrar a nadie en mi cotidianeidad”, dice.
Sebastián por su lado, mantuvo una relación seria con una buena mujer durante tres años, pero no funcionó, tal vez porque no era Vanesa, la mujer que al besarla le había derribado sus muros.
Diez años pasaron cuando se volvieron a ver, en otra de esas casualidades inexplicables de la vida: “Una fiesta de Año Nuevo organizada por mi mejor amiga”, cuenta ella, entre risas.
Cuando Vanesa atravesó la puerta lo vio, y esas mariposas que había sentido años atrás regresaron, más intensas que nunca. Sebastián se acercó de inmediato y le sonrió. Se miraron, estaban cambiados, diez años habían pasado, sin dudas estaban más grandes, pero eran ellos en el brillo de los ojos y las sonrisas.
“Nos dimos otra oportunidad”, sonríe Vanesa. “Hace un año que vivimos juntos, no es fácil, pero es hermoso. Mis miedos, de a poco, van cayendo y mis hijos lo adoran. Tardé muchos años en animarme a entregarme al amor una vez más. Lo merecía, todas las mujeres con hijos merecemos amar de nuevo. Vale toda la pena”.
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