La Venecia asiática
Por su esplendor arquitectónico, antaño fue comparada con la ciudad de los canales y también apodada La París de Asia. Hoy, con una población de 20 millones, rebosa prosperidad. Vida cotidiana en la urbe oriental donde el futuro ya es presente
Cada mañana, la Plaza Central se convierte en punto de encuentro para los amantes de la cultura nativa. Como en un juego circular, el otrora lugar de reunión y esparcimiento en torno a competencias ecuestres de las elites en épocas coloniales es hoy escenario de tan ordenadas como pintorescas sesiones de tai chi chuan, con las que la gente cultiva su espíritu y preserva su salud en un masivo ejercicio del "yo colectivo". Muy cerca, las obras para la construcción de las 11 líneas de subterráneo de la ciudad avanzan sin respiro. Iniciadas hace sólo 16 años, tendrán, a fines de 2007, 230 kilómetros y más de 400 en 2010, cuando concluyan las obras. París –sólo para citar un ejemplo– necesitó un siglo para construir un cuarto de esta distancia en subterráneos.
Así es Shanghai: la ciudad más poblada y organizada del planeta, con récords en velocidad de construcción de puentes y túneles, autopistas inteligentes y líneas férreas de alta velocidad. Y, al mismo tiempo, con una historia de tradiciones que perduran, y que puede contarse desde el siglo VII antes de Cristo.
Shanghai debe su nombre a dos simples ideogramas chinos que la marcaron, como un sino inexorable: "hacia el mar". Alrededor del siglo VII a.C. era un asentamiento pesquero, en la desembocadura del río Yangtsé, el más largo de Asia y tercero del mundo, con sus 5800 km. Adquirió presencia regional hacia el año 1000 de nuestra era, y forjó sus murallas protectoras en 1553, cuando consolidó su status de ciudad. Fue a principios del siglo XIX cuando comenzó a ser reconocida en Occidente, en épocas en que el imperialismo británico dejaba su impronta en la primera Guerra del Opio. Este conflicto –cuyas consecuencias se extendieron entre 1839 y 1842–, surgido ante la resistencia china a una burda maniobra para equilibrar la balanza de pagos deficitaria para los británicos (grandes importadores de té chino y comercializadores del opio cultivado en la India por su Compañía de Indias Orientales), concluyó en un enfrentamiento naval, en 1841, con la posterior derrota de China, que se vio forzada a suscribir el tratado de Nanking. Un par de años después, noventa comerciantes británicos –entre ellos, siete mujeres–, se instalaron en la ciudad, inaugurando la presencia europea en Shanghai.
El "libre comercio" –naturalmente para los británicos, y en especial el del opio– fue impuesto a cinco puertos chinos, incluido el de Hong Kong. Detrás de la perfide Albion (como fuera caracterizada por el poeta Ximénez) vendrían las otras potencias marítimas (Estados Unidos, Francia y Rusia) a participar del festín, forzando a China a abrir otros once puertos al comercio exterior, en 1860. El fracaso de los Bóxers –verdaderos ninjas de la época–, en su heroica rebelión contra los invasores extranjeros, tibiamente respaldados por la emperatriz Ci Xi, daría por tierra también con la ya tambaleante dinastía manchú, e impulso al surgimiento de la República China, en 1911, liderada por Sun Yat-sen.
Fue para ese entonces que la presencia extranjera en Shanghai, que se extendió por casi un siglo y compartimentó la ciudad en tres concesiones o zonas de influencia –la francesa, la británica y la norteamericana (estas dos últimas fusionadas en 1863)–, introdujo el esplendor de la cultura decimonónica occidental en la nueva metrópoli asiática, que llegó a ser denominada La Perla de Oriente. Sucesivamente, fue asilo para la desperdigados zaristas y refugiados que huían de la revolución bolchevique de 1917, escondite de revolucionarios coreanos en 1919, puerto de acceso a la China continental para las huestes del Imperio del Sol Naciente, con el que China mantuvo dos guerras (1894-1895 y 1937-1945), albergue temporario para una nueva migración de más de 18.000 refugiados austríacos y alemanes judíos que huían del nazismo y que también encontrarían alivio en la Pequeña Viena o Pequeña Berlín, el gueto donde se instalaron en 1941, en el barrio de Hongkou.
Como sucedió con la Reina del Plata, el Shanghai de los años 30 fue moldeando, junto a sus transitorios ocupantes, una metrópoli extravagante y compleja, pero exclusiva para los ocupantes europeos, que en sus delirios de superioridad fijaron carteles prohibiendo el acceso tanto a "perros como a chinos" a los respectivos asentamientos.
