Aquí ella no es la mandamás: es la cantamejor. Diana Frete lleva la voz cantante en la Municipalidad del pueblo correntino de Colonia Carlos Pellegrini. Pero no está al frente del gobierno comunal sino que es la viceintendenta. Es que mientras lidera con dulce afinación y enorme sonrisa su grupo familiar chamamecero, desde su cargo impulsa la reconversión de esta ex colonia de inmigrantes –donde la cacería era uno de los motores económicos– hacia un destino de ecoturismo sustentable. Tiene 30 años, fue concejal y llegó al gobierno por el Partido Liberal, pero se desmarca de la filiación política. Cree que tener una visión más general la ayuda a resolver problemas en este pueblo (situado a 354 km de la capital provincial), de poco más de mil habitantes que recibe a unos 25.000 turistas al año.
"El 80% de la ciudad ya vive del circuito turístico y una de mis mayores preocupaciones como funcionaria es encontrarle un rol sostenible al otro 20%", dice apenas se baja de la bici con la que llega al encuentro, en el edificio comunal. "El ripio ayudó a que pudiéramos volver masivamente a pedalear", cuenta, en alusión a las tradicionales calles de arena de Pellegrini. El pueblo es un cuadrado de 10 por 10 cuadras que sin embargo tiene una "peatonal": una de las calles está engalanada con glorietas, flores y bancos, como un jardín para transitar.
Arroz y caza
El pueblo está a orillas de la laguna Iberá. Para cruzarla, Pellegrini tiene un piedraplén. No es un error de tipeo: es un terraplén construido con piedras que se conecta con un puente de madera y que, según cómo suena cuando lo atraviesa un vehículo, permite a los habitantes saber si va a llover o no. El oído les indica la dirección del viento y, por ende, las chances de aguacero.
Carlos Pellegrini se fundó en 1912, épocas en las que los inmigrantes llegaban en barco a Buenos Aires, viajaban en tren a Mercedes y de ahí recorrían los últimos 120 km en carretas tiradas por bueyes hasta el pueblo. Como no había electricidad, para conservar quesos y carnes era común usar fiambreras, alacenas portátiles y ventiladas que se colgaban a la sombra de un árbol o en la galería de la casa.
Durante casi un siglo, los tres motores económicos locales fueron la ganadería, el cultivo de arroz y la cacería. Pero era un modelo económico que se extinguía junto con la fauna. En 1983 se creó la Reserva Provincial Iberá, y recién en 1997 empezó a tomar forma la nueva visión productiva con la inauguración de las tres primeras hosterías en un pueblo del que todos, hasta entonces, se iban. "Quedaban menos de 500 habitantes, pero Pellegrini había llegado a tener unos 2000. Yo misma emigré a los 12 años porque no había escuela secundaria. Me radiqué en Corrientes y ni un día –confiesa Diana– dejé de extrañar. En 2006 volví, resuelta a apoyar a Pellegrini en el camino que encontró, aliándose con la naturaleza".
Los cazadores, que estaban acostumbrados a pasarse un mes en soledad en las islas, sobreviviendo con sus perros mientras acopiaban cueros que luego usaban para trocar por víveres, comprendieron que tenían que aceptar la invitación de cuidar lo que hasta entonces perseguían: se convirtieron en guías de sitio. Como Bruno Leiva, un gaucho que domina tanto el caballo como la canoa y ahora es de los mejores baqueanos porque entiende al detalle el comportamiento de cada animal.
Diana revela que hasta los albañiles que trabajaron en las hosterías se sumaron. "Nunca habían sido ni siquiera turistas porque –dice– la aventura máxima para ellos era ir a Mercedes, a sacarse la foto carnet para el documento. Muy de a poco fueron aprendiendo a ser guías". Así, los propios animales, dueños originales de todo el pasado local, dieron la llave para abrir la puerta al futuro. Hay boas curiyú, ciervos de los pantanos, lobitos de río, yacarés, carpinchos hasta en el patio de las viviendas…
"Somos nosotros, los humanos, los que vivimos en sus casas y tenemos que visitarlos con respeto. Nos gusta decir –sostiene la funcionaria– que la magia del Iberá empezó en este lugar, que estaba dormido entre juncales".
