En 2011 le diagnosticaron cáncer de mama. La recuperación incluyó a su brazo y un deporte que la sorprendió por completo
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Nunca pensó que formaría parte de las estadísticas. Sí, lo sabía. El conocimiento sobre la enfermedad era parte de sus preocupaciones pero no fue hasta que lo vivió en carne propia que pudo realmente comprender la importancia de los controles de salud regulares. La realidad es que Jessica Trumper no tenía -a simple vista- nada de qué alarmarse. A partir de los 36 años, por indicación de su médico, había comenzado a hacerse controles específicos ya que tenía microcalcificaciones en sus mamas.
Hasta ese momento, su vida transcurría entre su trabajo de oficina de ocho horas como analista de sistemas en una compañía de celulares y actividades recreativas de fin de semana o de vacaciones: viajar, ir al club, pasear, danzar, pintar al oleo, hacer sociales con amigos, salir al cine, al teatro, recorrer museos, etc. Siempre había sido muy independiente.
“Al no tener ningún antecedente familiar, jamás pensé que podía tocarme a mí. Fue en el año 2011 cuando, duchándome, palpé un bulto en mi mama izquierda. Con los resultados de la punción (y sin abrir el sobre previamente) fui al mastólogo como si se tratara de un control más. Pero me dieron la peor noticia: el bulto era maligno. Un carcinoma. En el consultorio médico se me vino el mundo abajo”.
Pensó que se estaba muriendo, la palabra cáncer era muy fuerte para su comprensión. Sin embargo, pronto recordó que una amiga uruguaya había sido diagnosticada con la misma enfermedad diez años atrás y había pasado su tratamiento sin mayores complicaciones. Luego pudo llevar una vida normal. “Me ayudó mucho la contención de amigos y hermanas. Durante el diagnóstico y tratamiento uno está muy vulnerable y sensible. Sentí que me había pasado un tsunami por encima y uno no alcanza a acomodarse. Igual el tratamiento es largo y por etapas. El principio es lo más duro (operación y quimioterapia) y después las cosas empiezan a suavizarse”.
Como buena capricorniana, siguió las indicaciones médicas al pie de la letra. Tuvo que atravesar el tratamiento completo: operación, quimioterapia y radioterapia. Sus tres hermanas, que viven en Israel, se turnaron para viajar y acompañarla. También la contuvieron sus dos primas hermanas y amigas de Montevideo, Uruguay y de la ciudad de Buenos Aires. “A mi me asustaba pasar las sesiones sola y siempre arreglaba para tener compañía. Tuve mucha suerte porque estuve rodeada de mucho cariño y contención”.
Además, hizo falta que realizara una rehabilitación de su brazo izquierdo. Por prevención, había requerido el vaciamiento axilar para evitar un linfedema (cuando no están los ganglios, muchas veces el brazo se hincha y se pone duro). “El tratamiento completo duró más de un año y, además del pelo de mi cabeza, perdí el de todo el cuerpo, por completo. Estuve meses hinchada por la medicación y sensible del estómago y del alma”.
La vida color rosa
Con paciencia, mucha fortaleza y de forma gradual, pudo recuperarse. Confiesa que pintar fue una herramienta de gran ayuda: le permitía poner la mente en blanco y focalizarse en el arte. Y a sus 48 años sintió que resurgía, como el ave Fénix. Una segunda oportunidad empezaba. “No se lo deseo a nadie porque el mundo se pone patas para arriba y el reloj se detiene. Y la realidad es que uno no sabe si volverá a funcionar correctamente. Lamentablemente algunos pacientes no logran sobrevivir”.
La vida tenía el sabor de la aventura nuevamente. Y fue en ese contexto que una amiga le comentó sobre la existencia de grupos de Pink Paddlers o palistas rosas en todo el mundo. Se trata de mujeres que han atravesado un cáncer de mama y que reman en bote dragón como parte de su mejoría física y emocional. En la disciplina, cada miembro del equipo palea con un solo remo en un bote largo y fino, en el que entran dos hileras de remadoras. Todas deben ir muy pegadas y tocar el hombro de quien está adelante para llevar la pala hasta la cadera. Sin excepción tienen que remar al mismo ritmo, porque esa es la condición para que el bote se mantenga estable.
Pink Paddlers es un movimiento nucleado bajo la entidad internacional International Breast Cáncer Paddler’s Commission, que asocia a 250 equipos de 32 países distintos. “Mi amiga me propuso formar un equipo en Buenos Aires. Rosas del Plata se formó tímidamente a mediados del año 2015, y hoy somos más de 40 mujeres que nos (re) unimos para remar después de haber transitado la enfermedad. No importa la edad, ni tener experiencia deportiva previa”.
Jessica y su equipo de mujeres resilientes cuentan con botes dragones chicos, en el que entran 10 remadoras. Uno lo compraron con el dinero que juntaron después de cuatro largos años de grandes esfuerzos y apoyo. El segundo fue un regalo de la embajada China en Buenos Aires. “Es un deporte de equipo. Cada palada nos permite avanzar un poco más. La felicidad dentro y fuera del bote la medimos en centímetros cúbicos. Mientras remamos, la mente queda en blanco y el agua nos acaricia suavemente. Cuando el bote dragón se desliza y flota sobre el agua, se genera una sensación de bienestar inexplicable. Hacer ejercicio hace bien al cuerpo pero este deporte, además, sana el alma. Por eso nos gusta decir que la salud emocional es la base del espíritu dragón”.
Un remo por el mundo
“¡El agua es sanadora! Salir a remar es una caricia al alma. Es donde me siento más libre y me da mucha felicidad. Remar en forma individual es conectar cuerpo y alma. Y remar en equipo es compartir energía en sincronía. Se resume en 3 palabras: energía, empatía y esperanza”.
Asegura -con una sonrisa difícil de ocultar- que gracias al deporte pudo viajar y compartir experiencias tanto en Argentina -en las ciudades de Neuquén, Bariloche y Santa Fe- como en Israel e Italia. “En julio del año 2018, cuando Argentina vivía el mundial de fútbol en Rusia, nosotras viajábamos a nuestro propio mundial de Pink Paddlers en Florencia, Italia. Fue una experiencia indescriptible. Mas de 4 mil mujeres de distintas partes del mundo participaron en carreras de Botes Dragón. Unidas por un pasado de enfermedad y celebrando la vida”.
Los mundiales se realizan cada cuatro años. “Tengo muchas ganas de repetir la experiencia italiana pero esta vez será en Nueva Zelanda, Oceanía. Soñamos con viajar y representar a la Argentina. ¡Ojala tengamos algún sponsor que nos ayude a cumplir con esa meta! El año pasado, cuando empezó la pandemia, no pudimos remar y luego cuando se fueron abriendo las restricciones, lentamente, volvimos al agua con los protocolos necesarios para cuidarnos entre todos”.
El año pasado, durante la pandemia, Jessica tomó un curso con entrenadores de los Estados Unidos vía zoom, y se recibió de coach de Bote Dragón, nivel 1. Dice que ama enseñar a dar las primeras paladas y a mejorar la técnica de los que recién se inician. “Hoy, el diagnóstico recibido en el año 2011 forma parte de mi historia. Y si hay algo positivo que rescato de la enfermedad es que me permitió descubrir este maravilloso mundo. Después de pasar una dura enfermedad, arriba del bote, me siento fuerte y feliz”.
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