Esta mezcla de tradiciones y costumbres, en cuya génesis participaron invasores, refugiados, aventureros y comerciantes provenientes de los mas recónditos lugares del planeta, configurarían una cultura nativa propia, diferenciada de la poderosa y milenaria tradición campesina –rica en ya arraigadas manifestaciones como la ópera, la poesía, la pintura, el tai chi chuan, el feng shui y la medicina tradicional–, que se fue arraigando en el espíritu popular chino a lo largo de sus más de cinco milenios de historia conocida, y que perdura hasta la actualidad.
La belle époque, con sus matices de libertinaje, euforia, bienestar y optimismo, alimentó la fantasía de los aventureros: el embrujo de Shanghai, con sus mujeres fatales y los vicios ocultos, atrajo a miles de viajeros. En los años 30, con sus 3 millones de habitantes de más de 40 nacionalidades, era quizá ya más cosmopolita que muchas ciudades europeas. A ello contribuyeron incuestionablemente los británicos y sus aliados, en especial el clan liderado por la familia de David Sassoon, un judío sefardí originario de Bagdad que comerciaba con su flota la seda, el té y la plata china, a cambio del opio que su flota traía de la India.
La pujanza y creatividad de este poderoso clan familiar fueron determinantes en la construcción de los iconos tradicionales del dominio financiero inglés en el Bund, fachada fluvial de la ciudad sobre el río Huang-Pu. En él descuellan aun imponentes edificios que fueron de su propiedad: una de las mejores reliquias del art déco de la época, el Hotel Cathay (hoy Peace Hotel), citado por André Malraux en épicos episodios de la guerra civil china en La condición humana; el monumental HSBC –Hong Kong Shanghai Banking Corp.– construido en 1921 y que fue sede del ayuntamiento en el período más "comunista" de la ciudad, entre 1950 y 1990; el imponente Banco de China, y la sede central de la Aduana interna, con una torre superior a los 30 metros, coronada por un clásico reloj al mejor estilo británico.
La costanera fluvial –el Bund– está unido por una larga calle peatonal con otro centro de esparcimiento neurálgico de la época colonial, ubicado en medio de la ciudad antigua: el hipódromo británico, convertido en los años 50 por las autoridades comunistas en la Plaza del Pueblo (People’s Square). Sobre las antiguas tribunas del hipódromo, recicladas, se construyó el Museo de Arte Moderno, coronado por una torre de reloj neoclásica; junto a él, el de Arte Contemporáneo; y a ambos lados del Palacio de Gobierno, ubicado en el medio de la plaza, se encuentran el Museo de Infraestructura y Planificación (donde se puede apreciar en maquetas el Shanghai de hace 100 años y el de los próximos 50); el Teatro Nacional–obra de conocidos arquitectos franceses– y el imponente Museo de Arte Oriental, con más de 1.200.000 piezas de cerámica, bronces, pinturas y caligrafías tradicionales.
Sin dudas, la ciudad vivió hasta el advenimiento del comunismo un período de prosperidad y opulencia sin igual, donde el refinamiento de la cultura europea dejó una marca definitiva que hoy –con la creciente globalización china–recuerda su condición cosmopolita.
Uno de los espacios que han podido superar el embate del modernismo en la ciudad han sido los denominados Jardines de Yu, verdadera "Chinatown" de Shanghai. Se trata de un microcosmos creado entre 1559 y 1577 (entre la primera y la segunda fundación de Buenos Aires), durante la dinastía Ming, a imagen y semejanza de los jardines imperiales, con su mágico pabellón en forma de estrella, encastrado en el medio de una fuente a la que se accede traspasando laberínticas pasarelas –para evitar, según cuenta la tradición, ser seguido por los malos espíritus–.
Tiempos modernos
Hoy, los 20 millones que componen la población de Shanghai, al igual que el medio millón de extranjeros que llegaron en los últimos años movidos por la ambición, los sueños de un enriquecimiento rápido y el gusto por la aventura y lo desconocido, rebosan de energía. La sensación predominante es de que todo es posible, y hay mucho de cierto. De la noche a la mañana puede duplicarse la fortuna de los que apuestan en la Bolsa; puede cambiar íntegramente un barrio en lo edilicio, pero también…, simplemente desaparecer, arrastrado por insensibles topadoras al servicio de nuevas ideas de los planificadores desaprensivos, que, a la hora de mejorar la calidad de vida de la población, no miden consecuencias. Todo se hace a "escala planetaria", porque la decisión de jugar en primera en la arena económica mundial está definitivamente internalizada. De allí que no se equivocan los que afirman que "el mejor y el peor día de tu vida… pueden ser el mismo día", y en el mismo lugar.