Las hermanas Mercedes y Sara Medina, flamantes guías, refuerzan la idea desde su propia experiencia. "Las familias enteras se internaban en los esteros… Tenían su isla, plantaban frutales, traían de ahí su miel, cazaban. Pero –enfatizan– ahora volvieron los pájaros y los patos al pueblo, gracias a que se dejó de matar animales. Hay tapires, osos hormigueros y ciervos de los pantanos mucho más visibles que antes".
A dos palas de distancia
Sin embargo, la actividad de guiar turistas tiene un techo, y había que romperlo. Entonces Diana pensó qué podían hacer, por ejemplo, las mujeres, con mínima inversión en materia prima y desde sus casas. "Muchas no se animan a pedir trabajo como empleadas en un hotel, o no tienen con quién dejar a sus hijos. Y se nos ocurrió que todas las hosterías necesitan para sus huéspedes gran cantidad de jabones en pequeños tamaños, y también bajar los costos de los insumos que tienen que traer desde lejos. Entonces las capacitamos para que puedan elaborar esos productos con hierbas que acá crecen solas en los patios de las casas". Es el caso de Vicenta Pera, quien aprendió a elaborar jabones "de lavanda, con marcelita y con diente de león". Los muestra orgullosa, mientras se secan en sus moldes.
Pero, claro, esa demanda también tiene su propio límite, así que había que buscar otras salidas productivas. Siguieron pensando en qué otros recursos abundantes y accesibles tenían. Y se dieron cuenta de que en Pellegrini son casi millonarios en arcilla. "Es un material que está a dos palas de distancia. De hecho, ni eso: hace poco hubo enormes excavaciones para construir una pista de aterrizaje. Con ese material, más un horno que instaló la intendencia y capacitaciones, estamos fabricando artesanías –se entusiasma Diana– porque hay mucho talento artístico local".
Esa creatividad se observa también en souvenirs hechos en otro recurso abundante, la madera de espinillo. Y en la propia vida de Diana: está construyendo desde hace un año, con su pareja, su casa en barro.
Pellegrini del Iberá, historia de un pueblo a orilla de aguas que brillan se llama el espectáculo que Frete presentó en el porteño CCK, con canciones en las que el chamamé, la poesía y el payé (hechizo, en guaraní) comparten vivencias y sentimientos. Debajo del escenario, la viceintendenta está estudiando la Tecnicatura en Turismo, para tener más herramientas que aplicar. Pellegrini ofrece ya paseos culturales con comidas regionales, excursiones en lancha, a caballo y en kayak, senderismo, safaris fotográficos, avistaje de aves, recorridos nocturnos. Pero ella tiene en carpeta el impulso a carreras específicas para que sus vecinos puedan formarse en el propio pueblo: gastronomía, hotelería, auxiliar contable. Además, los capacitan en oratoria, biodiversidad, atención al cliente, fitocosmética. "Y estamos abiertos a más posibilidades. Queremos ir avanzando –empuja Diana– a medida que vayamos detectando nichos con potencial". En todo este proceso cuentan con el apoyo de la fundación Rewilding Argentina, ex CLT.
El diálogo termina y hay que desandar las cuadras de arena. A mitad de camino, un par de viajeros miran un mapa y hablan en francés. Son Michel y Katherina, parisinos. Fascinados. "Vinimos por tres noches. No podemos creer la cantidad de animales que hay acá y la libertad con la que se expresa la naturaleza".
Si los escuchara, la sonrisa de Diana volvería a brillar diáfana, como el agua de la laguna.
Más info
www.ibera.gob.ar
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