La vida después del cáncer: historias de sobrevivientes
Los sobrevivientes del cáncer tienen algo en común: su vida ya no es la misma. Como si hubiesen vuelto a nacer en otro lugar, sus prioridades y perspectivas cambiaron. ¿Qué los ayudó a navegar en la tormenta? Cuatro expacientes nos comparten su historia.
"Soy una agradecida de mi enfermedad"
A Cynthia Casemajor le diagnosticaron cáncer de mama a los 31 años, 1 año después de casarse. "Lo que más recuerdo de ese momento fue la angustia que me generó pensar cómo darle la noticia a mi familia, que venía apoyando a mi mamá con cáncer de ovario. Me sentí muy culpable por generarles ese dolor", contó la abogada de 43 años.
Atravesó una mastectomía, dos cirugías reconstructivas, quimio, rayos y otros tratamientos. "Pasado el shock y resuelto lo urgente –sacar el tumor–, decidí que si estaba en el baile iba a aprovecharlo, y que era la oportunidad de hacer un cambio en serio".
"Creo que es difícil cambiar de rumbo cuando estás arriba del tren. Sentí que la enfermedad me bajó del tren y me dejó parada en la estación, con una teta menos, unos cuantos pelos menos y otros tantos kilos menos. Confundida, pero con la posibilidad de elegir si me subía al siguiente tren en la misma dirección o si elegía un destino diferente, y por suerte me animé a subirme a otro tren", relató.
La familia , los amigos, los médicos y la fe fueron sus pilares. "Soy una agradecida de mi enfermedad. Fue duro, sí, pero es mucho más lo que me dejó que lo que me quitó. Me dejó un coraje y un sentido del valor de la vida que no tenía antes de enfermarme; desarrolló mi capacidad de ser feliz y me dio empatía con el dolor ajeno", expresó.
La Cynthia previa a la enfermedad no tenía las herramientas que tuvo esta nueva Cynthia para transitar otros sufrimientos, como la muerte de su hermano en un accidente aéreo, y para vivir las bendiciones que le tocaron con más intensidad.
En el camino, descubrió que no le alcanzaba con guardarse lo cosechado y se lo comentó al Dr. Ignacio McLean, director del Centro Mamario del Hospital Universitario Austral. Comenzó a gestarse Enlazadas, un grupo de voluntarias que hoy tiene 7 integrantes, expacientes, dedicadas a brindar contención, información y herramientas a otras mujeres, para ayudarlas de manera integral a transitar el proceso del cáncer mamario.
Una vez por año organizan un "Congreso de Pacientes". "Me hace muy bien poder acompañar a otras mujeres y mantenerme siempre en contacto con aquel proceso vivido, cuyo aprendizaje no quiero olvidar", concluyó.
"Pensar en lo que podía perder me ayudó a seguir"
Gustavo Mardesena fue a donar sangre y se enteró de que tenía hepatitis C. Un año después, en 2002, le diagnosticaron cirrosis, enfermedad que aumentaba su riesgo de cáncer. Finalmente, en un control, sus médicos detectaron un tumor en el hígado: "Fue una bomba para mí y para toda mi familia. Tengo dos hijos". Gustavo entró en lista de espera para un trasplante de hígado y en 2013 lo operaron. Pero esta historia no termina así.
A cuatro meses del trasplante, el virus de la hepatitis contagió al nuevo hígado y volvió a causarle cirrosis. "Estaba débil, no podía someterme a otro trasplante, así que tuve que esperar. Llegué a pesar 38 kilos", contó.
Fueron años difíciles, en los que la familia, los amigos y los médicos formaron "el combo" que lo ayudó a salir adelante. "Uno mismo quiere estar bien. Pensaba en todo lo que podía perder", expresó.
El segundo trasplante se hizo en febrero de 2015 y, en la terapia intensiva después de la cirugía, Gustavo se enteraba de que iba a ser abuelo. "Fue el broche de oro", aseguró. Desde entonces y gracias a medicamentos que empezó a tomar, el virus de la hepatitis no volvió a aparecer.
"Soy un agradecido. Tuve compañeros en la misma sala del hospital que no tuvieron mi misma suerte", reflexionó.
"Mi vida no va a ser como antes"
Daniela Mandriotti (44 años) llegó a la guardia de un hospital un viernes con fiebre y cansancio. No se imaginaba que iba a volver a su casa meses después. Los estudios revelaron que tenía las plaquetas muy altas y tuvo que quedar internada. A los pocos días le dijeron que tenía leucemia.
"Tenía 34 años y un bebé de 2 años. Lo mejor y lo peor fue haber sido madre. Fue duro dejar de amamantar y verlos a mis hijos tan poco, pero si no hubiesen estado, no sé si hubiera tenido las fuerzas", afirmó.
En Fundaleu empezó el tratamiento. Hizo dos ciclos de quimio y atravesó una preparación muy dura hasta que estuvo lista para un autotrasplante de médula. La internación fue larga y, para distraerse, empezó a planear un viaje a Europa para visitar a sus primas, proyecto que logró concretar al año.
"Hoy, busco caminos que me den felicidad. No pude haber pasado por todo esto en vano. Mi vida no va a ser como antes, tiene que ser muchísimo mejor", declaró.
"Ahora me arriesgo más"
Andy Tapia tenía tumores NET (neuroendócrinos), un cáncer que se camufla. Este capítulo de su vida arrancó en 2006, cuando tenía 32 años y le descubrieron un tumor en el riñón en un test preocupacional. "La noche antes de la operación hice un clic: toda una vida preocupándome por pavadas y ahora la podía perder", contó.
Durante 5 años estuvo con controles médicos y, en uno de ellos, aparecieron lesiones en el hígado que podían ser metástasis. Cuando la operaron, los médicos vieron que no tenían nada que ver con el tumor anterior y que había un cáncer primario totalmente desconocido.
"Empezó mi recorrido por médicos, me hacían estudios de pies a cabeza pero el tumor principal no aparecía. Había empezado a tener síntomas: descomposturas intestinales, dolores, calor, palpitaciones, pero no los relacioné", indicó.
Finalmente, en el Instituto de Oncología Roffo le encontraron el tumor neuroendócrino en las terminaciones nerviosas del duodeno. La enfermedad estaba avanzada, pero Andy contó que se pudo "cronificar".
Los tratamientos fueron duros, pero sus amigos, sus perros y las ganas de vivir que nunca la abandonaron la mantuvieron con fuerzas. Un día se animó a hacer algo que en otras circunstancias no hubiera hecho jamás: participar de un torneo de nado en aguas abiertas. "Obviamente, llegué última, pero llegué y fue una gran experiencia que repito todos los años", afirmó.
"Me sirve tener una meta para enfocar la mente en otra cosa y no sentir que estoy enferma. Disfruto de cada momento y me arriesgo a hacer cosas que antes no me animaba a hacer".
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