Si fuera necesario caracterizar la personalidad de sus actuales 20 millones de moradores, bien podría hablarse de una "pasión por el gigantismo" –especialmente edilicio–, quizá reminiscencia de un apego a las pagodas, en su impotente búsqueda del cielo desde tiempos del Celeste Imperio. El municipio de Shanghai, con sus 6340 km2, está hoy articulado a ambos lados del transitado y caudaloso río Huang-Pu, afluente del Yangtsé. Sus dos riberas se enfrentan como un espejo dividido por la historia: el pasado en Puxi (al oeste del río Huang Pu) y el deslumbrante futuro, encarnado en Pudong, al este del mismo río.
Pudong
Con un tamaño similar a Singapur, que hasta hace tan sólo 18 años fue un extenso arrozal, Pudong hoy alberga una suerte de "ciudad gótica" repleta de rascacielos de hierro y vidrio. En su meandro principal, 11 esferas de cristal encastradas en un curioso y característico trípode de cemento, coronados por una aguja de 480 metros, dan nombre a la Oriental Pearl Tower, símbolo de la paz y la armonía en el I Ching.
Dividida en su planificación urbana, tiene cuatro segmentos estratégicos: el financiero, el industrial, el de alta tecnología y el logístico. La nueva Manhattan ya es sede de 250 de las compañías líderes que integran la selecta lista de Fortune 500 y de dos de los edificios más altos del planeta: el Shanghai Hill WFC (World Financial Center), con sus 101 pisos y 492 metros de altura, que estará terminado en marzo próximo, y el Jin Mao Building, de 88 pisos y 421 metros, considerado hoy el hotel más elevado del mundo, y tercer edificio en altura.
Su Aeropuerto Internacional ya recibió, en lo que va del año, 8,24 millones de turistas (de ellos, 4,77 millones fueron extranjeros), los cuales arribaron en 70.000 vuelos provenientes de los cuatro puntos cardinales. El aeropuerto está unido a la ciudad por el único tren de levitación magnética comercialmente operativo en el mundo: el Maglev, que se desplaza a 435 km/h. Lo mismo sucede con su puerto marítimo, ya que con un volumen de carga actual de más de 500 millones de toneladas es el primero del mundo.
Las proyecciones parecen infinitas. Hoy ya nadie duda de que Shanghai será –si no lo es ya– el mayor centro de distribución y plataforma de negocios del mundo. El valor de las exportaciones e importaciones realizadas a través del puerto totalizó 420 mil millones de dólares en 2006. Sucede que cerca de 40.000 empresas extranjerasya han invertido en proyectos locales por más de 15 mil millones de dólares, que le proveen el 30% de las ganancias a la ciudad.
Pudong también aspira a quitarle el cetro a Hong Kong como capital financiera asiática en el corto plazo. Su Bolsa de Valores, con 852 títulos y más de mil millones de acciones, tiene un valor de 2 mil millones de dólares.
Puxi
El crecimiento de Puxi no se queda atrás. Esta capital económica de China cuenta con más de 4000 rascacielos, y más de 200.000 viviendas se construyen y venden anualmente. Esto explica por qué "una de cada cuatro grúas de construcción en el mundo" trabajó durante estos últimos años en Shanghai. Pero, a diferencia de Pudong, donde todo es cemento y cristal, en este margen del río se evidencia una síntesis de lo oriental con lo occidental. Elegantes edificios de arquitectura contemporánea –aunque siguiendo fielmente los parámetros del feng shui, con sus fachadas encarando al Sur y ángulos que evitan la dispersión de la energía– se extienden a lo largo y lo ancho de la ciudad. Desde la Plaza Popular –el antiguo hipódromo– es fácil percibir el elemento dominante que caracteriza el arte edilicio local: los edificios culminan con las figuras más estrambóticas, que incluyen coronas reales, ilusiones de pagodas iluminadas y hasta imposibles moebius.
El poder adquisitivo de la población de Shanghai, que en 2006 contó con un PBI de 128 mil millones de dólares (el 13% de todo el país), se elevó de 302 dólares en 1978 a 6547 per cápita el año último, seis veces superior al de los demás habitantes de este país-continente. Y ello es fácil advertirlo en los barrios y distritos de la ciudad, donde conviven las tiendas familiares, con productos a precios módicos, junto a los gigantescos malls internacionales, con una oferta de productos de altísima calidad a precios comparables con los de Londres. Y en medio de esta babélica ciudad sobresalen los mercados de pulgas, una suerte de imán para millones de extranjeros que buscan productos de marca a precios de timba, luego de confrontarse con la capacidad negociadora de políglotas vendedores armados de una calculadora al efecto.
La excelencia es buscada en todos los ámbitos. La educación pública es obligatoria, y extremadamente exigente. Hay un moderno sistema de enseñanza superior y 25 universidades, algunas catalogadas entre las mejores del mundo. Los institutos de educación superior tienen formación bilingüe obligatoria, existen 626 escuelas primarias y 945 escuelas medias.
Si China es hoy considerada con razón "la fábrica del mundo", Shanghai es sin dudas su muestrario. Nada hace prever una desaceleración de su ímpetu en las próximas dos décadas, ya que a su extensa presencia comercial a nivel mundial se le puede agregar la rápida incorporación de los 800 millones de campesinos a la sociedad de consumo, siguiendo el ejemplo de la "Venecia de China" que adoptaron como modelo de vida.
El autor es cónsul general de la Argentina en Shanghai
Un futuro programado
La Perla de Oriente es el eje de la primera etapa de un proyecto planificado décadas atrás por Deng Xiao-ping que, en su primera faz, abarcó todo el este de China. Esta zona costera sobre el mar de la China, que ya duplica el PBI de Polonia o de Indonesia, está cerca de alcanzar al de México o el de Brasil en menos de dos años. Autopistas y puentes se encuentran en construcción en torno a Shanghai para integrar el gigantesco delta del Yangtsé, uno de los tres polos del desarrollo. Luego de concluido el X Plan Quinquenal, se habían terminado de construir 1200 km de rutas; hacia el Sur, donde se encuentra la provincia de Zhejiang, se acaba de inaugurar el puente sobre el mar más largo del mundo, una vía de 36 kilómetros que atraviesa las aguas del mar Oriental de China.
Nadie puede discutir el éxito de un modelo cuya eficacia ha quedado demostrada luego de crecer durante 25 años al 9,3%, tres veces más que los EE.UU. Es el mayor poseedor de reservas monetarias del mundo, y el mayor consumidor mundial de acero, cemento, carbón, cobre, oro y carne, y el segundo de petróleo.
Todo lo hecho y lo proyectado se hace con sentido de futuro; ningún aspecto es descuidado por los 2 millones de ingenieros que tienen a su cargo la ejecución del plan trazado. Pero si hay un plazo de presentación en sociedad para la Perla de Oriente, será el año que coincide con nuestro bicentenario argentino.
Shanghai ha comenzado recientemente las obras para la Exposición Universal de 2010, que ocuparán 5,28 kilómetros cuadrados en la moderna zona de Pudong, cerca del río Huangpu, y en la que nuestro país ha comprometido ya su participación. El número de países y organizaciones internacionales que han confirmado su presencia totalizan hoy 157. El gobierno chino ha invitado a esta megafiesta de “presentación en sociedad de la Nueva China” a doscientos países y organizaciones internacionales. La exposición será la que contará con el mayor número de participantes desde que –en 1851– se celebró la primera en Londres. El faraónico proyecto de la Exposición Universal ha obligado ya al realojamiento de unas 54.000 personas y más de 270 empresas. Pero el esfuerzo estará por demás compensado, ya que se espera que más de 70 millones de visitantes transiten por la muestra entre mayo y octubre de 2010. Será también una oportunidad única para que, en el bicentenario de la Revolución de Mayo, consolidemos nuestra vocación asiática como país.
Los argentinos que participen de la exposición podrán sentirse como en casa degustando un mate bajo un ombú que, junto a un jacarandá y a un ceibo –los únicos de su especie en Asia– donó nuestro país a Shanghai en 2002, y hoy se elevan altivos en su botánico.
Curiosas similitudes
Pocas diferencias hay entre nuestra circulada calle Florida y la peatonal Nanking Road, por donde millones de personas circulan a un ritmo febril; entre nuestra Recoleta y el desarrollo urbanístico denominado Xintiandi, que, preservando el estilo barrial, se ha convertido en punto de encuentro de turistas. Y hasta nuestro Riachuelo encuentra su contracara en el río Souzhou Creek, con una extensión de 125 km –-aunque sólo 54 dentro del municipio de Shanghai–, que atraviesa la ciudad y desemboca en el corazón de su costanera fluvial. En 1998, un ente autónomo creado al efecto inició la rehabilitación de este riachuelo, que en los años 90 era uno de los más afectados del mundo por su polución, y hoy, con el apoyo de un emprendimiento conjunto que combina tecnología británica, sueca y alemana, ha logrado la reaparición de una nueva generación de peces, valorizando por demás sus costas, donde se están asentando –en antiguas curtiembres y fabricas– galerías de arte moderno.